En la Sierra Nevada de Santa Marta se esconde un santuario arqueológico y natural. Recomendaciones.
Las terrazas son la postal más
emblemática de Ciudad Perdida. Brotan de la tierra en medio de la
espesura de la selva.
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Los vimos desde la ruta, una fugaz aparición
que sería la única en todo el viaje. Era un grupo de indígenas kogui
vestidos con sus típicos atuendos blancos, las melenas negras y llovidas
sobre los hombros, y las mochilas tejidas, de las que ninguno se
separa.
Bajan poco al pueblo. Están replegados en la
Sierra Nevada de Santa Marta, sobre las faldas milenarias de la montaña
costera más alta del mundo (5.775 metros), en medio de una selva húmeda y
densa. En esa misma montaña tropical –insólitamente coronada con nieves
eternas y glaciares– se alza, a 1.200 metros, la Ciudad Perdida,
también conocida como el Machu Picchu colombiano.
Son cinco o seis días de caminata exigente en
la selva (ida y vuelta, con guía), entre cascadas y puentes colgantes,
para llegar hasta este sitio con reminiscencias de Indiana Jones. Si
alguno se lo pregunta, vale la aclaración: el camino dejó de ser campo
de batalla de guerrilla y paramilitares (en 2003, el Ejército de
Liberación Nacional secuestró a ocho turistas extranjeros que se
dirigían a Ciudad Perdida; todos fueron liberados tres meses después) y
hoy es un territorio seguro.
Más allá de los soberbios paisajes que regala la expedición, el santuario arqueológico de Teyuna (en lengua autóctona), Buritaca 2.000 (nombre técnico entre arqueólogos) o Ciudad Perdida (para el común de los mortales) vale todos los esfuerzos, incluidos la humedad, los mosquitos, los campamentos precarios o el barro.
Las ruinas del gran imperio de la civilización
tayrona –cuyos descendientes son los koguis, wiwas, arhuacos y
kankuamos– comprende un complejo sistema de construcciones, caminos
empedrados, escaleras, canales de agua y unas 250 terrazas circulares
que servían para vivir, trabajar y oficiar las ceremonias religiosas.
La ciudad, construida hacia el año 700, fue el
centro urbano más importante entre los 250 asentamientos indígenas
descubiertos hasta el momento en Sierra Nevada. Llegó a contar con 3.000
habitantes, que de a poco se fueron diezmando con las guerras y
enfermedades que trajeron los conquistadores en 1525. Después de pasar
400 años bajo un manto de barro, vegetación y olvido, Ciudad Perdida fue
descubierta en 1975 por un guaquero, como se conoce a los saqueadores
de tumbas.
Un año más tarde llegó el Instituto Colombiano
de Antropología que, además de terminar con el comercio ilegal de
piezas, inició el trabajo de recuperación y restauración del sitio.
Descubrir es un decir, porque las tribus
locales conocían el lugar desde siempre, pero habían guardado silencio.
Temían la llegada masiva de turistas, la alteración de un modo de vida
que casi no ha cambiado desde la era precolombina y la destrucción de la
ciudad sagrada de los tayronas.
En todo el lugar se percibe un ambiente
sobrecogedor, tranquilo, mágico. No en vano, es un santuario indígena y
un paraíso natural, un destino para conocer parte de la cultura, la
historia y la biodiversidad de Colombia.
El Tiempo
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