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jueves, 20 de noviembre de 2014

Un viaje sagrado a Ciudad Perdida

En la Sierra Nevada de Santa Marta se esconde un santuario arqueológico y natural. Recomendaciones.


Las terrazas son la postal más emblemática de Ciudad Perdida. Brotan de la tierra en medio de la espesura de la selva.
 Las terrazas son la postal más emblemática de Ciudad Perdida. Brotan de la tierra en medio de la espesura de la selva.                                 

Los vimos desde la ruta, una fugaz aparición que sería la única en todo el viaje. Era un grupo de indígenas kogui vestidos con sus típicos atuendos blancos, las melenas negras y llovidas sobre los hombros, y las mochilas tejidas, de las que ninguno se separa.

Bajan poco al pueblo. Están replegados en la Sierra Nevada de Santa Marta, sobre las faldas milenarias de la montaña costera más alta del mundo (5.775 metros), en medio de una selva húmeda y densa. En esa misma montaña tropical –insólitamente coronada con nieves eternas y glaciares– se alza, a 1.200 metros, la Ciudad Perdida, también conocida como el Machu Picchu colombiano.

Son cinco o seis días de caminata exigente en la selva (ida y vuelta, con guía), entre cascadas y puentes colgantes, para llegar hasta este sitio con reminiscencias de Indiana Jones. Si alguno se lo pregunta, vale la aclaración: el camino dejó de ser campo de batalla de guerrilla y paramilitares (en 2003, el Ejército de Liberación Nacional secuestró a ocho turistas extranjeros que se dirigían a Ciudad Perdida; todos fueron liberados tres meses después) y hoy es un territorio seguro.

Más allá de los soberbios paisajes que regala la expedición, el santuario arqueológico de Teyuna (en lengua autóctona), Buritaca 2.000 (nombre técnico entre arqueólogos) o Ciudad Perdida (para el común de los mortales) vale todos los esfuerzos, incluidos la humedad, los mosquitos, los campamentos precarios o el barro.

Las ruinas del gran imperio de la civilización tayrona –cuyos descendientes son los koguis, wiwas, arhuacos y kankuamos– comprende un complejo sistema de construcciones, caminos empedrados, escaleras, canales de agua y unas 250 terrazas circulares que servían para vivir, trabajar y oficiar las ceremonias religiosas.

La ciudad, construida hacia el año 700, fue el centro urbano más importante entre los 250 asentamientos indígenas descubiertos hasta el momento en Sierra Nevada. Llegó a contar con 3.000 habitantes, que de a poco se fueron diezmando con las guerras y enfermedades que trajeron los conquistadores en 1525. Después de pasar 400 años bajo un manto de barro, vegetación y olvido, Ciudad Perdida fue descubierta en 1975 por un guaquero, como se conoce a los saqueadores de tumbas.

Un año más tarde llegó el Instituto Colombiano de Antropología que, además de terminar con el comercio ilegal de piezas, inició el trabajo de recuperación y restauración del sitio.
Descubrir es un decir, porque las tribus locales conocían el lugar desde siempre, pero habían guardado silencio. Temían la llegada masiva de turistas, la alteración de un modo de vida que casi no ha cambiado desde la era precolombina y la destrucción de la ciudad sagrada de los tayronas.
En todo el lugar se percibe un ambiente sobrecogedor, tranquilo, mágico. No en vano, es un santuario indígena y un paraíso natural, un destino para conocer parte de la cultura, la historia y la biodiversidad de Colombia.

El Tiempo

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