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jueves, 17 de diciembre de 2015

San Andrés, entre corales y manglares

La isla ofrece a los turistas más que playa, brisa y mar. Entérese de qué planes hay por hacer.

Recorrer los manglares en kayaks transparentes permite disfrutar de la flora y la fauna marina de San Andrés.


San Andrés no solo es famosa en Latinoamérica por sus hermosas playas. La isla, declarada Reserva de la Biosfera por la Unesco, tiene una cara desconocida por muchos: la del turismo de naturaleza. Por eso, el Fondo Nacional de Turismo (Fontur) se puso en la tarea de promover al archipiélago como un nuevo destino del ecoturismo en Colombia.

Más allá de disfrutar todo un día de sol en una playa y de viajar en un plan todo incluido, San Andrés ofrece un mar de posibilidades a todos los turistas. Bucear, comer en restaurantes típicos, conocer los manglares o subir a La Loma, el punto más alto de la isla, son algunos planes recomendados.


Tras los tesoros marinos

Antes de sumergirme en el mar, un cierto pánico me invadió. “¿De qué tienes miedo? ¡Mira la piscina a la que te vas a meter!”, me dijo Paul Howard, instructor de buceo nacido en la isla.

Comparar ese inmenso mar Caribe con una piscina no es una exageración, pues San Andrés está protegida por un gran arrecife de corales –uno de los ecosistemas coralinos más extensos y productivos del mundo– que frena la llegada de las olas a la costa.


Con el tanque lleno de aire, aletas, un cinturón con seis pesas (para poder sumergirse fácilmente), un chaleco y una buena careta me adentré en el llamado “mar de los siete colores”, no sin antes recibir instrucciones, indispensables sobre todo para los que nunca han tenido esta experiencia. Después de entrar en confianza con el equipo de buceo y la inmensidad del océano, empezamos la aventura.

Lo primero que llama la atención al sumergirse es el silencio profundo. Es como encontrarse en un mundo diferente del que somos solo espías. Cuando se está debajo de ese colorido mar, ni la gravedad ni las preocupaciones existen. El horizonte no es otra cosa que un sinfín de promesas.

Algunos peces, atrevidos y curiosos, pasan por nuestro lado como queriendo saber quiénes somos. Paul me advirtió con señas hacia dónde mirar: corales duros, blandos, corales cerebro, peces ángel, peces trompeta –muy tímidos–, algas y toda una pradera de pastos marinos nos rodeaban.


Durante 45 minutos, que parecieron diez, todo fue silencio y armonía. El tanque de oxígeno, que ya llegaba al límite de su capacidad, nos despertó del ensueño en el que estabamos. Luego regresamos a la costa como despidiendo a alguien que uno ama.

Lo que convierte a la isla de San Andrés en uno de los mejores lugares para hacer buceo son las diferentes profundidades que hay cerca de la costa, la temperatura del agua, la buena visibilidad y la ausencia de corrientes marinas.


También hay barcos hundidos que naufragaron mientras intentaban llegar a la costa; en ellos es posible ver todo tipo de vegetación marina, peces, caracoles, tortugas y hasta tiburones.

Si usted nunca ha buceado, este es, sin duda, el lugar perfecto para hacerlo.

Kayak por los manglares

En San Andrés cuentan que hace mucho tiempo los ancestros de los isleños se escondían, a veces durante varios días, en los manglares para protegerse de los vientos fuertes y los huracanes que azotaban la isla. Este valioso ecosistema, que pese a todo llegó a ser un basurero, empezó a recuperar su brillo cuando la Gobernación propuso, en 1999, darle un manejo especial.


Gracias a eso nació el Parque Regional Old Point. Estos bosques pantanosos, que viven donde se mezcla el agua dulce de río y la salada del mar, están protegidos en este, que es el primer parque regional de manglares de la nación. Es precisamente en una de sus casi 133 hectáreas de zona costera donde se encuentra EcoFiwi, un lugar que busca la conservación de los recursos naturales.


Tammyth Sepúlveda, una amable raizal que trabaja en Ecofiwi junto con sus padres, nos recibe en una colorida casa con una refrescante agua de coco. Después, Tammyth y su padre ponen todo en orden para iniciar el recorrido por los manglares con la promesa de que al regresar habrá una comida típica de la isla preparada por su mamá.

En grupos de dos, los viajeros se suben a kayaks transparentes, y después de una breve explicación sobre cómo maniobrarlo, iniciamos el recorrido.

Remando llegamos a un pequeño túnel de manglar donde Marvin, el esposo de Tammyth, explica un poco sobre la historia del lugar y los animales que allí habitan. Se pueden ver pelícanos, iguanas, lagartos verdes y azules, medusas, pepinos de mar –unos animales invertebrados que pueden alcanzar hasta tres metros de longitud–, peces pequeños, medusas invertidas, crustáceos como cangrejos y langostas, moluscos, algunas estrellas de mar y hasta rayas.


El agua alrededor de los manglares no alcanza los dos metros de profundidad y es completamente cristalina; allí se practica el careteo y se ven muchas de las especies de las que Marvin habla en el recorrido. Casi dos horas después regresamos a la casa colorida y, cumpliendo con su palabra, encontramos un enorme plato de comida.


La iglesia bautista

El creole es el dialecto que hablan los raizales. Una derivación del inglés –introducido por los colonos británicos– y del español. Los esclavos lo usaron para comunicarse entre ellos sin que sus patrones los descubrieran. Pero es un idioma ágrafo; es decir, no tiene escritura. Sin embargo, no es de sorprenderse que los isleños hicieran un gran esfuerzo para traducir el evangelio de Lucas a su lengua, pues la religión es uno de los pilares de su cultura.

Todos los domingos, sin falta, los isleños se reúnen en la primera iglesia bautista de América, construida hace 171 años, y participan en los cantos y las predicaciones que el padre Raymond Howard Britton comparte en creole.

Visitar esta iglesia es visitar el punto de partida del pueblo raizal, conocer su historia y sus costumbres. Y es la posibilidad de admirar una iglesia, ubicada en la loma –una de las zonas más altas de la parte norte de la isla– que fue construida con mucho esfuerzo por los mismos nativos en 1844.


El templo, que cuenta con dos simpáticas guías, está construido en madera de pino traída de Estados Unidos. Su fachada es blanca y el techo, rojo. Para terminar la visita, las guías permiten a los turistas subir al campanario, desde donde se tiene una vista de 360 grados de la isla, con el imponente mar de los siete colores. La panorámica es increíble.

El Tiempo

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