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jueves, 17 de octubre de 2019

Curazao: el Caribe no masivo en clave holandesa

En esta isla, el visitante podrá encontrarse con lindas playas y un mundo subacuático que invita.

Curazao

‘¿Kon ta bai? Mi ta bon’.

De tan simpático y simplón, el papiamento parece un idioma de niños.

Es la lengua criolla que en el siglo XVIII improvisaron, para comunicarse entre sí, esclavos africanos, colonos holandeses, venezolanos y judíos sefardíes venidos de Portugal y Brasil; la misma que hoy se habla en todos los hogares curazoleños y la que, apenas en 2007, alcanzó el título de idioma oficial de Curazao, junto con el ya consolidado holandés.


Curazao fue una isla cosmopolita. A esta porción de tierra de 444 km² llegaron los españoles en 1499, que la colonizaron hasta 1634, cuando aparecieron los holandeses y la anexaron a su corona. Unos años más tarde desembarcaron colonos judíos sefardíes, provenientes de Pernambuco (Brasil), que en ese entonces era colonia holandesa, y se sumaron a la élite blanca. En otro rango social –junto con los indígenas– se acomodaron, no muy cómodos, los africanos: con puerto disponible y sin posibilidad de comercializar productos agrícolas por el clima semiárido, Curazao fue el principal centro de venta de esclavos a las colonias europeas en América. El mercado de trata de personas se acabó en 1863. La crisis de la isla improductiva empujó a miles de trabajadores a emigrar a Cuba, a las plantaciones de caña de azúcar. El Gobierno holandés trajo entonces una nueva mano de obra: indios, chinos e indonesios. Pasaron también una ocupación británica y una invasión francesa, pero los holandeses recuperaron el territorio. En 1912, la economía repuntó: a partir del descubrimiento de yacimientos de petróleo en Venezuela, se creó en la isla una de las refinerías más grandes del mundo, que actualmente es la principal fuente de ingresos curazoleños.

No hace mucho que Curazao dejó de ser Antilla holandesa: es territorio autónomo del Reino de los Países Bajos desde octubre de 2010. Independiente en su economía y gobierno, elige a su primer ministro, aunque el gobernador aún es designado por la reina de Holanda, es decir, Máxima Zorreguieta. Y causa admiración que la mayoría de los habitantes hablen tan bien cuatro idiomas: papiamento, holandés, inglés y español. “¿Qué lengua prefiere?” es la pregunta que hacen grandes y chicos cuando una se acerca a conversar.


Punda y Otrobanda

El agua di Lamunchi, una refrescante limonada que venden por la calle, resulta imprescindible para la caminata urbana bajo el sol. Otro punto es que resulta difícil estacionar sin pagar, pero hay un secreto a voces: el parqueo del exclusivo mall Renaissance, en Otrobanda, está abierto 24 horas y es gratuito. Este centro comercial, que congrega marcas como Swarovski, Tifany y Armani, queda a una cuadra de la céntrica plaza Luis Brillion, con la mejor vista de Punda. Frente a la plaza está el ferri que cruza el canal en un minuto.

Las fotogénicas 15 fachadas del período colonial holandés de la calle Handelskade, a orillas del canal, son como un pedacito de Ámsterdam. Antiguas y bellas, consiguieron ser patrimonio de la humanidad. El primer edificio de la hilera es amarillo, de 1708, y hoy lo ocupa la perfumería Penha, donde hacen estragos los cruceristas (viajeros que se desplazan en crucero) que recalan en este puerto libre de impuestos. Le siguen Iguana Café, la casa verde de telas Akerman, el Banco de Venezuela, una joyería –también atacada por cruceristas– y más comercios.

Al final de esta cuadra ilustre aparece el Mercado Flotante, una sucesión de barcos venidos a diario desde Venezuela con productos frescos para vender, que aquí escasean. Llegan temprano y se quedan hasta las 6 de la tarde. Los curazoleños ya se acostumbraron a este ritual, que se repite desde 1937 merced a un tratado con Venezuela para frenar el contrabando.

Luego de cruzar el canal Waaigat de Punda por el puente peatonal Reina Guillermina aparece el Scharloo, antiguo barrio judío con mansiones de 1700 que mantienen la estrella de David en las rejas. Hoy son embajadas, escuelas, oficinas municipales, bancos de coloridas y ornamentadas fachadas.

Otro rincón histórico de Punda es el fuerte Ámsterdam, germen de la ciudad construido en 1634 por la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales. Hoy es sede del Gobierno. Junto al fuerte, en la punta de Punda, sobresale el edificio más alto de la isla: el Plaza Hotel Curazao.

Regresamos a Otrobanda en el ferri y empezamos a recorrer este barrio residencial del siglo XVIII desde el Rif Fort, fuerte de 1828 erigido con piedras del mar y convertido en patio de comidas y centro comercial. A unos metros, frente a la bahía, está la plaza central: parque Brillion, donde se besan las parejas, se juntan los amigos y cada 31 de diciembre se despide el año con una bendición del obispo.

En Breedestrat, la calle principal, y también la más comercial, hay un cierto aire pueblerino: predominan los locales de ropa barata y los bares chinos al paso. Unas cuadras más arriba, la calle se embellece con casonas de colores. También está el Bar Netto, donde desde 1954 se fabrica el famoso Rom Berde (ron verde), con fuerte gusto a anís. Su fundador, Netto Costa, murió en 2004, pero su socio y actual dueño, Jesús María Cenoman, continúa fabricando y despachando la mítica bebida y cervezas holandesas a nativos y turistas.


Las playas

Atravesamos los caseríos de Bandabao (lado de abajo) y entramos en zona de antiguas salinas y plantaciones en un paisaje semiárido, de tierra roja y espinillos. Aparece la primera Landhuis (casona de campo): Jan Kok. Es una de las 55 históricas construcciones de los siglos XVII, XVIII y XIX que sobreviven en la isla. Eran las viviendas de los holandeses propietarios de las tierras de cultivos y ganaderas. Hay más de 20 ‘Landhuizen’ abiertas al público: hoy son restaurantes, galerías de arte, centros culturales y hasta una fábrica de licor. Más adelante aparece la primera de las más de 20 playas de esta costa: Daai Booi Bai, una de las públicas, porque se debe aclarar que también las hay privadas, en las que toca pagar para ingresar.

Seguimos el viaje, y enseguida aparece la privada Porto Marí, pulcra y angosta, con su arena fina ocupada por una hilera de sillas de playas mullidas. Un largo muelle permite una zambullida más allá de las rocas que pueden aparecer en la orilla. Las máscaras y aletas de esnórquel son tan frecuentes como los trajes de baño en este mar traslúcido. Porto Marí es una muy linda playa con buena infraestructura: centro de buceo, espacio para masajes y bar-restaurante donde nos sirven un refrescante trago llamado tincho: espumante con hojas de menta y agua gasificada. La que sigue es Lagún, pequeña playa pública de pescadores, rodeada de acantilados. Hay árboles en la arena; entre ellos, un ejemplar de ‘manzaninha’, cuyo fruto es venenoso, según alerta un vistoso cartel. Seguimos viaje y pasamos por el acceso a las públicas Cas Abao y Jeremi (aquí construyeron un ‘resort’) antes de llegar a la más hermosa playa de Curazao: Kenepa o Groot Knip, según se la llame en papiamento u holandés. En realidad son dos playas: Kenepa Chiki (pequeña, ideal para esnórquel) y Kenepa Abou (la de abajo), la preferida de los que conocen al dedillo la isla.

Ya en el tramo final, en la punta de la isla aparecen West Pund Bai, playa Piskado (de pescadores, con barquitos), playa Kulki y West Pund, con arena oscura de origen volcánico. De la primera a la última no hay que irse antes del atardecer, cuando el sol se ahoga en el Caribe.


Mar ‘on the rocks’

Otra caminata conduce a Boka Tabla, donde hay que descender a una cueva subterránea en donde se ve y se siente el ingreso del mar como si uno fuera una piedra más. Más allá está Boka Kalki, donde no hay nada espectacular más que la exhibición del trabajo de erosión del mar. Un bosque de árboles con troncos muy retorcidos da paso a una playa con grandes rocas que forman una muestra de esculturas. En cada una de ellas, el mar talló una trama diferente, con una persistencia asombrosa.

NORA VERA
LA NACIÓN (Argentina) - GDA



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