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lunes, 1 de octubre de 2018

Romance en medio de la nada

Aguas fluorescentes, arenas níveas y bosques tropicales frondosos componen en Bora Bora un escenario envidiable. Rodeada por una muralla natural de islotes que le dan su propia laguna con jardines de coral, esta isla es ideal para cualquier ceremonia.



Las ceremonias en la playa no son ninguna novedad en el mundo de los matrimonios. Sin embargo, en este lado del globo solemos pensar que el mejor –o el único– lugar para celebrar este tipo de eventos es el Caribe, pasando de largo otras opciones igualmente encanta­doras, como la Polinesia Francesa.
Ubicada en el Pacífico sur, esta colec­tividad de ultramar, compuesta por 118 is­las, es una verdadera joya de la naturaleza, en la que el brillante azul turquesa del mar, las arenas níveas de las playas y el verde exuberante de las montañas y volcanes que coronan cada punto de tierra compo­nen el escenario perfecto para una boda sencilla, privada y auténtica.
La joya –la perla– de esta corona francesa es Bora Bora, una isla cuya geo­grafía es prácticamente única y a la que le sobran los escenarios para la ceremonia perfecta. Su cuerpo principal se encuen­tra rodeado, casi en su totalidad, por una muralla de islotes conocidos como motus, que encierran parte del agua como si de un foso se tratara. Esto a su vez le ha otorgado a las orillas un color incluso más fluorescente que el del mar.
Su ubicación a 270 km de Tahití, la isla central de la Polinesia, transmite la sensa­ción de estar disfrutando de un paraíso en medio de la nada. Además, su amplia oferta de hoteles de lujo, reconocidos por sus ca­bañas de madera de teka y techo de paja que parecen flotar sobre el mar refuerzan ese carácter sin igual que hacen que cual­quier evento sea especial.
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Pero antes de las nupcias, son muchas las actividades que los novios y sus invita­dos pueden hacer. La primera, obligato­riamente, tiene que ser explorar la laguna interior, sea en catamarán, buceando o disfrutando un rato del sol en alguna de las playas del lugar; después de todo, la belleza de su color es solo equiparado por su rique­za subacuática, bien representada por el jardín de corales del costado sureste, lleno de peces de todas las especies y tonos.
Otras experiencias imperdibles son el Lagoonarium, en uno de los motus al este de la isla y que posee una de las mejores vistas, sobre todo Bora Bora, la playa Ma­tira, considerada la más famosa y hermo­sa de la isla, reconocida por su pareja de palmeras solitarias en medio del agua, o la bahía de Faanui.
Quienes disfrutan actividades sobre tierra pueden visitar los montes Pahia y Otemanu que, con 661 y 727 metros de alto, respectivamente, vigilan la isla desde las nubes. Escalar estos picos, vestigios de un volcán ahora inactivo, es posible siempre y cuando se cuente con la com­pañía de un guía, pues no solo el clima y la vegetación tropical son impredecibles, sino que también está prohibido llegar a la cima del segundo. Eso sí, la vista des­de cualquiera de los miradores de ambas montañas le roba el aliento a cualquiera.

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Al bajar, no sobra recorrer las plani­cies y visitar una granja de perlas negras, producto típico de este rincón del mundo, tan especial como la propia isla y tan ro­mántico como las historias que allí co­mienzan. Como un matrimonio, esta joya requiere de especial cuidado y mucha me­ticulosidad para poder crecer y brillar. En definitiva, se trata de la prenda perfecta para llegar al altar.
El Espectador
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