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lunes, 30 de noviembre de 2015

Paracas, entre el desierto y el mar

Ubicado en el sur de la costa peruana, este distrito cautiva con sus dunas bañadas por el Pacífico.

Una de las playas de la Reserva Natural de Paracas.

El color de cada desierto y la textura de su arena son siempre distintos, dice la Reserva para la Conservación del Desierto de Dubái. El de Paracas, en el sur de la costa peruana, es de un tono tostado y su finísima arena se desliza entre los dedos arrastrada por un viento constante y silencioso. El mismo que esculpe las dunas de formas orgánicas que parecen moverse y hacen pensar lo difícil que sería encontrar el camino de regreso si uno se pierde.

El viento, que puede alcanzar 50 kilómetros por hora, le da el nombre a la región. La palabra ‘paracas’ proviene de dos vocablos quechuas y significa ‘lluvias de arena’. Siempre son noticia en la región las tormentas de arena entre agosto y octubre.

Aquí nunca llueve, aunque la mañana siempre se vea nublada y fría casi hasta el mediodía. Es tan árido que los indígenas de la cultura preinca paracas, pobladores de la zona entre los ríos Ica y Perú, entre el 700 a. C. hasta los primeros años d. C., lo descartaron para vivir debido a la infertilidad de sus suelos.

El desierto hace parte del distrito de Paracas, a 154 metros sobre el nivel del mar en la costa central del departamento de Ica, 22 kilómetros al sur de la provincia de Pisco y a 261 kilómetros de Lima. A la región se llega por tierra.

Los turistas salen desde Lima en un viaje de cuatro horas por la vía Panamericana. Después de partir aparecen suaves elevaciones de arena que luego se hacen altas e imponentes, salpicadas por fértiles valles de cultivo, a medida que se ingresa en Ica, una zona con rico pasado histórico y cuyos primeros habitantes se remontan a 10.000 años de antigüedad.

En sus tierras florecieron culturas como Paracas, reconocidos como cirujanos, famosos por sus trepanaciones (perforaciones craneanas con fines quirúrgicos) y sus tejidos comparables solo a los egipcios y a los turcos; los Wari, guerreros que formaban a los suyos para la lucha prácticamente desde que nacían; se dice que de ellos descienden los Nazca, responsables de las increíbles líneas del mismo nombre.


En la Reserva Nacional

Ya en Paracas y en medio de su desierto, esa sensación de una inmensa nada es solo apariencia. El lugar vibra de vida y de color.

Las dunas esconden una belleza abrumadora en sus acantilados de formaciones rocosas y sobre ellos se estrellan las aguas del Pacífico formando diversidad de playas entre la bahía y la península. El mar sorprende con tonos turquesas e índigos. Y a las playas se llega en la compañía de guías por caminos demarcados.

Lagunillas, por ejemplo, es una pintoresca playa llena de coloridas barcazas de pescadores donde se puede nadar y disfrutar de un almuerzo con pescados y mariscos; la Catedral con su imponente arco, de donde viene su nombre (hoy incompleto por el terremoto del 2007 en Pisco), es una formación rocosa de entre 28 y 40 millones de años; Playa Roja sorprende por sus arenas rojizas y Punta Arquillo es un mirador para apreciar lobos marinos.

Hasta ahora hay registradas en la zona 1.543 especies vegetales y de animales marinos y terrestres, entre ellas un numeroso grupo de aves como el cóndor, el pingüino de Humbolt y el flamenco.
El lobo de mar, las nutrias y con frecuencia los delfines habitan estas aguas que hacen parte de la rica corriente de Humbolt.

Todo esto hace parte de la Reserva Natural de Paracas, creada en 1975 en un área de 335.000 hectáreas entre la península de Paracas y la punta de Morro Quemado. El 65 por ciento de reserva lo compone el territorio marino y el resto, el desierto costero.

Son más de 15 puntos de visita, incluido el Centro de Interpretación, diseñado para orientar a los visitantes antes del recorrido sobre la historia de la reserva y sus riquezas naturales.

Islas Ballestas

La mañana es ideal para visitar islas Ballestas, un archipiélago a media hora de la costa de Paracas y paraíso de biodiversidad. Está por fuera de la Reserva Nacional por ser centro de negocio del guano (excremento de las aves que se usa como abono desde la época incaica y aquí se recoge cada cinco años).


Es un recorrido de cuatro horas con paradas. La primera es en El Candelabro o Tridente, una figura gigantesca dibujada con 60 centímetros de profundidad sobre una colina de arena,orientada hacia la Pampa de Nazca.

Se especula, por la composición de minerales del terreno aledaño, que en la oscuridad debió brillar como la plata; algunos estudiosos afirman que hace parte de las líneas de Nazca, aunque no se sabe a ciencia cierta cuánto tiempo tiene, cómo permanece intacta ni cuál es su función.


Un poco más lejos, sobre los islotes, miles de aves se mezclan con pingüinos de Humbolt y lobos marinos que se ven desde las lanchas, muy cerca de ellos, sin desembarcar para no alterarlos. Si tiene suerte, verá delfines nadando en las cercanías.

Tarde de aventura

El desierto de Paracas es escenario para la aventura. Hacia las 5 de la tarde, las dunas se pueblan de vehículos conducidos por expertos conocedores del desierto para ofrecer una aventura única.


Para los viajeros más exigentes, la travesía se hace en camionetas 4 × 4. Un recorrido de vértigo que finaliza en un punto estratégico para hacer las mejores tomas del atardecer y disfrutar de una sesión de sandboarding deslizándose a velocidad a lo largo de las dunas, sentados o acostados sobre delgadas tablas. Los expertos, que se deslizan de pie como si fueran olas, prefieren las empinadas dunas de la ciudad de Ica para esta actividad.

Cuando ya no hay más sol para tomar fotos, el recorrido continúa y finaliza en una carpa en medio del desierto, rodeada de antorchas y decorada con cojines y tapetes para saborear un picnic nocturno.


La cena, con vinos y bocados de carnes y mariscos a la parrilla, es el marco ideal para una romántica velada o una divertida noche aderezada con historias de fantasmas que harán salir más de una risa nerviosa y hasta temor para ir solos al baño.

Los más aventureros prefieren atravesar el desierto en tubulares (buggies) descubiertos y equipados solo con unas gafas y un cinturón de seguridad para escalar dunas desde los 5 hasta los 150 metros de altura.

Eso sí, olvídese de gritar para evitar que la boca se llene de arena. La picazón de esta golpeando la piel y la sensación de vértigo al quedar en la cima de las dunas antes de bajar a toda velocidad es inigualable. Al finalizar, otra sesión de sandboarding y las fotos más espectaculares que pueda imaginarse serán el mejor recuerdo de este viaje donde los descubrimientos nunca terminan.

Si usted va…

Dinero. Puede llevar pesos colombianos y cambiarlos por soles a su llegada en el aeropuerto de Lima. O, si lo prefiere, lleve dólares y cámbielos en Perú. Un sol equivale a unos 900 pesos colombianos.

Clima. Es desértico con temperaturas superiores a los 30 °C, aunque las mañanas son nubladas y muy frescas. En invierno, la temperatura desciende hasta 10 °C en las noches.

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