El Regal Princess recorre islas paradisiacas del Caribe, como St. Thomas y St. Martin.
Regal, el barco más nuevo de Princess, tiene capacidad para 3.560 pasajeros y es atendido por 1.346 tripulantes. Lujo, comodidad y un servicio de primera, las cualidades de este gigante. |
La salida la anuncia una melodía alegre, que
se repite por el eco de los edificios que rodean el puerto de Fort
Lauderdale (Estados Unidos). Es la música de la serie El crucero del
amor, una de las más populares de finales de los 70 y mediados de los
80, pero en los acordes y el volumen de la bocina de un barco tan largo
como 11 buses biarticulados de TransMilenio y casi tan alto como un
edificio de 20 pisos. Regal, la nave más nueva de la naviera Princess,
fue bautizada a finales del 2014 y sus padrinos son quienes
interpretaron en la serie al capitán Stubing, a Gopher, a Isaac, a Doc, a
Julie y a Vicki.
Por eso su ‘himno’ particular. Aunque solo con
hacerlo sonar se roba la atención, todo el encanto está dentro. No
tiene atracciones de un parque de diversiones. Tampoco es el que más
personas puede llevar a bordo. Aquí, los récords no interesan; la
comodidad sí. Esta se disfruta con un paseo por el malecón sobre el mar,
en una tarde de spa, con una noche de cine bajo las estrellas o en una
mañana de sol en las piscinas. Con el relax de la brisa que roza los
jacuzzis al aire libre, con una noche de teatro, con cenas en
restaurantes de distintas especialidades. También, en el sabor de un
coctel caribeño en los bares, con un helado y hasta con una sesión de
gimnasio para ‘bajar’ ese helado. Y por qué no, con un juego a la suerte
en el casino, comprando en las boutiques, disfrutando de la galería de
arte o bailando en la discoteca. A este crucero, un hotel de lujo que
viaja por el océano hasta descubrir islas paradisiacas y puertos
encantadores, no le falta nada.
Un viaje a la libertad
El Caribe este es una de las rutas del Regal
Princess, un buque con capacidad para 3.560 pasajeros y atendido por
1.346 tripulantes. Una tarde cálida de domingo lo despide de Fort
Lauderdale mientras los ‘vecinos’ del puerto se asoman para desearles
feliz viaje a los cruceristas.
La primera tarde-noche se pasa volando entre
acomodar la maleta, descubrir cada espacio de la cabina (la habitación),
explorar la cubierta, cenar y ver cómo el sol parece sumergirse en el
fondo del océano.
El despertar es soñado: con una playa
enfrente, que acaricia un mar de colores. Es la primera parada. Se llama
Princess Cays, es de propiedad de la naviera y está en el sur de la
isla Eleuthera –que en griego significa ‘libertad’–, una de las 700 que
conforman las Bahamas. La separan 7.854 millas de Seúl (Corea del Sur),
11.570 de Perth (Australia) y 1.179 de Caracas (Venezuela), según lo
indica una llamativa señal que adorna el paisaje.
Al tocar la arena sobresalen 18 bungalós de
colores, que se identifican por los nombres de frutas como piña, manzana
dulce y sandía, y de flores como orquídea y jazmín. Son espacios que la
naviera alquila para quienes buscan privacidad.
El resto de la playa es abierto, para
asolearse, nadar y contemplar el barco anclado a unos metros. En una
operación exprés, la tripulación acomoda un extenso bufé para servir a
los viajeros. La tarde se pasa jugando en bananas inflables, con un
paseo en buggies, pescando o buceando, como parte de las actividades
adicionales que ofrece Princess. El compromiso es abordar antes de las 4
p. m.
Magia en las montañas
El tercer día pasó en alta mar, rumbo a Saint
Thomas (cuarto día), la principal de las Islas Vírgenes de Estados
Unidos. Fue descubierta por Colón en su segundo viaje, y su encanto está
en las playas que rodean la capital, Charlotte Amalie, entre ellas
Magens Bay, y en los miradores.
Sam, nacido en Jerusalén (Israel), llegó a esta isla hace un par de décadas.
Conduce un taxi en el que ofrece tours a los visitantes. Cobra entre 20 y 25 dólares por persona por un recorrido de dos horas, que incluye cinco paradas. Manejan por el carril izquierdo, como en los países que fueron colonia británica, aunque los carros tienen el timón en la izquierda, como en el resto del mundo.
Una de las paradas es en Mountain Top, un
mirador para apreciar el encanto de esta isla y de algunas vecinas como
Saint John (EE. UU.) y Tortola (Reino Unido). Se dice que ahí nació el
popular daiquirí de banana, bebida tradicional.
Por ser puerto libre, comprar joyas, relojes y licor puede resultar económico.
Selfi con aviones
El quinto día es especial: es la última parada
en puerto, y el destino mezcla dos culturas, dos idiomas y dos banderas
europeas en un territorio de 88 kilómetros cuadrados. En Saint Martin
(en francés) y Sint Maarten (en neerlandés) habitan personas de 112
nacionalidades. Lo dice Antonio, un dominicano amante de las mujeres
colombianas –dice que tiene un hijo paisa– que se dedica al turismo.
En su camioneta guía tours que pasan de
Philipsburg, capital del lado holandés (sobre el Caribe), a Marigot,
capital del territorio francés (sobre el Atlántico). Habla de Front
Street, la calle de la joyería, la perfumería y la electrónica, y de
Back Street, la de la ropa. Ambas en Philipsburg, donde arriban los
cruceros.
Cada lado tiene gobierno, policía, bomberos y
plantas de energía. La mayoría de habitantes habla inglés, aunque
ocasionalmente se escucha francés y neerlandés. Como toda perla del
Caribe, atesora playas de arena clara y agua de colores. Orient Beach es
la recomendada. Está en el lado holandés y es muy frecuentada, además,
porque tiene una zona nudista.
Pero, aparte de tener fama por ser un buen
lugar para comprar (se comercia en dólares y euros), esta isla se ha
hecho famosa por selfis y videos en la playa de Maho, justo cuando los
aviones aterrizan en el aeropuerto Princesa Juliana (lado holandés). Es
tan emocionante que los turistas esperan horas para sentir cómo las
aeronaves ‘rozan’ la playa para tocar suelo y frenar. Y aunque hay
avisos que advierten del peligro, sentir el poder de las turbinas cuando
van a despegar es otra aventura.
La noche marca el regreso a Fort Lauderdale,
son dos días en alta mar para explorar el buque de arriba abajo. Un
espectáculo tipo Broadway en el teatro; el show de agua y luces en la
cubierta; una comida italiana en Sabatini’s (imperdible); una noche de
música en la Piazza, el impecable centro social del barco, con estilo
italiano, o una fiesta en la cubierta.
Si bien la mayoría de los tripulantes se
comunica en inglés, es posible encontrar latinos e incluso quienes
hablan español a la perfección, como el alemán Dirk Brand, mánager del
hotel, quien con sus relatos sobre la vida en el mar inspira a explorar
más puertos.
Si usted va
El Regal sale el 20 de marzo de Fort
Lauderdale, va a Bahamas, Grand Cayman y Costa Maya. Se necesita visa de
Estados Unidos. Cabina interior: US$ 794. Balcón: US$ 1.124.
*Precios por persona. No incluye tiquetes aéreos, impuestos, propinas ni excursiones.
El Tiempo
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