Primera mañana, tres kilómetros de bahía
San Sebastián, España |
Un
día para rastrear la ciudad de siempre, la que eligieron los reyes para
tomar baños de mar en la Concha. Y otro para recorrer la ciudad más
actual, que se renueva y reinventa aguijada por el reto de ser Capital
Europea de la Cultura 2016. Capital de la cultura que se ve y se oye en
museos, teatros, cines y estos días también en la calle, porque no hay
lugar donde los tambores no resuenen durante la Tamborrada. La otra
cultura, la que se come, acompaña a una cita tan importante mostrando su
mejor cara. Aprovecha la ocasión para vivir y conocer la Donostia más
festiva.
Tres kilómetros de bahía
10.00 horas. Bahía de la Concha
Para empezar un día tradicional, nada como pasear por la bahía de la Concha junto a los donostiarras. A éstos se les distingue de los de fuera porque presumen (con razón) de orgullo urbano y van hablando con sus acompañantes de la Quincena Musical y saludando a diestro y siniestro con un «¡epa!». Es un buen recorrido el que tiene la bahía: tres kilómetros justos. Un paseo que iniciamos en el extremo occidental, junto al Peine del Viento, la obra más famosa de Chillida y uno de los iconos más reconocibles de la ciudad [ahora con el acceso cerrado, en fase de obras de estabilización de la ladera]. Los días de marejada, el lugar se pone a tope de gente que viene a ver romper las olas. Incrédulos, los forasteros oyen a los vecinos contar cómo, con las mareas vivas, se puede pasar caminando a la isla de Santa Clara. Viendo el mar embravecido, parece un milagro del Antiguo Testamento.
10.30 Un funicular de 1912
Muy cerca del Peine del Viento, detrás del Real Club de Tenis, nos aguarda el funicular de madera que, desde 1912, asciende al monte Igeldo. Arriba hay un parque de atracciones de los que ya no quedan, con ponis, salas de espejos, una travesía en barca por un río misterioso o en vagoneta por una montaña suiza, casetas de tiro y de venta de golosinas… El monte ofrece también la mejor vista de la ciudad, la bahía de la Concha y la isla de Santa Clara. Hay que tener en cuenta que el parque no abre hasta las 11.00 o 11.30 (depende de la temporada). Si vamos con niños, esperaremos y echaremos aquí la mañana. Si no, disfrutaremos del panorama y bajaremos en el siguiente funicular.
11.30 Recuerdos de la Belle Époque
Continuamos recorriendo la bahía por el paseo que bordea la señorial playa de Ondarreta. Esta playa está separada de la de la Concha por el pico del Loro, como se conoce el extremo del promontorio sobre el que se alza el palacio real de Miramar, construido a finales del siglo XIX en estilo ‘cottage’ inglés reina Ana. Mucho antes hubo aquí una capilla consagrada a la Virgen de Loreto. De ahí debió venir, por confusión, el llamarle Loro al lugar porque papagayos, en Donostia, hay pocos. Una vez franqueado el pico del Loro a través de un túnel, salimos al paseo de la Concha, con vistas a la playa urbana más famosa de España y con dos lugares que recuerdan vivamente la Belle Époque: La Perla, antiguo balneario de la aristocracia y hoy moderno centro de talasoterapia, y el Hotel De Londres y de Inglaterra, levantado en 1863. También evocador de aquella época feliz y un tanto frívola es el actual Ayuntamiento, que se alza al final del paseo, mirando a los tamarindos del parque Alderdi-Eder (lugar hermoso, en vasco). Actual porque lo es desde 1947; antes, desde 1887, fue casino. Mata Hari, Trotsky y el barón de Rothschild se jugaron aquí los cuartos a la ruleta, los caballitos y el chemin de fer. Nativos no entraban apenas pero, por si acaso, las boinas y las alpargatas estaban prohibidas.
El monte Igeldo ofrece la mejor vista de la ciudad, una espectacular panorámica de la bahía de la Concha y la isla de Santa Clara
12.30 En motora a la isla de Santa Clara
Para completar el clásico paseo por la bahía, solo nos queda acercarnos al muelle, como llaman los donostiarras al puerto viejo, y visitar el Aquarium, que es una de las instituciones más venerables y queridas de la ciudad, pero que de vieja ya sólo tiene el año de fundación (1928), porque tras la reforma dirigida por los arquitectos Ángel de la Hoz y Cristina Fontán, es un acuario muy moderno. Del muelle salen en verano las tradicionales motoras que llevan a la isla de Santa Clara, donde hay un faro y una playita encantadora, de sólo 30 metros, sendas y merenderos.
Guía Repsol
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