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miércoles, 31 de agosto de 2016

Amazonas, el lugar donde nace la vida

Recorrido por los secretos y encantos de este paraíso de biodiversidad, entre la selva y el río.

El Amazonas es tierra para nacer, para morir y para renacer. Los misterios que esconde este bosque tropical, considerado más extenso del mundo, son celosamente guardados por un río que permite y niega la vida a su natural antojo.

Justo al frente del puerto civil de Leticia –capital del departamento del Amazonas– está la isla de la Fantasía. Sus casitas de colores, cada una encaramada en dos metros de madera chueca, dan la impresión de que tiemblan de miedo. Y hay razón para tenerlo. “Esta isla se llama la Fantasía porque cuando el río se crece, desaparece”, narró sin preguntarle un cordial leticiano.



En este punto, en el extremo sur de nuestro país, se abrazan Perú, Brasil y Colombia, en lo que se denomina el trapecio amazónico. Pasar de un país a otro en este lugar es como cambiar de barrio en una ciudad. Tabatinga (Brasil) y Leticia son separadas apenas por una avenida, y para ir a Puerto Alegría, la comunidad peruana más cercana, basta con aventurarse en lancha unos 35 minutos.


El río Amazonas –que en un tramo de 1.600 kilómetros entre Tabatinga y Manaos fue bautizado por los brasileños como el río Solimões–, alberga, en una extensión de 7.082 kilómetros, más agua que los ríos Nilo (África), el Yangtsé (China) y el Misisipi (Estados Unidos). 



Navegarlo es como ir volando. Sus aguas se ven mansas, y el reflejo del cielo y el sol sobre su lienzo oscuro pintan uno de los atardeceres más bellos e imponentes de todo el continente. No por poco esta Amazonia despampanante fue catalogada en el 2011 como una de las siete maravillas naturales del mundo.

A Colombia le corresponden –de los estimados 6 millones de kilómetros cuadrados de selva que se extienden por nueve países– un aproximado de 109.655 kilómetros cuadrados, más que suficiente para disfrutar de la más extravagante y colorida fauna y flora, de lo más místico del conocimiento indígena y de los secretos de la selva y del río.


La ley es animal

Los animales de la selva tienen una regla: al que se deje ver, se lo comen. Eso lo explican los nativos. Los viajeros deben saber que aunque este es uno de los lugares más biodiversos del mundo, la fauna es esquiva. Aquí las especies usan las condiciones que ofrece la región para esconderse de las fotos y los turistas, y también de sus depredadores.

Sin embargo, a 30 minutos en lancha desde Leticia, está abierto para los visitantes el bioparque de la fundación Icocosa, que significa ‘casa de animales’ y que según Humberto Madrid, su director, quiere cumplir con los objetivos de conservación de biodiversidad. El lugar tiene una particularidad.



Las más de 200 especies que se aprecian allí –entre monos, peces, serpientes, tortugas, caimanes, mariposas y un jaguar– han sido rescatadas en la zona. Algunos estaban en la mira de los cazadores, estaban heridos o en riesgo de muerte.



Para tener contacto con los animales amazónicos también se puede ir a Puerto Alegría (a 35 minutos del puerto civil de Leticia), un pequeño poblado peruano donde guacamayas, osos perezosos, lagartos y monos de variadas especies caminan libremente entre nativos y turistas.


La vida de los indígenas

El encuentro cultural que se gesta entre Colombia, Perú y Brasil toma forma en el corazón de las etnias indígenas que habitan esta zona sin distinguir fronteras. Las comunidades de ticunas, huitotos, camsás, yaguas, nukaks, tucanos e ingas –entre otras– guardan los secretos de su enigmático hogar: la selva.

Tras navegar una hora desde Leticia por el río Amazonas, se llega a la comunidad El Progreso, de la etnia ticuna. El camino está rodeado por ceibas centenarias de hasta 50 metros de altura.
“Bienvenidos, mi nombre es Evaristo Bento, soy clan guacamayo, etnia ticuna, que significa el hombre pintado de negro”.

Así nos recibe el curaca (líder) de esta comunidad. Sobre su cabeza lleva un ramillete de plumas de los colores del arcoíris, en su mano izquierda un bastón en forma de pené –que no es más que una rama del capinurí, árbol de la fertilidad–, y mordiendo su cuello, varios dientes de jabalí.

Niños, jóvenes, adultos y ancianos se reúnen en su maloca para dar inicio a una muestra de lo que es su fiesta tradicional. Es una ceremonia en la que los visitantes pueden participar de la danza y cantar al ritmo que dictan instrumentos rudimentarios, como caparazones de tortuga convertidos en tambores, maracas y flautas.
Vuelta en Puerto Nariño.



El departamento del Amazonas, pese a ser el de mayor extensión del país, es de los que menos habitantes tiene. Su capital, Leticia, contaba en el 2015 con apenas 41.326 habitantes, número insuficiente para llenar el estadio El Campín de Bogotá. La segunda población del Amazonas es Puerto Nariño, ubicada a 87 kilómetros de la capital, en lancha.

El pueblo, oculto en el corazón de una densa capa verde de selva, está situado a orillas del río Loretoyaco; sus calles, arquitectura y gente son tan coloridas como tranquilas. Están la iglesia, la Alcaldía, el centro deportivo y la estación de Policía. Hay varios hoteles y restaurantes donde el pirarucú, la palometa, el dorado y el tucunaré, entre otros peces, deleitan el paladar de los viajeros.


Tras los delfines rosados

Al salir de Puerto Nariño fuimos en busca de los míticos delfines rosados. Ir tras ellos, navegando las serenas aguas amazónicas, es una experiencia inolvidable. Primero arribamos al lago Tarapoto, a dos minutos de Puerto Nariño, zona donde es común ver a estos cetáceos.
Verlos saltando, intrépidos y alucinantes por encima de las olas del Amazonas, requiere de paciencia y buena energía, según los guías que nos acompañan.

Con la mirada clavada en el agua cada rama o tronco que arrastra la corriente parece ser uno de ellos. “Ahí hay uno”; “no, a la izquierda”, “a la derecha”, “son dos, miren, miren”, se escucha a bordo de una lancha repleta de personas encantadas con la magia que trasmiten estas criaturas.


Cuando sale el primero, sea gris, rosado o muy rosado (lo que significa que es de edad avanzada), no dan tregua, cada segundo sacan del agua los cerca de 185 kilogramos y 2,5 metros en promedio que miden, dejando sin aliento a quien tiene la posibilidad de apreciarlos. Milagros de la naturaleza que solo ocurren en el Amazonas.




Si usted va…
Para ingresar a Leticia se debe pagar $ 22.000 que se recaudan para el mejoramiento de la ciudad.
Es indispensable mostrar el carné de vacunación contra la fiebre amarilla.


No olvide el repelente contra insectos, gorra o sombrero, protector solar y botas de caucho si le interesan los recorridos por la jungla. Tenga en cuenta que los desplazamientos serán, en la mayoría de casos, en lancha.

El Tiempo / Fotos: Juan Diego Buitrago


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