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jueves, 1 de septiembre de 2016

Viaje de ensueño a Minca, el destino de moda en Santa Marta

Este corregimiento es la nueva apuesta turística de la capital del Magdalena. Naturaleza pura.

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Las corrientes marinas que soplan desde el Caribe se cuelan por entre los picos de la Sierra Nevada de Santa Marta, se deslizan como un fantasma por la cuenta del río Guachaca y se ven así: como un río de nubes.

Estamos en la finca Santa Elena, en la vereda La Tagua, a 2.200 metros de altura sobre el nivel del mar, en el sector de cerro Kennedy. Este santuario natural hace parte del corregimiento de Minca, la nueva apuesta turística de la capital del Magdalena.



El amanecer quita el aliento de tanta belleza: se divisan en todo su esplendor los picos nevados Bolívar y Colón, y también el espeso cordón montañoso de la cara suroeste de la Sierra Nevada de Santa Marta: ese paraíso de biodiversidad de 17.000 kilómetros cuadrados que comienza en el mar y se corona a 5.775 metros. Son las 5:30 de la mañana y hace mucho frío. Pero vale la pena madrugar para contemplar semejante espectáculo de la naturaleza.


Aquí, uno se siente en el cielo, pero sentado sobre la montaña. Rubiela Mora, la anfitriona, sirve un delicioso café caliente preparado con panela en un fogón de leña. Y así, con el tinto mañanero, nos sentamos simplemente a disfrutar de la paz y la libertad que se respiran en medio del paisaje. La vida pura.


Pozo Azul, en Minca, es un conjunto de cascadas de agua cristalina y fresca que baja desde lo más alto de la Sierra Nevada. Guillermo Ossa

El lugar atrae a viajeros nacionales y extranjeros que buscan destinos vírgenes, lejanos del turismo masivo, que permiten vivir experiencias auténticas. En este caso, la vida rural de Santa Marta. La vida sencilla de la casa de los Rincón, adaptada para alojar hasta a 14 personas, y donde han dormido franceses, belgas, alemanes, ingleses y suizos, que dejan su gratitud plasmada en el cuaderno de recuerdos.

El francés Phillippe Enaud, de 60 años, escribió lo feliz que fue ordeñando vacas y escuchando la guitarra y las canciones de Alejandro, el esposo de Rubiela y el papá de Carlos. “Estos dos días los guardaré en la memoria toda la vida. ¡Merci beaucoup!”


El café y la cerveza
Llegar hasta cerro Kennedy es una aventura. Salimos desde Santa Marta en un campero cuatro por cuatro, necesario para lidiar con la vía, actualmente en reparación. Y se toma camino rumbo a Minca, cuyo centro poblado es el destino de moda entre los extranjeros que visitan Santa Marta. Un paraíso para hippies y mochileros, en las faldas de la Sierra Nevada de Santa Marta.

Minca –a 14 kilómetros de la ciudad– es un caserío con hostales, cabañas, cafés, galerías de arte y tiendas de artesanías, rodeado por la espesa vegetación de la sierra y por cascadas como Pozo Azul, donde vale la pena darse un chapuzón.


Hacemos una parada en la hacienda La Victoria, fundada por una familia inglesa en 1892 y productora de café de exportación. Más adelante, la propiedad pasó a manos de una familia alemana. Allí ofrecen recorridos en los que muestran el proceso de elaboración del grano y dan degustaciones.


En la hacienda cafetera La Victoria, en Minca, hay una fábrica de cerveza artesanal. Un experto alemán es el encargado. Guillermo Ossa

Y en el segundo piso hay un pequeño local atendido por una pareja de jóvenes franceses, que llegaron de paseo y se quedaron a vivir. Allí, Rebecca Bruchet y su novio, Arnaud Boulanger, sirven el exquisito café de La Victoria con lo mejor de la repostería francesa.

“Nos quedamos a vivir en Minca porque este lugar es mágico”, cuenta Rebecca, quien tiene el proyecto de montar un hostal en medio del monte. Afuera de la casona, bordeada por cafetales, queda la fábrica de cerveza Nevada. Y quien la administra es otro extranjero: el alemán Jonas Kohberger, de 27 años. El joven, que estudió producción de cerveza en su país, atiende a un grupo de turistas extranjeros que disfrutan de dos de las mejores variedades artesanales que aquí se preparan: Happy Jaguar y Happy Tucán.


Arriba, el bosque de niebla que conduce a cerro Kennedy. Es el lugar ideal para el avistamiento de aves. Y aquí, Rebecca Bruchet y Arnaud Boulanger, dos franceses que montaron negocio en Minca. Guillermo Ossa

Rumbo al cerro
Volvemos al campero y retomamos el camino rumbo al sector de cerro Kennedy. Nos espera hora y medio de recorrido hasta llegar a la finca La María, en la vereda La Tagua. Llegamos. Y ahora toca caminar. Carlos Rincón, el guía, ajusta el equipaje en el lomo de una mula y emprende el camino. Nos espera un ascenso de tres kilómetros.

La travesía es de exigencia media, pero se hace muy agradable: atravesamos ahora un bosque de niebla, que parece el escenario de un cuento de hadas, acompañados por el canto de varias de las 628 especies de aves que hay en la sierra.

Al tramo más difícil le dicen, con razón, ‘el espinazo del diablo’. Después de una hora y media de caminata, llegamos a la finca Santa Elena. Son las 6 de la tarde y el sol se esconde en medio de la espesa niebla. De noche, el cielo es un bellísimo lienzo lleno de estrellas. No en vano, la sierra es un gran destino para la contemplación astronómica. Nos acostamos con la promesa de levantarnos temprano para contemplar uno de los mejores amaneceres que cualquier persona puede ver en la vida. La promesa fue una certeza: el sol, la montaña, las nubes y el cielo.

Hay muchas más cosas para ver y hacer: el ascenso a la cima de cerro Kennedy, a 3.100 m s. n. m., donde se aprecia la mejor vista de la Sierra Nevada de Santa Marta, incluido, el mar.

También se hacen cabalgatas y ciclomontañismo. Otra opción es la visita a la cascada Pancú, que en la lengua de la etnia wiwa –uno de los cuatro pueblos que habitan la sierra– significa ‘guardián’. Es una caída de agua de 100 metros de altura donde los viajeros tienen la opción de participar en una ceremonia de sanación ancestral con un mamo. Y así Santa Marta –con su lado más rural y desconocido– regala sorpresas y cumple promesas.

El Tiempo


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