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jueves, 11 de abril de 2019

Si va a París, ¿qué puede aprender de sus principales monumentos?

 FOTOS Jonathan Montoya


La Ciudad Luz es un caracol. Sus veinte distritos, enmarcados por la corona de la autopista periférica, se despliegan desde el centro que marca el Museo del Louvre en el sentido de las manecillas del reloj.
Llamarla por su adjetivo –Luz– sigue siendo la forma de evocar una cierta sensación de iluminación que siente cualquiera al visitarla, venga este del hecho de que allí se instalaron los primeros alumbrados públicos o de que allí tuvo cuna la Ilustración (ese movimiento filosófico y cultural del siglo XVIII que acentúo el predominio de la razón humana).
Su serie de puentes sobre el Sena, su laberíntico trazado, sus inmensos ejes monumentales, el plato de espaguetis que conforman sus 14 líneas de metro, su diseño urbanístico plagado de zócalos habitables y terrazas donde se instalan sus famosos cafés y restaurantes pequeños, bajo los balcones forrados de finos trabajos de herrería son solo algunas de las características que a la vez que intimidante la hacen acogedora.
París es, pues, una ciudad capital, en el sentido extenso de la palabra: capital de una de las 7 potencias mundiales, capital económica de Europa (además, una de las ciudades más caras del mundo), capital de la moda, de la gastronomía, de la belleza, del lujo; en fin, capital cultural del mundo occidental.
Sus monumentos son referentes mundiales, ¿qué aprender de ellos? Estos son algunos datos.
El arco del triunfo

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Los residentes de la Ciudad luz pasan cerca de él con afán, tal vez para bajar a la estación Charles de Gaulle-Etoile y alcanzar el tren que está a punto de pasar; para ellos ya es paisaje. Para los turistas es el escenario de la foto que les dará decenas de likes en redes sociales.
Desde su inauguración, la construcción lleva ahí casi 183 años, los cumple el 29 de julio. A ella llegan doce avenidas, es el centro de una rotonda con fama de ser una de las más difíciles de cruzar para un peatón; por eso, para llegar allí existen cruces subterráneos, de esa manera es posible acercarse y encontrarse con el Arco y su historia. Por ejemplo, en sus cuatro pilares están grabados los nombres de las batallas que ganaron los ejércitos napoleónicos, también conocidos como La Grande Armée, entre ellas la batalla de Abouki, la de Jemappes y la toma de Alejandría.
Fue justamente un personaje del que se ha escuchado hablar en cualquier cátedra de historia sobre Europa quien ordenó su construcción: Napoleón. Lo hizo, según la web de turismo Civitatis Tour, “en 1806 al finalizar la batalla de Austerlitz”. Luego la obra se finalizó cuando el mandatario era Louis-Philippe.
Quienes llevaron los restos de Napoleón hacia el Palacio de los Inválidos cruzaron el arco, pues uno de los deseos del gobernante era pasar debajo de él. Allí también reposó en un ataúd el cuerpo de Víctor Hugo, novelista que enorgullece a Francia, fue el 31 de mayo de 1885. Además, cientos de nazis pasaron por él en un desfile militar el 14 de junio de 1940 cuando París fue tomada.
La Torre Eiffel

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Llevar la mirada a su punta, eso se puede hacer en una caminata por algunas calles de París, pero lo mejor es acercarse de varias maneras.
Una, viendo su grandiosidad desde Trocadero, una plataforma atestada de turistas y vendedores que ofrecen miniaturas chinas del monumento, tal vez el mejor escenario para conseguir una fotografía. Otra, deteniéndose debajo para ver hacia arriba su majestuosidad, y por qué no, en un viaje en la línea 6 del metro de la ciudad después de que el tren sale y cruza el río Sena.
La Torre es el más grande referente turístico de París, y sobre la ciudad cuenta varias cosas, entre ellas, cómo le ha servido por su “vocación científica”.
No es entonces solo un lindo monumento, “desde 1889, la Torre Eiffel se utiliza como laboratorio de mediciones y experimentos científicos. Se instalaron numerosos aparatos (barómetros, anemómetros y pararrayos). Además, Gustave Eiffel se reservó una oficina en la tercera planta para realizar observaciones de astronomía y fisiología”, cuenta la web que lleva el nombre del símbolo de la Ciudad Luz. Aunque ese lugar ya es solo turístico.
Por un transmisor de TV que tuvo la torre, los parisinos pudieron ver el 2 de junio de 1953 la retransmisión de la coronación de la Reina Isabel de Inglaterra, y en 2010 se reformaron los equipos de Télédiffusion de France para preparar la llegada de la televisión digital.
Pareciera increíble, pero su construcción duró solo unos dos años. Hace poco estuvo de cumpleaños, llegó a los 130 el 31 de marzo.
Notre Dame

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Puede sonar increíble pero su construcción fue entre 1163 y 1245 y no “delata su edad”, seguro por las adecuaciones que ha tenido en sus más de ochocientos años. Dentro de ella han estado personajes como Napoleón Bonaparte (1769-1821) y Enrique VI de Inglaterra (1421-1471), allí se celebraron sus coronaciones.
Además, Notre Dame, que traduce al español Nuestra Señora, fue el escenario de la beatificación de Juana de Arco el 18 de abril de 1909.
Y por su carácter religioso, la plaza de este monumento, ubicada justo al frente de su costado occidental, contó con la visita del Papa Juan Pablo II en 1980. Después, en 2005, el sitio se bautizó con el nombre del santo.
Un dato interesante que cuentan en las visitas guiadas, para las que hay que reservar un cupo, es que Notre Dame ha tenido en su historia un vínculo fuerte con la música contando con directores de coro, organistas y compositores destacados entre los artistas musicales franceses.
En 1963, según cuenta la web de la catedral, el padre Jehan Revert, que murió en 2015, celebró el octavo centenario de la catedral con un concierto en el que sonaron obras que ejemplificaron ocho siglos de música. Hasta entonces, el coro de la iglesia solo intervenía en los actos litúrgicos.
André Campra, considerado una de las figuras de la música francesa de principios del siglo XVIII, “famoso por su música religiosa y por sus obras seculares”, resalta la web de Notre Dame, también hizo parte de esta catedral, Fue nombrado maestro de música en 1694 y sucedió al compositor Jean Mignon.
Y un organista para destacar es Yves Devernay (1937 – 1990) quien a quien le dedicaron “El concierto inaugural de la restauración del gran órgano, el 4 de diciembre de 1992”.
Con suerte, lo que escuchará quien cruce la plaza o esté cerca de ella, será sus campanas
El Colombiano
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