La isla ofrece a los turistas más que playa, brisa y mar. Entérese de qué planes hay por hacer.
San Andrés no solo es famosa en Latinoamérica
por sus hermosas playas. La isla, declarada Reserva de la Biosfera por
la Unesco, tiene una cara desconocida por muchos: la del turismo de
naturaleza. Por eso, el Fondo Nacional de Turismo (Fontur) se
puso en la tarea de promover al archipiélago como un nuevo destino del
ecoturismo en Colombia.
Más allá de disfrutar todo un día de sol en una playa y de viajar en un plan todo incluido, San Andrés ofrece un mar de posibilidades a todos los turistas.
Bucear, comer en restaurantes típicos, conocer los manglares o subir a
La Loma, el punto más alto de la isla, son algunos planes recomendados.
Tras los tesoros marinos
Antes de sumergirme en el mar, un cierto
pánico me invadió. “¿De qué tienes miedo? ¡Mira la piscina a la que te
vas a meter!”, me dijo Paul Howard, instructor de buceo nacido en la
isla.
Comparar ese inmenso mar Caribe con
una piscina no es una exageración, pues San Andrés está protegida por un
gran arrecife de corales –uno de los ecosistemas coralinos más extensos
y productivos del mundo– que frena la llegada de las olas a la costa.
Con el tanque lleno de aire, aletas, un
cinturón con seis pesas (para poder sumergirse fácilmente), un chaleco y
una buena careta me adentré en el llamado “mar de los siete colores”,
no sin antes recibir instrucciones, indispensables sobre todo para los
que nunca han tenido esta experiencia. Después de entrar en confianza
con el equipo de buceo y la inmensidad del océano, empezamos la
aventura.
Lo primero que llama la atención al
sumergirse es el silencio profundo. Es como encontrarse en un mundo
diferente del que somos solo espías. Cuando se está debajo de ese
colorido mar, ni la gravedad ni las preocupaciones existen. El horizonte
no es otra cosa que un sinfín de promesas.
Algunos peces, atrevidos y curiosos, pasan por
nuestro lado como queriendo saber quiénes somos. Paul me advirtió con
señas hacia dónde mirar: corales duros, blandos, corales cerebro, peces
ángel, peces trompeta –muy tímidos–, algas y toda una pradera de pastos
marinos nos rodeaban.
Durante 45 minutos, que parecieron diez, todo
fue silencio y armonía. El tanque de oxígeno, que ya llegaba al límite
de su capacidad, nos despertó del ensueño en el que estabamos. Luego
regresamos a la costa como despidiendo a alguien que uno ama.
Lo que convierte a la isla de San
Andrés en uno de los mejores lugares para hacer buceo son las diferentes
profundidades que hay cerca de la costa, la temperatura del agua, la
buena visibilidad y la ausencia de corrientes marinas.
También hay barcos hundidos que naufragaron
mientras intentaban llegar a la costa; en ellos es posible ver todo tipo
de vegetación marina, peces, caracoles, tortugas y hasta tiburones.
Si usted nunca ha buceado, este es, sin duda, el lugar perfecto para hacerlo.
Kayak por los manglares
En San Andrés cuentan que hace mucho
tiempo los ancestros de los isleños se escondían, a veces durante varios
días, en los manglares para protegerse de los vientos fuertes y los
huracanes que azotaban la isla. Este valioso ecosistema, que
pese a todo llegó a ser un basurero, empezó a recuperar su brillo cuando
la Gobernación propuso, en 1999, darle un manejo especial.
Gracias a eso nació el Parque Regional Old Point. Estos
bosques pantanosos, que viven donde se mezcla el agua dulce de río y la
salada del mar, están protegidos en este, que es el primer parque
regional de manglares de la nación. Es precisamente en una de
sus casi 133 hectáreas de zona costera donde se encuentra EcoFiwi, un
lugar que busca la conservación de los recursos naturales.
Tammyth Sepúlveda, una amable raizal que
trabaja en Ecofiwi junto con sus padres, nos recibe en una colorida casa
con una refrescante agua de coco. Después, Tammyth y su padre ponen
todo en orden para iniciar el recorrido por los manglares con la promesa
de que al regresar habrá una comida típica de la isla preparada por su
mamá.
En grupos de dos, los viajeros se
suben a kayaks transparentes, y después de una breve explicación sobre
cómo maniobrarlo, iniciamos el recorrido.
Remando llegamos a un pequeño túnel de manglar
donde Marvin, el esposo de Tammyth, explica un poco sobre la historia
del lugar y los animales que allí habitan. Se pueden ver
pelícanos, iguanas, lagartos verdes y azules, medusas, pepinos de mar
–unos animales invertebrados que pueden alcanzar hasta tres metros de
longitud–, peces pequeños, medusas invertidas, crustáceos como cangrejos
y langostas, moluscos, algunas estrellas de mar y hasta rayas.
El agua alrededor de los manglares no alcanza
los dos metros de profundidad y es completamente cristalina; allí se
practica el careteo y se ven muchas de las especies de las que Marvin
habla en el recorrido. Casi dos horas después regresamos a la casa
colorida y, cumpliendo con su palabra, encontramos un enorme plato de comida.
La iglesia bautista
El creole es el dialecto que hablan
los raizales. Una derivación del inglés –introducido por los colonos
británicos– y del español. Los esclavos lo usaron para
comunicarse entre ellos sin que sus patrones los descubrieran. Pero es
un idioma ágrafo; es decir, no tiene escritura. Sin embargo, no es de
sorprenderse que los isleños hicieran un gran esfuerzo para traducir el
evangelio de Lucas a su lengua, pues la religión es uno de los pilares
de su cultura.
Todos los domingos, sin falta, los isleños se
reúnen en la primera iglesia bautista de América, construida hace 171
años, y participan en los cantos y las predicaciones que el padre
Raymond Howard Britton comparte en creole.
Visitar esta iglesia es visitar el punto de
partida del pueblo raizal, conocer su historia y sus costumbres. Y es la
posibilidad de admirar una iglesia, ubicada en la loma –una de las
zonas más altas de la parte norte de la isla– que fue construida con
mucho esfuerzo por los mismos nativos en 1844.
El templo, que cuenta con dos simpáticas
guías, está construido en madera de pino traída de Estados Unidos. Su
fachada es blanca y el techo, rojo. Para terminar la visita, las guías permiten a los turistas subir al
campanario, desde donde se tiene una vista de 360 grados de la isla, con
el imponente mar de los siete colores. La panorámica es increíble.
El Tiempo
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