Este río es uno de los destinos de Colombia más visitados por los amantes de la pesca deportiva.
Tan salvaje como cualquiera de las especies que los habitan, el río Vichada, con una extensión de 580 kilómetros, es un paraíso desconocido por la civilización. Así lo prueban insectos de gran tamaño como los tábanos –que sobrepasan los cinco centímetros– y el pez tucunaré, que llega a pesar casi 20 kilos y nada en sus profundidades.
Visitarlo es tan complejo como fascinante. Hay que estar preparado para soportar sus más de 35 grados de temperatura y tomar un vuelo de 80 minutos entre Bogotá e Inírida (Guainía); estando allí hay que embarcarse en el río Orinoco, la única vía de acceso posible. Pero todo este itinerario es irrelevante para pescadores de todo el mundo que llegan hasta este rincón perdido en el mapa de Colombia para explorar sus aguas.
En adelante, el recorrido es de 153 kilómetros en lancha a través del Orinoco: una boca que cada minuto se ensancha y solo es cercada por dos orillas de densa vegetación. Es un espectáculo lleno de naturaleza que se ve adornado por la cadena de cerros Yawi Rema, sagrados para la etnia sikuani, pobladora de estas tierras.
Sentado en el bote, mientras tensa el sedal de sus cañas, Miguel Sanz, un pescador con más de 30 años de experiencia, explica la razón que lo ha traído desde España.
“He pescado alrededor del mundo y solo en Suramérica he visto un pez como el tucunaré, el más hermoso de los ríos. Espero capturarlo en Vichada”, dice. Esta expectativa la comparte Leonel Cardella, un pescador proveniente de Buenos Aires, quien visita por segunda vez estas aguas. “Paraíso. Esa es la palabra que define la Orinoquia. Más allá de los tucunarés, viajar por este río es una experiencia de pura aventura”, asegura el hombre.
Cuando la lancha se acerca a la unión entre el Orinoco y el Vichada ya se han cumplido cuatro horas de trayecto. La parada en Puerto Nariño, un pueblo ubicado en este punto, se hace obligatoria porque el paso de las lanchas está restringido. En adelante solo es posible navegar en canoas equipadas con motor.
Javier Guevara utiliza una de sus cañas tipo mosca para atrapar un tucunaré desde la orilla del río Vichada. Fotos: Filiberto Pinzón |
Luego de 48 kilómetros de navegación, Alejandro Díaz, guía de los pescadores, apunta su mano hacia una orilla. Allí se ubica Tucunaré Lodge, un conjunto de cabañas en las que se hospedarán Sanz, Cardella y otros de sus colegas.
“Construí este lugar para estar cerca del río. Además, los sikuanis son abiertos a compartir su territorio”, señala Díaz.
Tan pronto como abandonan la canoa, Juan Bautista Nariño, líder de la comunidad sikuani, recibe al grupo de pescadores. Los espera, para unírseles, Francisco Marroquín, mexicano con más de 40 años de experiencia en la captura de peces latinoamericanos.
“Es un río muy hostil pero hermoso. No más ayer pescamos una anguila eléctrica. Si no hubiera sido por un colega que ya las conocía, hubiéramos sufrido una descarga mortal”, advierte entre risas.
Con el amanecer a sus espaldas, el grupo de pescadores inicia su recorrido de cuatro días por varias lagunas que conectan con el Vichada y que las separa más de 10 kilómetros de navegación. En cada una de ellas –Santa Catalina, Pueblo Viejo e Ibicí– buscarán atrapar no solo al tucunaré sino a otras especies como las pirañas y payaras. Esta última, la más esquiva.
El pescador y el río
Mientras avanza la travesía, los guías de las embarcaciones –todos de la etnia sikuani– señalan las zonas del río por donde se asoman las toninas –pequeños delfines de agua dulce– con sus crías. También enseñan toda la biodiversidad del lugar, la selva exuberante, los pájaros, los amaneceres y atardeceres que pintan de colores al río.
“Hay dos maneras de pescar. La tradicional, utilizando una caña y valiéndose de las características físicas del señuelo para atrapar al pez. Y con mosca, en la que el lanzamiento del señuelo depende de la habilidad del pescador”, apunta Javier Guevara, otro de los pescadores del grupo, y aclara que lo más importante de estas modalidades es que en ninguna se mata al pez ni se le expone mucho tiempo fuera del agua.
El Castillito, unas de las formaciones rocosas del Orinoco. Fotos: Filiberto Pinzón |
Al tiempo que lanza uno de sus señuelos, a 30 metros de la canoa, que lo transportó a la laguna Santa Catalina, Cardella explica lo complicado que a menudo resulta la pesca deportiva: “En el río no hay nada escrito. Venimos a conocer sus aguas y a esperar que la suerte nos dé para atrapar un pez gigante”, dice.
De repente, un tucunaré de 13 kilos y más de un metro de largo pica la carnada. Quienes acompañan al argentino gritan de emoción: es el primer espécimen capturado de muchos más.
Por fuera del oscuro río, los colores verdes y naranjas del tucunaré se hacen más llamativos. Manchas negras cubren un musculoso lomo que se mueve con violencia, al tiempo que sus ojos rojos lanzan una mirada retadora. Sorprendido por su peso, Cardella lo toma por la cola para sacarle una fotografía, el único recuerdo de haberlo vencido.
“¡Qué pez más bello!”, felicita Javier Guevara a su compañero mientras que ambos, armados con pinzas y guantes de malla, le retiran el señuelo para devolverlo a su hogar.
El auge de la pesca
El Tiempo
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