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miércoles, 25 de julio de 2018

Todos los santos bailan en Salvador de Bahía

Música, religión y danza coexisten en esta ciudad brasileña, de mayoría afrodescendiente.

Salvador de Bahía


El segundo jueves de enero de cada año, una procesión que ya bordea las 800.000 personas, incluidos turistas de todo el mundo, parte desde la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción de la Playa –patrona de Bahía– hasta la basílica de Nuestro Señor de Bonfim para cumplir con una tradición de más de dos siglos: el lavado de las escaleras de esta iglesia, construida en 1754 y considerada el mayor símbolo del sincretismo religioso de Bahía. En ella se unen la devoción católica a Nuestro Señor de Bonfim, en la imagen del Señor Crucificado, y el culto al orixá Oxalá, una de las deidades del Candomblé.
A la llegada del cortejo, unas 200 bahianas vestidas con sus trajes blancos típicos derraman agua perfumada de flores sobre los escalones mientras las puertas de la iglesia, situada en lo alto de una colina, permanecen cerradas. Los rituales religiosos se mezclan entonces con los festejos profanos, animados por la música y los cantos africanos, así como las comidas y bebidas de la cocina bahiana.

La iglesia de Bonfim –con fachada de inspiración rococó, decoración neoclásica y azulejos portugueses del siglo XIX con escenas de la vida de Cristo– debe compartir la atención de turistas y devotos con muchos otros templos. Se dice que en Salvador hay una iglesia para cada día del año. En realidad faltan días para poder ir a todas, y la explicación se encuentra en los orígenes de esta ciudad.
Azúcar y religión
En 1549, una encomienda de conquistadores portugueses encabezados por Tomé de Sousa –primer Gobernador general de Brasil– fue enviada con órdenes del rey de Portugal de fundar una ciudad-fortaleza, a la que llamaron San Salvador de Bahía de Todos los Santos. Desde un inicio fue declarada capital y puerto oceánico, convirtiéndose en un importante centro de la industria azucarera y del tráfico de esclavos.

Fue la capital de la administración colonial de Brasil hasta 1763, cuando esta se trasladó a Río de Janeiro. Durante el período colonial, la alta sociedad azucarera –principal fuente de riqueza de esos años– y la Iglesia católica fueron “los principales agentes modeladores de la ciudad”, describe el volumen ‘Iglesias históricas de Salvador’, editado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil. Las familias más adineras, además de sus mansiones, financiaban la construcción de iglesias. Con estilos que van del barroco al neoclásico, “más que lugares de oración, son verdaderos monumentos de inestimable valor artístico”, muchas de ellas decoradas con oro.

Llamada genéricamente Bahía, o Roma Negra, por ser la metrópolis con el mayor porcentaje de negros fuera de África, Salvador sufrió el declive económico a partir del siglo XIX, cuando el azúcar fue desplazado por la minería y el oro como fuente de riqueza.

A partir de 1938, el Instituto de Patrimonio Histórico y Artístico Nacional de Brasil (Iphan) empezó a declarar patrimonio nacional varias iglesias y monumentos de Salvador. Y en 1985, la Unesco le dio la categoría de patrimonio de la humanidad a Pelourinho, el centro histórico de la ciudad, impulsando un programa de restauración para devolverle su esplendor. Un esplendor que convivía con la pobreza de las clases más desfavorecidas y la crueldad de la esclavitud, como lo recuerda su propio nombre: ‘pelourinho’ significa picota, y en ella se castigaba a los esclavos. Dos motivos de castigo eran el culto a sus dioses u orixás y la práctica de la lucha. Los esclavos burlaron ambas prohibiciones. Adaptaron sus orixás a los santos católicos y les rindieron culto en sus ‘terreiros’ (núcleos de Candomblé); así, por ejemplo, Jemanjá es Nuestra Señora de la Concepción y el Señor de Bonfim es Oxalá.

Al entrenamiento en la lucha, por su parte, le agregaron música y lo revistieron de danza. En 2014, la ‘roda’ (círculo) de ‘capoeira’ fue reconocida por la Unesco como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.

Belleza en la miseria
“No hay ciudad como esta, por más que se busquen los caminos del mundo. Ninguna con sus historias, su lirismo, su pintoresquismo, su profunda poesía”, escribió el narrador bahiano Jorge Amado (1912-2001) en ‘Bahía de Todos los Santos’. Pero también vio la belleza en sus lados más oscuros: “En medio de la espantosa miseria de las clases pobres, ahí mismo nace la flor de la poesía, porque la resistencia del pueblo va más allá de toda la imaginación”.Resultado de imagen para Salvador de Bahía

Y muchos años antes que Amado, su coterráneo Antônio Frederico de Castro (1847-1871) había descrito en ‘O Navío Negreiro’ (‘El navío negrero’) la cruel travesía de los barcos que transportaban a los esclavos desde África, muchos de los cuales morían antes de llegar a puerto.

Gregório de Matos Guerra (1636-1696) recurrió en cambio a la sátira para abordar la realidad de Salvador, y se lo reconoce como el fundador de la literatura bahiana.

Pero a la hora de resaltar su belleza y sus grandes diferencias, Jorge Amado es el principal. En 1987, en pleno Pelourinho, abrió sus puertas la Fundación Casa de Jorge Amado, con el fin de preservar el legado del autor y alentar el arte y la literatura de Bahía.

La inauguración duró un día completo. Aparte del discurso del presidente José Sarney y la bendición católica, hubo una limpieza de la casa con incienso y hojas sagradas, a cargo de un babarolixá (sacerdote del Candomblé), y un ‘show’ musical con varios músicos como Caetano Veloso y Gilberto Gil al que asistieron más de 20.000 personas. Jorge Amado, quien miró el comienzo de la fiesta desde una ventana, dijo después: “No estuve en condiciones de quedarme hasta el final, el corazón tiene sus límites”.
Carnaval con música propia
En los últimos años se han realizado obras en la parte baja de la ciudad, como la Orla Marítima, que ha facilitado el acceso a la playa y la apertura de comercios. Los cambios contribuyen a que Salvador reciba en los primeros tres meses del año alrededor de 1’700.000 turistas. Pero es el carnaval, que cuenta con su propia música -el axé-, el que inclina la balanza. La percusión de los tambores en las calles evoca sones de los primeros esclavos en sus ‘terreiros’, adorando sus deidades disfrazadas de santos católicos. Hoy, gran parte de los más de 2.000 ‘terreiros’ en Salvador los encabezan mujeres -las madres de santo-, jefas del Candomblé, que tienen un liderazgo espiritual y social.

El Tiempo
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