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miércoles, 14 de noviembre de 2018

Turismo en el fin del mundo

Sobre la zona más austral se encuentran las Torres del Paine, uno de sus símbolos nacionales donde no sólo se pueden ver glaciares, sino además acampar, hacer senderismo o cabalgar.

Las Torres del Paine son más que una región en el fin del mundo. Sobre el estrecho de Magallanes, donde los últimos picos de la cordillera de los Andes se forman y los vientos de la Tierra del Fuego se sienten con mayor fuerza, se alzan los tres picos, formaciones rocosas que dan nombre al más austral parque nacional chileno, considerado en 1994 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
El primer encuentro con la reserva es Puerto Natales, una pequeña población al sur de Chile, con cerca de 18.000 habitantes, que a diferencia del resto de provincias que componen al país, se encuentra al oriente de la cordillera de los Andes, y no al occidente, por lo que se entremezcla con la Patagonia, donde se establecen los límites con Argentina.
Puerto Natales fue inicialmente el territorio de indígenas selknams u onas que llegaron de la isla de Tierra del Fuego y se fueron estableciendo sobre el estrecho de Magallanes, hasta que el pueblo nómada se concentró sobre el fiordo Eberhard (una depresión invadida por el mar, compuesta por agua dulce y salada), a donde posteriormente llegaron europeos, provenientes de la Patagonia argentina, que sobrevivían de la pesca y de animales silvestres como el guanaco, una especie de la misma familia de las llamas.
Durante la colonización a la región austral no llegaron españoles, sino conquistadores provenientes del imperio Astrohúngaro y de Alemania, quienes fundaron los puertos Consuelo, Cóndor y Bories sobre el fiordo, por lo que rápidamente en este lugar fue creciendo la ganadería y pronto se estableció el Frigorífico de Puerto Bories, que atrajo a trabajadores y familias completas a la región.

La zona comenzó a ser considerada turística, desde que fueron descubiertos vestigios casi intactos de un milodón, una gigantesca especie prehistórica, descendiente del oso, que atrajo la atención de visitantes, que convirtieron a las Torres del Paine en un deleite.
El acceso a la zona no es fácil. Si se viaja por tierra desde Chile es necesario cruzar la cordillera de los Andes y viajar desde Argentina, por la ruta 9 (este viaje puede tardar días). En cambio si es por el mar, se debe tomar un ferry en Puerto Montt (el recorrido dura 11 horas), mientras que si se hace por aire, Latam ofrece un vuelo que va desde Santiago hasta Punta Arenas (cuatro horas), desde donde se puede viajar vía terrestre hasta Puerto Natales. Pero el tiempo de viaje no importa si se tienen en cuenta las maravillas que se pueden conocer en una zona donde no sólo se viven los climas más extremos (desde -5º hasta 25ºC), sino además se puede hacer trekking, cabalgar o navegar sobre el fiordo.
Cuevas del Milodón

Hace 120 años, dentro de un grupo de cuevas que se encuentran en la región, investigadores encontraron restos intactos de piel y huesos de un milodón, una especie de mamífero, descendiente de los osos perezosos que medía hasta tres metros, pero del que poco se tenía conocimiento. El descubrimiento convirtió la región en una importante zona arqueológica en la que se cree no sólo vivieron estos milenarios animales prehistóricos, sino además dientes de sable, que se expandieron por todo el continente.
En esta primera parada de la reserva se encuentran tres cuevas, que los turistas pueden visitar a pie o en recorridos guiados a caballo o en bicicleta, pero quizás uno de los lugares imperdibles es la cueva del milodón, donde fue hallada la piel del animal y donde se alza una estatua de tamaño natural del gigantesco mamífero.
Cerca de la cueva, donde también se ven algunos vestigios de lo que hace millones de años era el fondo del mar, se encuentra la silla del diablo, una formación rocosa de 35 metros de altura, sobre la cual se puede tener una panorámica del parque y, además, según algunos lugareños, se posa Lucifer, por lo que es normal que curiosos se atrevan a esperarlo en las noches.
Senderismo Torres del Paine

Rodear las Torres del Paine es quizás uno de los principales atractivos de la zona. Con una superficie de 227.000 hectáreas, las actividades que se pueden realizar dentro de la reserva son interminables. Una de las principales es el senderismo. Existen caminatas que pueden durar desde 30 minutos, para rodear las torres y ver algunos de los atractivos como el glaciar Grey, del que se desprenden grandes témpanos de hielo, que se pueden ver en el lago del mismo nombre (llamado así por el color que le dan los sedimentos que lo conforman).
Hay otros recorridos que duran hasta nueve horas, en los que no sólo se puede acampar, sino además llegar al centro de las famosas torres, donde se puede seguir el recorrido del circuito W o el de la O, que rodea los glaciares de Los Perros, el Francés, así como los lagos Nordenskjold o el Dickson, y los ríos de Los Perros y Paine, este último que se conecta con toda la reserva natural.
Además de esto, se puede recorrer el parque en carro. De esta forma ver las torres desde todos los ángulos, visitar el Salto Grande, que tiene una profundidad de 200 metros y donde los vientos pueden alcanzar los 100 kilómetros por hora, o ver los grandes lagos desde sus orillas, así como animales silvestres que viven en la zona, como guanacos, huemules (una especie de ciervo), zorros, flamencos, pumas, ñandúes (similar a un avestruz), entre otros.
El Espectador
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