Como Río de Janeiro, Manhattan o la isla de Pascua, más que un lugar o un espacio físico, la reserva natural Madikwe es un estado mental: una mezcla de imágenes y sensaciones que incluyen un amanecer rojo escuchando el canto de las aves del desierto del Kalahari, una polvareda levantada por un grupo de gacelas que escapan entre los pastizales y un león, con el hocico manchado con gotas de sangre fresca, descansando bajo la sombra de un árbol.
Casi seis horas después de salir de Johannesburgo, un elefante apareció cuando estábamos a solo 50 metros del Lodge Lelapa: nuestra base de operaciones para tres días de safaris en –a esas alturas, sin duda– uno de los mejores destinos hoy para un safari en África.
Casi seis horas después de salir de Johannesburgo, un elefante apareció cuando estábamos a solo 50 metros del Lodge Lelapa: nuestra base de operaciones para tres días de safaris en –a esas alturas, sin duda– uno de los mejores destinos hoy para un safari en África.
Entre la decena de opciones de alojamiento y safari ofrecidas dentro de la reserva está Lelapa –‘familia’, en lengua nativa–, la opción más familiar de la cadena Madikwe Safari Lodge, que maneja tres hoteles de lujo en la zona. Con capacidad para 24 pasajeros y detalles como habitaciones con piscina privada y chimenea, huevos benedictinos al desayuno, diseño y arte contemporáneo sudafricano y wifi de alta velocidad, Lelapa se encuentra en la ladera de una colina, con gran panorámica de las montañas ubicadas en el extremo suroriental del desierto del Kalahari.
Después de almorzar y descansar un rato en las habitaciones, a las 16:30 estábamos listos para nuestro primer safari. A cargo del grupo estaba el robusto Jean Pierre Appelgren (JP). Un par de minutos más tarde, JP conducía el Toyota Land Cruiser descapotable rumbo a la frontera con Botsuana. “Estamos a solo 40 kilómetros de su capital, Gaborone”, dijo apuntando a unas colinas en el horizonte, justo antes de detener el motor para ver un grupo de gacelas alimentándose.
Ya oscuro, llegamos a un claro de tierra rodeado de arbustos que servían para alejar insectos y animales más grandes. Iluminadas con las clásicas lámparas de metal alimentadas con kerosene, a las mesas llegaron diferentes carnes –desde rosbif de gacela hasta cordero recién asado–, además de pescados, quinua y ensaladas a base de vegetales frescos y crujientes. Bajo un cielo repleto de estrellas y bebiendo ‘pinotage’ –tipo de vino de cepa de uva roja–, a esas alturas ya era obvio por qué el Madikwe Safari Lodge es uno de los servicios de safaris de lujo más famosos de Sudáfrica, con apariciones en medios especializados como el suplemento de viajes de ‘The New York Times’ o la revista ‘Outside’.
Después de almorzar y descansar un rato en las habitaciones, a las 16:30 estábamos listos para nuestro primer safari. A cargo del grupo estaba el robusto Jean Pierre Appelgren (JP). Un par de minutos más tarde, JP conducía el Toyota Land Cruiser descapotable rumbo a la frontera con Botsuana. “Estamos a solo 40 kilómetros de su capital, Gaborone”, dijo apuntando a unas colinas en el horizonte, justo antes de detener el motor para ver un grupo de gacelas alimentándose.
Ya oscuro, llegamos a un claro de tierra rodeado de arbustos que servían para alejar insectos y animales más grandes. Iluminadas con las clásicas lámparas de metal alimentadas con kerosene, a las mesas llegaron diferentes carnes –desde rosbif de gacela hasta cordero recién asado–, además de pescados, quinua y ensaladas a base de vegetales frescos y crujientes. Bajo un cielo repleto de estrellas y bebiendo ‘pinotage’ –tipo de vino de cepa de uva roja–, a esas alturas ya era obvio por qué el Madikwe Safari Lodge es uno de los servicios de safaris de lujo más famosos de Sudáfrica, con apariciones en medios especializados como el suplemento de viajes de ‘The New York Times’ o la revista ‘Outside’.
Los cinco grandes
La ubicación es una de las características más importantes de Madikwe. En una zona de transición entre los bordes del Kalahari y la sabana, se trata de un territorio que mezcla formaciones geológicas, flora y fauna de ambos ecosistemas; cuestión que se traduce en cifras como 350 especies de aves o 10.000 mamíferos –de 66 especies distintas– que habitan las 75.000 hectáreas de la Madikwe Game Reserve.
Por supuesto, la reserva es hogar de los famosos ‘cinco grandes’: el león, el leopardo, el rinoceronte negro, el elefante y el búfalo. Acuñado por los aficionados a la caza a comienzos del siglo pasado, el término ‘big five’ originalmente hacía referencia a los cinco animales más difíciles y peligrosos de cazar en expediciones a pie. Más tarde, el término fue adoptado por el turismo, y hoy es un concepto que preocupa debido a los precarios estados de conservación que enfrentan las cinco especies.
En nuestro segundo día en Madikwe, a las seis y media de la mañana ya estábamos listos para salir a ver alguno de los famosos cinco grandes. Después de un par de horas tratando de avistar un león, JP se bajó de la camioneta, caminó un par de metros, se agachó y dijo: “Estas huellas son frescas”.
La exploración no dio resultado, y después de media hora nos tuvimos que conformar con un grupo de unos quince perros salvajes que descansaban entre los pastizales después de su sesión matinal de caza. Pero no era lo que buscábamos. Por eso, todos nos pusimos nerviosos cuando escuchamos la palabra ‘leones’ saliendo de la radio del ‘jeep’. Rápidamente, JP se dio media vuelta, aceleró al límite de la velocidad que le permite la reserva, hasta que, luego de un par de minutos, vimos la silueta de un león a los lejos. Recién entonces empecé a entender, y solo en parte, por qué lo llaman el ‘rey de la selva’.
Eran un par de leonas que dormían a la sombra de unos arbustos. A pocos metros de distancia, JP apagó el motor y en voz baja nos contó que, según los últimos cálculos, en la reserva viven alrededor de 60 leones. Gracias a la diversidad y abundancia de cebras y antílopes, los leones cuentan con alimento de sobra en Madikwe, y por eso pesan hasta 280 kilos. Esa característica los diferencia de sus pares que –700 kilómetros al este– habitan el Kruger: el más famoso de los parques nacionales sudafricanos.
Por supuesto, la reserva es hogar de los famosos ‘cinco grandes’: el león, el leopardo, el rinoceronte negro, el elefante y el búfalo. Acuñado por los aficionados a la caza a comienzos del siglo pasado, el término ‘big five’ originalmente hacía referencia a los cinco animales más difíciles y peligrosos de cazar en expediciones a pie. Más tarde, el término fue adoptado por el turismo, y hoy es un concepto que preocupa debido a los precarios estados de conservación que enfrentan las cinco especies.
En nuestro segundo día en Madikwe, a las seis y media de la mañana ya estábamos listos para salir a ver alguno de los famosos cinco grandes. Después de un par de horas tratando de avistar un león, JP se bajó de la camioneta, caminó un par de metros, se agachó y dijo: “Estas huellas son frescas”.
La exploración no dio resultado, y después de media hora nos tuvimos que conformar con un grupo de unos quince perros salvajes que descansaban entre los pastizales después de su sesión matinal de caza. Pero no era lo que buscábamos. Por eso, todos nos pusimos nerviosos cuando escuchamos la palabra ‘leones’ saliendo de la radio del ‘jeep’. Rápidamente, JP se dio media vuelta, aceleró al límite de la velocidad que le permite la reserva, hasta que, luego de un par de minutos, vimos la silueta de un león a los lejos. Recién entonces empecé a entender, y solo en parte, por qué lo llaman el ‘rey de la selva’.
Eran un par de leonas que dormían a la sombra de unos arbustos. A pocos metros de distancia, JP apagó el motor y en voz baja nos contó que, según los últimos cálculos, en la reserva viven alrededor de 60 leones. Gracias a la diversidad y abundancia de cebras y antílopes, los leones cuentan con alimento de sobra en Madikwe, y por eso pesan hasta 280 kilos. Esa característica los diferencia de sus pares que –700 kilómetros al este– habitan el Kruger: el más famoso de los parques nacionales sudafricanos.
La reina de la selva
Puntual, a las 16:30 horas, el guía encendió el motor y, sin saberlo, partimos a presenciar la escena más increíble de nuestra estadía: un elefante, dos rinocerontes y cuatro leones interactuando, muy amistosos, frente a un estanque de agua.
Desde un comienzo supe que sería un momento especial. Por eso miré mi reloj: 17:42 horas. Luego tomé mi teléfono para, ahora sí, registrar la escena. Estábamos a unos 100 metros y, con la luz del ocaso, apenas se distinguían las siluetas del elefante y los rinocerontes en la pantalla.
En ese momento JP encendió de nuevo el motor, comenzó a circundar el estanque y, sin darnos cuenta, de un momento a otro aparecimos en el otro extremo de la laguna, a 20 metros de los leones.
Entonces pasó lo siguiente: uno de los felinos se alejó del grupo y, lentamente, se acercó al 4 × 4 en el cual estábamos. Nadie habló mientras esto pasaba, y menos cuando el animal, con el hocico manchado con gotas de sangre, se echó a descansar bajo la sombra de un árbol a unos tres metros de nosotros. Tan cerca estaba que incluso era posible escuchar claramente su respiración agitada tras la jornada de caza.
En un estado mental alterado por el temor de tener un depredador al frente, decidí dejar mi teléfono en el bolsillo y disfrutar la belleza de la leona y todo lo que estaba pasando alrededor de ella.
Un par de semanas después de ese momento, no me arrepiento de la decisión y, cuando recuerdo la maravillosa escena, aún puedo oír los resoplidos de la leona respirando a unos metros de mí.
Desde un comienzo supe que sería un momento especial. Por eso miré mi reloj: 17:42 horas. Luego tomé mi teléfono para, ahora sí, registrar la escena. Estábamos a unos 100 metros y, con la luz del ocaso, apenas se distinguían las siluetas del elefante y los rinocerontes en la pantalla.
En ese momento JP encendió de nuevo el motor, comenzó a circundar el estanque y, sin darnos cuenta, de un momento a otro aparecimos en el otro extremo de la laguna, a 20 metros de los leones.
Entonces pasó lo siguiente: uno de los felinos se alejó del grupo y, lentamente, se acercó al 4 × 4 en el cual estábamos. Nadie habló mientras esto pasaba, y menos cuando el animal, con el hocico manchado con gotas de sangre, se echó a descansar bajo la sombra de un árbol a unos tres metros de nosotros. Tan cerca estaba que incluso era posible escuchar claramente su respiración agitada tras la jornada de caza.
En un estado mental alterado por el temor de tener un depredador al frente, decidí dejar mi teléfono en el bolsillo y disfrutar la belleza de la leona y todo lo que estaba pasando alrededor de ella.
Un par de semanas después de ese momento, no me arrepiento de la decisión y, cuando recuerdo la maravillosa escena, aún puedo oír los resoplidos de la leona respirando a unos metros de mí.
El Tiempo
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