Estas terrazas se formaron gracias a
los minerales que contiene el agua.
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Castillo de algodón: eso significa Pamukkale
en turco. Y así es. Al estar parada en su ladera, lista para subir, me
encontré ante una blanca y esponjosa montaña de cal situada en medio de
un valle sereno, muy verde.
Y lo mejor de todo es que hay que quitarse los
zapatos para desplazarse sobre esta superficie bañada por aguas
termales que emergen de su parte más alta y que, en su descenso, quedan
reposadas en terrazas naturales formadas a lo largo de los siglos. Da la
sensación de estar caminando sobre una gran piedra pómez.
Pamukkale está ubicada en la región de
Denizli, en el valle del río Menderes, en el suroccidente de Turquía, a
una hora en avión o 10 por carretera desde la ciudad de Estambul.
Diariamente la visitan miles de turistas de todo el mundo que vienen a
bañarse en sus aguas azules, a las que se les atribuyen facultades
curativas, gracias a su alta concentración de minerales (componentes que
hicieron que se formaran estas famosas e impresionantes terrazas).
Durante muchos años, este paraíso natural, que
empezó a formarse en el Plioceno, periodo geológico que comenzó hace
más de 5 millones de años y terminó hace 2 millones, permaneció
descuidado. Y el mal turismo empezó a deteriorarlo. Pero, por fortuna,
la Unesco lo declaró Patrimonio de la Humanidad en 1988. Entonces, se
construyeron varias piscinas artificiales similares a las terrazas
naturales para que la gente udiera bañarse allí, desprevenidamente,
mientras visita esta montaña de 160 metros de altura.
Estas terrazas artificiales fueron diseñadas para los turistas.
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Viajé desde Estambul durante una hora y llegué
a las 8 de la mañana al aeropuerto de la ciudad de Denizli (Turkish
Airlines y Pegasus Airlines disponen de varios vuelos durante el día, y
la oferta de precios es muy buena, desde 20 euros el trayecto, si se
reserva con tiempo).
Allí los turistas encuentran diferentes
opciones de transporte para llegar a Pamukkale, entre buses y taxis.
Escogí la primera, que es la más económica: 30 liras turcas, que
equivalen a 30.000 pesos colombianos, en promedio. El traslado duró 40
minutos.
Muy emocionada de estar al fin en este lugar
tan deslumbrante, pagué las 20 liras que cuesta la entrada y, con los
zapatos amarrados a un bolso liviano, empecé a trepar la montaña
mientras contemplaba el espectáculo de las terrazas blancas, que parecen
un terrón de azúcar derretido.
Tal vez gasté dos horas en subir; fue
inevitable jugar con el agua, tomar fotos y observar a los turistas
disfrutando de esta especie de balneario.
Ruinas milenarias
Al llegar a la cima, los viajeros comprenden,
con asombro, que hay mucho más: las ruinas de Hierápolis aparecen sobre
una meseta verde que contrasta con el blanco de la montaña. Esta fue una
ciudad de origen helenístico (180 a. C.) que pasó a ser romana, y que
por su ubicación fue un importante punto de encuentro de muchas
religiones. Fue reconstruida varias veces debido a terremotos.
Desde tiempos inmemoriales, muchos enfermos
han buscado –y siguen buscando– la salud perdida en las aguas
‘milagrosas’ de Pamukkale.
Muchos de los enfermos que llegaron a Pamukkale en busca de salud murieron. Y sus tumbas forman parte de esta necrópolis.
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Cuenta la historia que miles de personas se
fueron a vivir a estos terrenos, buscando el fin de sus males. Pero no
todos lo lograron y, al morir, fueron enterrados aquí y sus tumbas se
convirtieron en una de las necrópolis más grandes y representativas del
Asia Menor.
Es importante llevar ropa ligera, protector
solar y unos buenos tenis. El recorrido por Hierápolis puede tardar
varias horas y comprende un teatro, baños, el Ninfeo (santuario dedicado
a las ninfas), la tumba del apóstol Felipe, el legendario templo de
Apolo, tres necrópolis y el Plutonio, una de las supuestas entradas al
Hades (inframundo griego).
Bañarse en la piscina sagrada, que tiene
restos de columnas, cuesta 32 liras. No lo hice porque preferí disfrutar
las ruinas y tenía solo un día para estar allí, tiempo suficiente para
visitar el destino.
Viajeros de todo el mundo llegan buscando las aguas ‘milagrosas’ de la piscina sagrada en Hierápolis.
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A su alrededor hay restaurantes, baños y
tiendas de suvenires, todo bien dispuesto para acoger a los asombrados
visitantes. Allí encontré todo tipo de comidas y bebidas típicas, dulces
preparados en la región y hasta la cerveza líder del país. Si la comida
local, como el cordero, el bulgur (producto a base de trigo) o los
tradicionales kebabs, no le llama la atención, hay platos comunes, como
una hamburguesa con papas a la francesa. Durante la mayoría del año el
clima es templado, y tal vez la época ideal para hacer este recorrido es
entre marzo y octubre. En mayo y los meses siguientes, el sol se oculta
entre las 8:30 y las 9 p. m., así que el tiempo se aprovecha más. Si
desea quedarse varios días, la oferta de hoteles y hostales es muy
amplia y podrá encontrar habitaciones desde 30.000 pesos colombianos la
noche. Muchas personas lo hacen para contemplar el amanecer.
Al finalizar el día solo queda una sensación
de placidez. El atardecer seduce a propios y extraños con sus colores
–naranja, azul, dorado– y con la calidez del sol que envuelve la región.
El teatro de Hierápolis hace parte de este complejo arqueológico, que fue proclamado patrimonio de la humanidad en 1988.
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Llega el momento de partir, el mismo instante
mágico en el que uno quisiera quedarse allí para siempre. Sigo descalza.
Pamukkale, además de ser un destino extraordinario que vale la pena ver
al menos una vez en la vida, no solo deja imágenes imborrables y momentos para atesorar: caminando allí, los viajeros se reconcilian con sus pies.
Si usted va
Visa. Los colombianos no necesitan visa para
ingresar a Turquía. Pero como la puerta de entrada comúnmente es por
Europa, deben tener vigente la visa Schengen.
El dinero. En los aeropuertos y en ciudades
como Estambul hay establecimientos donde se pueden cambiar euros o
dólares por liras turcas.
Información. En la embajada de Turquía en Bogotá puede obtener información para visitar este país.
Calle 76 n.° 8-47
El Tiempo.
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