En apenas cinco segundos, estos valientes hombres se juegan la vida para entretener a los viajeros.
Los clavadistas tienen apenas cinco
segundos para su salto. Cualquier distracción puede ser mortal.
Son el símbolo de un destino que renace ante el mundo. |
Cinco segundos. La vida y la muerte en cinco segundos. Nada más.
En ese abrir y cerrar de ojos, Alexis Balán, un joven mexicano de 18 años, se juega la vida. Cinco segundos en los que se enfrenta al viento, al mar impredecible, a un acantilado filoso, al miedo.
Alexis es bajito, no mide más de 1,60 metros de estatura. Tiene un
cuerpo esculpido por el ejercicio y la piel de bronce. Con humildad y
orgullo en su marcado acento, cuenta que es uno de los clavadistas de La
Quebrada, el atractivo turístico más famoso de Acapulco, en el estado
de Guerrero.
Uno de los legendarios clavadistas que ayudaron a que el puerto de Acapulco se hiciera famoso ante el mundo, los mismos que han aparecido en películas y telenovelas y que viven de lanzarse al mar, como pelícanos tras su presa, en un riesgoso espectáculo turístico.
Un símbolo de un bellísimo destino de playas de arena dorada que pasó de la gloria al desprestigio por cuenta de la violencia causada por el narcotráfico y el crimen organizado, desde comienzos de la década del 2000. Un clásico destino mexicano con el que este país empezó a convertirse en potencia turística mundial a partir de la década de los 50 –muy maltratado en los últimos años– que busca una nueva oportunidad.
Alexis, apenas bachiller, cuenta que esta tradición nació hace 82 años entre los pescadores. En esa época –en 1934–, cuenta el joven, los insumos para ellos eran costosos y la economía era muy mala. Entonces, debían lanzarse al agua a desatorar los anzuelos. Empezaron a competir entre ellos, hasta que se dieron cuenta de que también podían vivir de esa actividad, cuando llegaron las propinas. Y así, la tradición la heredó el abuelo a sus hijos y Alexis terminó convertido en clavadista.
El joven se prepara para saltar en La Quebrada, que es un conjunto de terrazas con bares y restaurantes empotrado en un acantilado; son terrazas que miran al océano Pacífico, azul y brillante, brioso, y a una roca de 35 metros de altura desde donde los valientes clavadistas se lanzan al mar.
Alexis y sus compañeros, tan jóvenes como él, descienden el acantilado; se zambullen en el mar y salen al otro lado después de nadar diez metros. Y empiezan a trepar la roca. Van descalzos, solo los cubre una pequeña pantaloneta. Da la impresión de que se pueden deslizar en cualquier momento.
Alexis es el primero del grupo en llegar a la cima, donde ondea una bandera de México al lado de un altar en honor a la Virgen de Guadalupe, patrona de los mexicanos y a quien estos hombres, cuyas edades van de los 17 a los 45 años, piden protección.
El mirador donde aguardan los ansiosos turistas queda a 200 metros de la roca, donde Alexis se ve chiquitico. El muchacho aletea con las manos, invitando al público a animarlo. Los presentes, viajeros de distintos países, aplauden fuerte. Él se santigua, apunta al cielo, se impulsa con los pies y se lanza.
Mientras los turistas gozan de un espectáculo, vienen los cinco segundos en los que estos hombres desafían a la muerte. El tiempo es vital, literalmente vital. Un mal cálculo o una distracción pueden ser mortales.
El salto al vacío dura tres segundos; en ese parpadeo hacen gala de su destreza y entrenamiento diario: mientras caen abren los brazos, como si tuvieran alas, y vuelven a juntarlos justo antes de entrar al agua. A una velocidad de 90 kilómetros por hora se estrellan contra el mar en un canal estrecho donde rompen las olas espumosas del Pacífico antes de chocar con el acantilado; luego tendrán otros dos segundos para salir.
El canal solo tiene cuatro metros de profundidad, así que apenas caen al agua deben encorvarse y salir a la superficie. Por eso, antes de lanzarse al vacío y de tantear el viento –no puede estar soplando fuerte–, deben esperar la ola y caer precisamente sobre ella. El agua de la ola les sirve de colchón. Les salva la vida.
Alexis brota glorioso del mar, como un pelícano con su presa.
“El miedo es algo que siempre llevamos presente, como nuestro compañero fiel. Pero la virgencita de Guadalupe nos cuida”, cuenta Alexis y recuerda que este es uno de los escenarios más famosos en el mundo para esta práctica y que aquí se celebra el Campeonato Mundial de Clavados de Altura. Aquí, el clavadista colombiano Orlando Duque se ha colgado varias medallas. También se lanzan en pareja, perfectamente sincronizados.
Más de 80 años de historia les ha permitido a los clavadistas organizarse con todas las de la ley: la Asociación de Clavadistas de Acapulco. Su presidente es Ismael Vázquez García, de 45 años.
“Yo bajaba a nadar a La Quebrada y veía a los clavadistas, y soñaba ser uno de ellos. Me lo propuse y he vivido y sigo viviendo de este trabajo”, dice el hombre y cuenta que son 65 los clavadistas. El más joven, Ulises Álvarez, tiene 18 años. Y el más viejo, Ignacio Sánchez, 65.
Cada uno de ellos obtiene cuatro mil pesos mexicanos de salario –cerca de 250 dólares mensuales–, más la seguridad social. A veces reciben más, a veces menos. Todo depende de cuántos turistas vayan a La Quebrada, donde la entrada cuesta 40 pesos, menos de tres dólares.
En las mejores épocas, recuerda Ismael –cuando iban a Acapulco Liz Taylor, John F. Kennedy, Frank Sinatra, Elvis Presley y otras celebridades; cuando se filmaban películas de James Bond y de Sylvester Stallone–, los ingresos y las propinas podían ser millonarias. Muchos clavadistas se hicieron ricos.
Hoy, la mayoría apenas subsiste y muchos viven en la pobreza. Ya se ha dicho que el turismo en Acapulco se ha visto afectado por la violencia. En el 2015, la ciudad recibió 8’876.510 visitantes; el 90 por ciento eran turistas nacionales y el 10 por ciento restante, internacionales, que son los más gastan y generan ingresos. La cifra no es nada despreciable. El tema es que entre los años 70 y los 80, cinco de cada diez visitantes eran extranjeros. Sobre todo turistas estadounidenses; muchos, por miedo, dejaron de ir.
Acapulco evoca la nostalgia de los más viejos. Recuerda las rancheras de Agustín Lara (Acuérdate de Acapulco, de aquella noche, María bonita, María del alma...). Recuerda que 'El Chavo del 8' soñaba conocer Acapulco.
La más reciente referencia, para los jóvenes, es la exitosa película 'No se aceptan devoluciones', grabada precisamente allí y donde se hace referencia a La Quebrada y a los gloriosos clavadistas.
"Cuando yo era niño, un día tu abuelo me lanzó desde lo más alto de La Quebrada... No, no te rías, de verdad fue espantoso. Yo habré tenido, no sé, 6 o 7 años, como tú. Pero gracias a eso nunca volví a tenerle miedo a nada", le dijo Valentín (representado por el actor Eugenio Derbez) a su pequeña hija en uno de los momentos más trascendentales de la película.
- Yo ya cumplí siete años, ¿cuándo me vas a llevar a Acapulco a saltar desde La Quebrada?
- No, yo nunca te haría eso.
- Ándale, porfa, yo nunca le quiero tener miedo a nada.
Siguió la conversación entre Valentín y su pequeña Maggie.
Entre los accidentes, sigue Ismael, los más frecuentes son: desprendimiento de tímpanos, luxaciones de clavículas, huesos rotos, brazos quebrados; espaldas chuecas por tanto encorvarse para salir a la superficie rápidamente apenas entran al agua. Y los más graves: desprendimiento de retina.
“Hay secuelas graves en la vista de tanto caer de cabeza y bajar a una velocidad de hasta 100 kilómetros por hora”, dice el hombre.
Como los pelícanos, de tanto estrellarse con el mar, los clavadistas de Acapulco van perdiendo la visión y pueden quedar ciegos.
Como Gustavo Serna, hoy de 65 años, quien perdió la visión en un ojo y en el otro apenas ve tinieblas; o como Anastasio Aparís, de 47 años, quien sirvió de doble para la grabación de una película y tuvo que ponerse una peluca. Al caer, la peluca se le metió en el ojo izquierdo y lo perdió.
“Fíjate, bendito sea Dios porque no he tenido un accidente”, agradece hoy Ismael, quien además de manejar la parte administrativa de La Quebrada tiene una misión principal: velar para que esta tradición no desaparezca. Velar para que los clavadistas sigan siendo una leyenda.
Alexis y sus amigos regresan rápidamente al mirador de los turistas, antes de que se vayan; se despiden y esperan que les den una propina. Obedeciendo a la consigna del buen viajero, ese que debe hacer algo bueno por el destino que visita, es prudente darles propina. Alexis dice que quiere seguir con su pasión, los clavados, pero espera más adelante ir a la universidad.
Es la una de la tarde y Alexis acaba de hacer el primer salto del día. Le esperan otros cuatro más, varios en la noche, cuando toda La Quebrada se ilumina con luces de colores y los clavadistas se lanzan al Pacífico con antorchas encendidas.
Realmente le esperan 15.560 saltos si se jubila a los 45 años, la edad en la que estos guerreros del agua, en promedio, deciden dejar de jugarse –y ganarse– la vida en un salto al mar de apenas cinco segundos.
Según Alejandro González, secretario de Turismo de Acapulco, el
Estado mexicano ha aunado esfuerzos para que el puerto recupere el auge
de otras épocas. En los últimos tres años se han invertido 2.500
millones de dólares en hoteles, vías y servicios turísticos. También se
ha fortalecido la seguridad, aunque -aclara González- los turistas no se
han visto amenazados por la violencia en la región.
También se construyó el Centro de convenciones Mundo Imperial, uno de los más grandes y modernos de América Latina. “Y cada vez son más los colombianos que nos visitan”, añadió González y explicó que Colombia es el tercer mercado emergente en el destino, después de Estados Unidos y Canadá.
El Tiempo
En ese abrir y cerrar de ojos, Alexis Balán, un joven mexicano de 18 años, se juega la vida. Cinco segundos en los que se enfrenta al viento, al mar impredecible, a un acantilado filoso, al miedo.
Uno de los legendarios clavadistas que ayudaron a que el puerto de Acapulco se hiciera famoso ante el mundo, los mismos que han aparecido en películas y telenovelas y que viven de lanzarse al mar, como pelícanos tras su presa, en un riesgoso espectáculo turístico.
Un símbolo de un bellísimo destino de playas de arena dorada que pasó de la gloria al desprestigio por cuenta de la violencia causada por el narcotráfico y el crimen organizado, desde comienzos de la década del 2000. Un clásico destino mexicano con el que este país empezó a convertirse en potencia turística mundial a partir de la década de los 50 –muy maltratado en los últimos años– que busca una nueva oportunidad.
Alexis, apenas bachiller, cuenta que esta tradición nació hace 82 años entre los pescadores. En esa época –en 1934–, cuenta el joven, los insumos para ellos eran costosos y la economía era muy mala. Entonces, debían lanzarse al agua a desatorar los anzuelos. Empezaron a competir entre ellos, hasta que se dieron cuenta de que también podían vivir de esa actividad, cuando llegaron las propinas. Y así, la tradición la heredó el abuelo a sus hijos y Alexis terminó convertido en clavadista.
Los clavadistas deben esperar a que las olas choquen contra el acantilado para lanzarse sobre ellas: les sirven de colchón y, de paso, les salvan la vida. Fotos: Turismo Acapulco |
El joven se prepara para saltar en La Quebrada, que es un conjunto de terrazas con bares y restaurantes empotrado en un acantilado; son terrazas que miran al océano Pacífico, azul y brillante, brioso, y a una roca de 35 metros de altura desde donde los valientes clavadistas se lanzan al mar.
Alexis y sus compañeros, tan jóvenes como él, descienden el acantilado; se zambullen en el mar y salen al otro lado después de nadar diez metros. Y empiezan a trepar la roca. Van descalzos, solo los cubre una pequeña pantaloneta. Da la impresión de que se pueden deslizar en cualquier momento.
Alexis es el primero del grupo en llegar a la cima, donde ondea una bandera de México al lado de un altar en honor a la Virgen de Guadalupe, patrona de los mexicanos y a quien estos hombres, cuyas edades van de los 17 a los 45 años, piden protección.
El mirador donde aguardan los ansiosos turistas queda a 200 metros de la roca, donde Alexis se ve chiquitico. El muchacho aletea con las manos, invitando al público a animarlo. Los presentes, viajeros de distintos países, aplauden fuerte. Él se santigua, apunta al cielo, se impulsa con los pies y se lanza.
Mientras los turistas gozan de un espectáculo, vienen los cinco segundos en los que estos hombres desafían a la muerte. El tiempo es vital, literalmente vital. Un mal cálculo o una distracción pueden ser mortales.
El salto al vacío dura tres segundos; en ese parpadeo hacen gala de su destreza y entrenamiento diario: mientras caen abren los brazos, como si tuvieran alas, y vuelven a juntarlos justo antes de entrar al agua. A una velocidad de 90 kilómetros por hora se estrellan contra el mar en un canal estrecho donde rompen las olas espumosas del Pacífico antes de chocar con el acantilado; luego tendrán otros dos segundos para salir.
Alexis Balán, de pantaloneta verde, es uno de los clavadistas más jóvenes de La Quebrada. Foto: José Alberto Mojica |
El canal solo tiene cuatro metros de profundidad, así que apenas caen al agua deben encorvarse y salir a la superficie. Por eso, antes de lanzarse al vacío y de tantear el viento –no puede estar soplando fuerte–, deben esperar la ola y caer precisamente sobre ella. El agua de la ola les sirve de colchón. Les salva la vida.
Alexis brota glorioso del mar, como un pelícano con su presa.
“El miedo es algo que siempre llevamos presente, como nuestro compañero fiel. Pero la virgencita de Guadalupe nos cuida”, cuenta Alexis y recuerda que este es uno de los escenarios más famosos en el mundo para esta práctica y que aquí se celebra el Campeonato Mundial de Clavados de Altura. Aquí, el clavadista colombiano Orlando Duque se ha colgado varias medallas. También se lanzan en pareja, perfectamente sincronizados.
Más de 80 años de historia les ha permitido a los clavadistas organizarse con todas las de la ley: la Asociación de Clavadistas de Acapulco. Su presidente es Ismael Vázquez García, de 45 años.
“Yo bajaba a nadar a La Quebrada y veía a los clavadistas, y soñaba ser uno de ellos. Me lo propuse y he vivido y sigo viviendo de este trabajo”, dice el hombre y cuenta que son 65 los clavadistas. El más joven, Ulises Álvarez, tiene 18 años. Y el más viejo, Ignacio Sánchez, 65.
Cada uno de ellos obtiene cuatro mil pesos mexicanos de salario –cerca de 250 dólares mensuales–, más la seguridad social. A veces reciben más, a veces menos. Todo depende de cuántos turistas vayan a La Quebrada, donde la entrada cuesta 40 pesos, menos de tres dólares.
En las mejores épocas, recuerda Ismael –cuando iban a Acapulco Liz Taylor, John F. Kennedy, Frank Sinatra, Elvis Presley y otras celebridades; cuando se filmaban películas de James Bond y de Sylvester Stallone–, los ingresos y las propinas podían ser millonarias. Muchos clavadistas se hicieron ricos.
Hoy, la mayoría apenas subsiste y muchos viven en la pobreza. Ya se ha dicho que el turismo en Acapulco se ha visto afectado por la violencia. En el 2015, la ciudad recibió 8’876.510 visitantes; el 90 por ciento eran turistas nacionales y el 10 por ciento restante, internacionales, que son los más gastan y generan ingresos. La cifra no es nada despreciable. El tema es que entre los años 70 y los 80, cinco de cada diez visitantes eran extranjeros. Sobre todo turistas estadounidenses; muchos, por miedo, dejaron de ir.
Acapulco evoca la nostalgia de los más viejos. Recuerda las rancheras de Agustín Lara (Acuérdate de Acapulco, de aquella noche, María bonita, María del alma...). Recuerda que 'El Chavo del 8' soñaba conocer Acapulco.
La más reciente referencia, para los jóvenes, es la exitosa película 'No se aceptan devoluciones', grabada precisamente allí y donde se hace referencia a La Quebrada y a los gloriosos clavadistas.
"Cuando yo era niño, un día tu abuelo me lanzó desde lo más alto de La Quebrada... No, no te rías, de verdad fue espantoso. Yo habré tenido, no sé, 6 o 7 años, como tú. Pero gracias a eso nunca volví a tenerle miedo a nada", le dijo Valentín (representado por el actor Eugenio Derbez) a su pequeña hija en uno de los momentos más trascendentales de la película.
- Yo ya cumplí siete años, ¿cuándo me vas a llevar a Acapulco a saltar desde La Quebrada?
- No, yo nunca te haría eso.
- Ándale, porfa, yo nunca le quiero tener miedo a nada.
Siguió la conversación entre Valentín y su pequeña Maggie.
Uno de los miradores de La Quebrada. La vista del océano Pacífico y de los acantilados es espectacular. |
Un deporte de alto riesgo
Aunque es una actividad riesgosa, en los 80 años de tradición nunca
se han registrado muertes. Eso sí, muchos accidentes. Ismael, el
presidente de los clavadistas, casado y padre de tres hijos de 15, 16 y
19 años –el mayor ya va a la universidad–, le agradece todo a su
trabajo. Pero no le interesa que sus hijos le sigan los pasos. “Es que
este oficio es muy peligroso”, dice.Entre los accidentes, sigue Ismael, los más frecuentes son: desprendimiento de tímpanos, luxaciones de clavículas, huesos rotos, brazos quebrados; espaldas chuecas por tanto encorvarse para salir a la superficie rápidamente apenas entran al agua. Y los más graves: desprendimiento de retina.
“Hay secuelas graves en la vista de tanto caer de cabeza y bajar a una velocidad de hasta 100 kilómetros por hora”, dice el hombre.
Como los pelícanos, de tanto estrellarse con el mar, los clavadistas de Acapulco van perdiendo la visión y pueden quedar ciegos.
Como Gustavo Serna, hoy de 65 años, quien perdió la visión en un ojo y en el otro apenas ve tinieblas; o como Anastasio Aparís, de 47 años, quien sirvió de doble para la grabación de una película y tuvo que ponerse una peluca. Al caer, la peluca se le metió en el ojo izquierdo y lo perdió.
Los clavadistas ofrecen un espectáculo digno de aplaudir. Demuestran su entrenamiento y clase ante los turistas. |
“Fíjate, bendito sea Dios porque no he tenido un accidente”, agradece hoy Ismael, quien además de manejar la parte administrativa de La Quebrada tiene una misión principal: velar para que esta tradición no desaparezca. Velar para que los clavadistas sigan siendo una leyenda.
Alexis y sus amigos regresan rápidamente al mirador de los turistas, antes de que se vayan; se despiden y esperan que les den una propina. Obedeciendo a la consigna del buen viajero, ese que debe hacer algo bueno por el destino que visita, es prudente darles propina. Alexis dice que quiere seguir con su pasión, los clavados, pero espera más adelante ir a la universidad.
Es la una de la tarde y Alexis acaba de hacer el primer salto del día. Le esperan otros cuatro más, varios en la noche, cuando toda La Quebrada se ilumina con luces de colores y los clavadistas se lanzan al Pacífico con antorchas encendidas.
Realmente le esperan 15.560 saltos si se jubila a los 45 años, la edad en la que estos guerreros del agua, en promedio, deciden dejar de jugarse –y ganarse– la vida en un salto al mar de apenas cinco segundos.
El renacer de un destino
También se construyó el Centro de convenciones Mundo Imperial, uno de los más grandes y modernos de América Latina. “Y cada vez son más los colombianos que nos visitan”, añadió González y explicó que Colombia es el tercer mercado emergente en el destino, después de Estados Unidos y Canadá.
El Tiempo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario