Rocamadour (Lot, Midi-Pyrénées)
Situado en el departamento de Lot, en la región de Midi-Pyrénées,
Rocamadour semeja un lugar encantado. El conjunto de sus edificios,
trepados en equilibrio ilusoriamente precario sobre una escarpada ladera
de 120 metros que cae hacia el río Alzou, afluente del Dordoña,
constituye una visión de cuento de hadas. El pueblo es,
ciertamente, una despampanante superposición de casas e iglesias
rodeadas de pasadizos y escaleras que serpentean por doquier bajo
puertas, ventanas y balcones labrados con refinamiento. Toda una guinda
arquitectónica de arcaico sabor coronando una tarta de naturaleza
agreste, boscosa y seductora.
Según la leyenda, Rocamadour debe su nombre a San Amador, cuyo cuerpo, presuntamente incorrupto, fue encontrado en el año 1162 por monjes benedictinos en el interior de una tumba labrada en el acantilado. Sus célebres santuarios –siete en total- atraen cada año a incontables peregrinos y viajeros, a tal punto que lo convierten en el segundo lugar más visitado de Francia, sólo por detrás del Monte Saint-Michel. Desde la zona baja del pueblo, los 216 peldaños de la denominada Gran Escalera -son legión los que la suben de rodillas- conducen a lo alto del acantilado, donde se halla la plaza de las iglesias, excelente mirador del cañón del Alzou y del parque natural regional de Causses du Quercy.
Aquí la visita inexcusable es la de la capilla de Notre-Dame, sitio en el que se vela la estatua de Santa María de Rocamadour,
original del siglo XII, popularmente conocida como la Virgen Negra en
razón del color de su tez, con el Niño Jesús en brazos y la cabeza
coronada. Encima de la entrada de la capilla, incrustada en la piedra,
se puede ver una espada de hierro: conforme a la tradición, se trata de
Durandal, la legendaria espada de Roldán.
Según la leyenda, Rocamadour debe su nombre a San Amador, cuyo cuerpo, presuntamente incorrupto, fue encontrado en el año 1162 por monjes benedictinos en el interior de una tumba labrada en el acantilado. Sus célebres santuarios –siete en total- atraen cada año a incontables peregrinos y viajeros, a tal punto que lo convierten en el segundo lugar más visitado de Francia, sólo por detrás del Monte Saint-Michel. Desde la zona baja del pueblo, los 216 peldaños de la denominada Gran Escalera -son legión los que la suben de rodillas- conducen a lo alto del acantilado, donde se halla la plaza de las iglesias, excelente mirador del cañón del Alzou y del parque natural regional de Causses du Quercy.
La Roque Gageac (Dordoña, Aquitania)
En
la prefectura del Périgord Noir –una de las cuatro que integran el
departamento de Dordoña, en Aquitania-, las otrora impetuosas aguas del río Dordoña,
que hoy fluyen plácidas en cuantiosos y anchos meandros, acabaron
configurando un terreno quebrado, salpicado de abruptos valles, en cuyos
acantilados hacen alardes de equilibrio las construcciones defensivas
de los castillos y las casas de numerosos pueblos medievales.
Como las de La Roque Gageac, una de las localidades más pintorescas del Périgord Noir, tercera en la lista de las más visitadas de Francia, sólo por detrás de Saint Michel y Rocamadour. Se guarnece en un acantilado que, cortado a pico, nos ofrece impagables vistas panorámicas sobre campos de labor y extensos bosques, dignas del lienzo del mejor de los pintores paisajistas. Las casas de piedra clara y techos de pizarra, algunas troglodíticas, integradas en la roca misma, se reflejan en la corriente del Dordoña, por la que se deslizan, perezosas, las gabarras, réplicas de las que en el siglo XVIII transportaban mercancías, ahora paseando a los turistas.
De los 1.500 moradores que tuvo en siglos pasados, La Roque Gageac ha pasado al medio millar actual, si bien el número de visitantes es muy elevado. Orientada al sur bajo la protección de su acantilado, disfruta de un microclima subtropical bajo el que medran palmeras, ágaves, bambúes y plátanos. Antes de abandonar Dordoña, rumbo a Grecia, Henry Miller escribió: «Aquí está el paraíso de los franceses. Périgord es la tierra del encantamiento, celosamente guardada por los poetas y que sólo ellos pueden reivindicar […] Puede que un día Francia deje de existir, pero el Périgord sobrevivirá como sobreviven los sueños de que se nutre el alma de los hombres».
Como las de La Roque Gageac, una de las localidades más pintorescas del Périgord Noir, tercera en la lista de las más visitadas de Francia, sólo por detrás de Saint Michel y Rocamadour. Se guarnece en un acantilado que, cortado a pico, nos ofrece impagables vistas panorámicas sobre campos de labor y extensos bosques, dignas del lienzo del mejor de los pintores paisajistas. Las casas de piedra clara y techos de pizarra, algunas troglodíticas, integradas en la roca misma, se reflejan en la corriente del Dordoña, por la que se deslizan, perezosas, las gabarras, réplicas de las que en el siglo XVIII transportaban mercancías, ahora paseando a los turistas.
De los 1.500 moradores que tuvo en siglos pasados, La Roque Gageac ha pasado al medio millar actual, si bien el número de visitantes es muy elevado. Orientada al sur bajo la protección de su acantilado, disfruta de un microclima subtropical bajo el que medran palmeras, ágaves, bambúes y plátanos. Antes de abandonar Dordoña, rumbo a Grecia, Henry Miller escribió: «Aquí está el paraíso de los franceses. Périgord es la tierra del encantamiento, celosamente guardada por los poetas y que sólo ellos pueden reivindicar […] Puede que un día Francia deje de existir, pero el Périgord sobrevivirá como sobreviven los sueños de que se nutre el alma de los hombres».
Conques (Aveyron, Midi-Pyrénées)
Con
sus típicas fachadas de entramados de madera y tejados de pizarra
coloreada por los verdines del musgo, no hay una sola casa en Conques
que desarmonice con su entorno natural, un paraje de media montaña bien
preservado abundante en verdores lozanos y arbóreas espesuras. Respecto a
su calificación entre los pueblos más bonitos de Francia se la debe a
la autenticidad de su patrimonio en cuanto a arquitectura románica, orfebrería medieval
y arte contemporáneo se refiere. Es, por lo demás, una de las
poblaciones destacadas del Camino de Santiago francés, gracias a su
famosa abadía románica, erigida entre 1045 y 1060 e incluida hoy en
entre los bienes culturales de la Unesco.
Conques, que cuenta apenas con 300 habitantes, recibe anualmente medio millón de visitas de curiosos y peregrinos. Estos últimos comenzaron a acudir a la villa a partir del siglo XI, cuando los monjes de la mencionada abadía trajeron las reliquias óseas de la jovencísima mártir cristiana Sainte Foy (Santa Fe), quien en el 303 d.C., contando sólo 13 años, fue condenada a la hoguera en Agen, Aquitania, por defender su credo ante los romanos.
Los actuales edificios y las callejuelas empedradas se cimentaron durante la Alta Edad Media. La vía principal se abre -¡cómo no!- a Sainte Foy, reina de la admiración general y del fervor de miles de devotos. Considerada una de las iglesias abaciales más grandes del románico, posee una nave central de 22 metros de altura, amén de 250 capiteles, un tímpano con escenas del Juicio Final y vitrales del pintor contemporáneo Pierre Soulages. Claro que la atracción estelar es su famoso tesoro de plata medieval, mil años de orfebrería religiosa rescatada de las vicisitudes de la Historia por los habitantes de Conques: una colección única en Francia y una de las cinco más grandes de Europa.
Conques, que cuenta apenas con 300 habitantes, recibe anualmente medio millón de visitas de curiosos y peregrinos. Estos últimos comenzaron a acudir a la villa a partir del siglo XI, cuando los monjes de la mencionada abadía trajeron las reliquias óseas de la jovencísima mártir cristiana Sainte Foy (Santa Fe), quien en el 303 d.C., contando sólo 13 años, fue condenada a la hoguera en Agen, Aquitania, por defender su credo ante los romanos.
Los actuales edificios y las callejuelas empedradas se cimentaron durante la Alta Edad Media. La vía principal se abre -¡cómo no!- a Sainte Foy, reina de la admiración general y del fervor de miles de devotos. Considerada una de las iglesias abaciales más grandes del románico, posee una nave central de 22 metros de altura, amén de 250 capiteles, un tímpano con escenas del Juicio Final y vitrales del pintor contemporáneo Pierre Soulages. Claro que la atracción estelar es su famoso tesoro de plata medieval, mil años de orfebrería religiosa rescatada de las vicisitudes de la Historia por los habitantes de Conques: una colección única en Francia y una de las cinco más grandes de Europa.
Ars-en-Ré (Isla de Ré, Charente-Marítimo)
Sede de nuestro combinado nacional durante el Campeonato Europeo de fútbol de selecciones que se está celebrando en Francia, la isla de Ré, enfrente de La Rochelle,
en el departamento de Charente Marítimo, constituye un popular destino
vacacional en la soleada costa oeste del país galo, costa a la que
permanece unida por un puente de peaje de 2,9 km de largo, terminado en
1988. Una carretera recorre sus 30 km de llanuras, dejando al costado
sur las playas, aptas para familias con niños que buscan ambientes
tranquilos, y al lado norte las salinas, los criaderos de ostras y un puñado de pueblos dignos de explorarse,
entre los cuales se encuentra Ars-en-Ré. Un paseo a pie entre el blanco
de sus fachadas encaladas, el rojo de las tejas, el verde tradicional
de las persianas, el cárdeno de las malvas semisalvajes que crecen por
todos los rincones y el azul del océano esporádicamente entrevisto entre
casa y casa o calle y calle es una cabal borrachera multicolor, un
deleite para la vista y un regocijo para el espíritu.
La iglesia de Saint Etienne, punto focal de la población, tiene un particularísimo campanario cónico, cuyo fastigio aparece pintado de negro, como el capirote de un penitente, en agudo contraste con la albura de la parte inferior de la torre: una señal blanquinegra inconfundible para los barcos que se aproximaban a la costa. Su puerto, el más importante de la isla de Ré, hoy con capacidad de atraque para medio millar de embarcaciones deportivas, recibía a los cargueros de Holanda y de los países escandinavos que comerciaban con la sal, mercancía de subido valor en esta tierra insular durante los últimos 800 años. Actualmente las salinas se explotan de forma artesanal y casi testimonial, a modo de exhibición para el turismo.
La iglesia de Saint Etienne, punto focal de la población, tiene un particularísimo campanario cónico, cuyo fastigio aparece pintado de negro, como el capirote de un penitente, en agudo contraste con la albura de la parte inferior de la torre: una señal blanquinegra inconfundible para los barcos que se aproximaban a la costa. Su puerto, el más importante de la isla de Ré, hoy con capacidad de atraque para medio millar de embarcaciones deportivas, recibía a los cargueros de Holanda y de los países escandinavos que comerciaban con la sal, mercancía de subido valor en esta tierra insular durante los últimos 800 años. Actualmente las salinas se explotan de forma artesanal y casi testimonial, a modo de exhibición para el turismo.
Vézelay (Yonne, Borgoña)
Un pueblo en la «colina inspirada». Sobre sus laderas, las hermosas casas medievales,
aglomeradas a lo largo de la calle principal, trepan pendiente arriba.
¿Has llegado a la parte baja de Vézelay en coche, a caballo o a pie por
la concurrida 654 GR, una de las cuatro rutas francesas del Camino Compostelano?
Son los instantes de comenzar tu ascenso, de mantener tu expectación a
cada paso. Romain Rolland, Max-Pol Fouchet, Georges Bataille, Jules
Roy... vas descifrando las placas que indican las residencias donde
estos hombres de letras se hospedaron. A mitad de la cuesta descubres el
museo Zervos, que exhibe obras de Calder, Miró y Max Ernst. Finalmente,
en lo más alto, alcanzas la monumental basílica, un centro cardinal de
la cristiandad desde el Bajo Medioevo. Y entonces, ahora sí, déjate
seducir por el grandioso pórtico, por el vasto atrio, antes de penetrar
en la nave luminosa...
La historia religiosa de Vézelay, aupada sobre el valle del río Yonne, arranca de antiguo. La prístina iglesia del siglo IX, obra del borgoñón Girart de Rousillon, conde de París, sufrió dos siglos de saqueos e incendios a manos de los normandos. Hasta que, poco después del final del primer milenio -y aquí la crónica entronca con la leyenda-, un monje llamado Baudillon encontró en Saint-Maximin-la-Sainte-Baume unas reliquias óseas de María Magdalena y las trajo a Vezélay. Cuando en 1058 el papa Esteban IX confirmó su autenticidad, dio comienzo una afluencia progresiva de peregrinos que continúa en los días actuales.
La creciente multitud de devotos hizo necesaria una ampliación de la iglesia carolingia original. Si bien, arruinada por el tiempo, la basílica de Santa María Magdalena de Vezélay, obra maestra de la arquitectura románica del siglo XII, clasificada como Patrimonio de la Humanidad, la contemplamos hoy en la reconstrucción efectuada en 1840 por el arquitecto Eugéne Viollet-leDuc.
La historia religiosa de Vézelay, aupada sobre el valle del río Yonne, arranca de antiguo. La prístina iglesia del siglo IX, obra del borgoñón Girart de Rousillon, conde de París, sufrió dos siglos de saqueos e incendios a manos de los normandos. Hasta que, poco después del final del primer milenio -y aquí la crónica entronca con la leyenda-, un monje llamado Baudillon encontró en Saint-Maximin-la-Sainte-Baume unas reliquias óseas de María Magdalena y las trajo a Vezélay. Cuando en 1058 el papa Esteban IX confirmó su autenticidad, dio comienzo una afluencia progresiva de peregrinos que continúa en los días actuales.
La creciente multitud de devotos hizo necesaria una ampliación de la iglesia carolingia original. Si bien, arruinada por el tiempo, la basílica de Santa María Magdalena de Vezélay, obra maestra de la arquitectura románica del siglo XII, clasificada como Patrimonio de la Humanidad, la contemplamos hoy en la reconstrucción efectuada en 1840 por el arquitecto Eugéne Viollet-leDuc.
Montrésor (Indre-et-Loire, Centro)
Valle de reyes, jardín refinado y tabernáculo cultural de Francia, el Loira,
con su «caprichosa y pérfida molicie» –rasgo que le atribuía el
historiador decimonónico Jules Michelet a causa de sus crecidas, siempre
imprevisibles y a menudo devastadoras- ha atraído a sus orillas e
inspirado en ellas a soberanos, artistas y personajes ilustres a lo
largo de los tiempos. Y es que, en su tránsito por el Orleanesado,
Turena y Anjou (la denominada Región Centro), el río más largo del país
galo y sus afluentes trazan la ruta de los castillos reales, reflejo
soberbio y excepcional de la memoria francesa. Centenares de recintos medievales y renacentistas jalonan el paso de sus aguas tornasoladas a través de una tierra de bosques y viñedos rica en flora y fauna salvajes.
Sesenta kilómetros al sureste de Tours, enclavado en el corazón del valle del Loira, Montrésor, otro de «los más bellos pueblos de Francia», te da la bienvenida, trenzándola con el encanto y la autenticidad que ha conservado a lo largo de su milenio y pico de existencia. De entrada, el pueblo te invita a paseos bucólicos por los balcones del río Indrois, afluente del Indre –tributario, a su vez, del Loira- o a darte un chapuzón en la Edad Media dentro de su fortaleza. También a degustar sus macarrones y chicharrones, quizá como compromiso previo al descubrimiento de su arte y de su historia celosamente guardados en sus monumentos.
El castillo de Montrésor, muestra menor de la insuperable colección del valle del Loira, pero no por ello menos atractivo, se construyó en el siglo XV sobre el afloramiento rocoso donde en 1005 el poderoso conde de Anjou, Foulques Nerra, tenía una de sus fortalezas. En el XIX fue completamente restaurado, amueblado y decorado por un gran amigo de Napoleón III, también conde, el polaco Xavier Branicki, cuyos descendientes aún son sus propietarios.
ABC
Sesenta kilómetros al sureste de Tours, enclavado en el corazón del valle del Loira, Montrésor, otro de «los más bellos pueblos de Francia», te da la bienvenida, trenzándola con el encanto y la autenticidad que ha conservado a lo largo de su milenio y pico de existencia. De entrada, el pueblo te invita a paseos bucólicos por los balcones del río Indrois, afluente del Indre –tributario, a su vez, del Loira- o a darte un chapuzón en la Edad Media dentro de su fortaleza. También a degustar sus macarrones y chicharrones, quizá como compromiso previo al descubrimiento de su arte y de su historia celosamente guardados en sus monumentos.
El castillo de Montrésor, muestra menor de la insuperable colección del valle del Loira, pero no por ello menos atractivo, se construyó en el siglo XV sobre el afloramiento rocoso donde en 1005 el poderoso conde de Anjou, Foulques Nerra, tenía una de sus fortalezas. En el XIX fue completamente restaurado, amueblado y decorado por un gran amigo de Napoleón III, también conde, el polaco Xavier Branicki, cuyos descendientes aún son sus propietarios.
Ivoyre (Alta Saboya, Ródano-Alpes)
Yvoire, que en 2006 celebró sus 700 años
de existencia, es hoy en día una ciudad de arquitectura medieval, de
artesanos y boutiques, restaurantes, bares y cafés, y sobre todo, de
preciosas vistas hacia dentro y hacia fuera del lago Leman, que Francia comparte con Suiza.
Sus calles están repletas de edificios de estilo alpino, con paredes de
piedra, techos inclinados, balcones de madera y persianas.
Prácticamente desde cualquier punto de sus alrededores pueden
contemplarse las murallas con sus puertas, su castillo y el campanario
de su iglesia. Yvoire también posee flores -masas de ellas-, con las que
en el correspondiente concurso europeo de 2002 ganó el Trofeo
Internacional de Paisaje y Horticultura La Perla del Leman -apodo por el
que se la conoce- lo tiene verdaderamente todo: merece, sin duda, su
catalogación entre los pueblos más bonitos de Francia.
Desde tiempos remotos, el valle superior del Ródano y el lago de Ginebra han constituido una ruta por los Alpes entre Italia y Francia. La posición estratégica de Yvoire en la orilla sur del citado lago llevó a Amadeo V de Saboya a fortificarla en el siglo XIV. Durante 500 años el pueblo ejerció una destacada función militar en la región. Las puertas de piedra de las murallas y el castillo son herencia de épocas turbulentas.
Actualmente, los turistas dan paseos lacustres en las barcas y acuden a la fortaleza, que es privada, buscando su parte abierta al público: el jardín de los Cinco Sentidos, un lugar de descanso y ensueños, creado en su antiguo huerto, que no guarda relación alguna con su pasado castrense. Un laberinto de plantas que cambian con las horas y las estaciones, un paseo por un universo de colores, sonidos, fragancias, sabores y texturas, clasificado como Jardín Notable por el Ministerio de Cultura francés.
Desde tiempos remotos, el valle superior del Ródano y el lago de Ginebra han constituido una ruta por los Alpes entre Italia y Francia. La posición estratégica de Yvoire en la orilla sur del citado lago llevó a Amadeo V de Saboya a fortificarla en el siglo XIV. Durante 500 años el pueblo ejerció una destacada función militar en la región. Las puertas de piedra de las murallas y el castillo son herencia de épocas turbulentas.
Actualmente, los turistas dan paseos lacustres en las barcas y acuden a la fortaleza, que es privada, buscando su parte abierta al público: el jardín de los Cinco Sentidos, un lugar de descanso y ensueños, creado en su antiguo huerto, que no guarda relación alguna con su pasado castrense. Un laberinto de plantas que cambian con las horas y las estaciones, un paseo por un universo de colores, sonidos, fragancias, sabores y texturas, clasificado como Jardín Notable por el Ministerio de Cultura francés.
ABC
No hay comentarios.:
Publicar un comentario