Este destino chileno sorprende con termales y paisajes que parecen de otro planeta.
Parece un juego de palabras, pero es la verdad. Lejano de la idea de un
peladero yermo donde sopla el viento y no hay ninguna alma, la geografía
del desierto de San Pedro de Atacama (Chile) tiene varios compañeros de
vida: la majestuosa cordillera de los Andes con volcanes que sobrepasan
los 5.000 metros de altura, enormes salares con decenas de especies de
aves y antenas de radiotelescopios que escudriñan antiguos secretos del
universo. También, valles que asemejan a la Luna.
El desierto de Atacama, el más árido del planeta y con una carencia de humedad que reseca la piel más curtida, está lleno de posibilidades.
Su epicentro es el poblado de San Pedro de Atacama, uno de los sitios
más famosos del Chile turístico. Llegar acá no es tan difícil como se
podría creer. Inmerso en la parte más oriental de la región de
Antofagasta, dista a solo una hora de carretera desde Calama –ciudad
sede de la mina de cobre a cielo abierto más grande del mundo– y su
moderno aeropuerto al que llegan, tras 90 minutos, los vuelos desde
Santiago.
San Pedro es pura tierra. Las calles, su bella iglesia, las paredes de las casas, restaurantes, los alrededores: todo es tierra. Ocre y eterno, este elemento se vuelve tan permanente como los inmensos cielos azules que cubren el territorio matizado por algunas nubes gigantes que se pintan de rosa intenso en los atardeceres.
San ‘Peter’ o San ‘Perro’, como también es conocido por la gran cantidad de canes callejeros que capean durmiendo el calor desértico, es un oasis ancestral regentado por el pueblo originario likanantai y cuyos descendientes son los guardianes de la mayoría de los grandes atractivos del itinerario viajero.
Unos 30 años han bastado para cambiar la faz de San Pedro y transformarla en un punto de rotación internacional. Los desiertos son escasos y este, el más árido del orbe, puede ser visitado de manera amable a pesar de sus extremas temperaturas –más de 30 °C en el día y descensos bajo cero en las noches–.
Claro, están los géiseres del Tatio con sus atractivas fumarolas; el valle de la Luna y sus maravillosos paisajes casi selenitas; la laguna Cejar ultrasalobre y donde flota hasta el más pesado o el museo del padre Le Paige con sus momias milenarias. Todos estos panoramas copan cualquier agenda y son parte de la oferta más tradicional de San Pedro. Pero hay opciones vibrantemente distintas.
Amanece y al 'lobby' del hotel Tierra Atacama llega Barry Birch, un
exactor norirlandés de ojos azules con más de 20 años de vida aérea. Su
misión: llevarnos en un globo aerostático sobre el valle de San Pedro.
Una actividad inaugurada este año.
Así lo cuenta Barry mientras infla con potentes ventiladores un enorme globo escarlata que nos terminará alzando a más de 700 metros de altura. La vista es como estar montado en un satélite o tener un Google Earth en 3D.
La sensación de levedad es gloriosa mientras se divisa el oasis de San Pedro en plenitud, el volcán Licancabur y sus 5.600 m. s. n. m., el valle de la Luna y la laguna Cejar con precisión. Y los quemadores de propano siguen lanzando llamaradas ardientes para mantener el globo en su milagrosa posición.
Durante más de una hora viajamos al capricho del viento y sin certeza de dónde aterrizará la canasta de ocho pasajeros, ya que no hay forma exacta de dirigir al vehículo. Es mágico y pavoroso en partes iguales. Eso hace más emocionante una travesía que termina siendo completamente segura y cuyo colofón son tempraneros y merecidos brindis de champaña una vez se alcanza de nuevo el suelo.
Hay decenas de opciones de caminatas, pero una de las más escénicas
va por la quebrada de Guatín. Se trata de un 'trekking' suave, pero en
constante ascenso, enmarcado en un pequeño valle con mucha vegetación
que brota gracias al río Puritama. Fabián, el preparadísimo guía de la
excursión, nos pide tocar el caudal y, oh sorpresa, sus aguas son
tibias. La ruta tiene como destino final a las termas de Puritama, que
cuenta con piscinas naturales a más de 30 °C y cuyo río baja entre
enormes rocas pulidas desde tiempos pretéritos.
Las grandes piedras, que asemejan caras de antiguos dioses, están coronadas por atractivos cactus. Son los cardones ('Trichocereus atacamensis') que llegan hasta los siete metros de altura y cuyo crecimiento es un verdadero prodigio que va de uno a dos centímetros por año. No hay que ser matemático para entender que se está ante verdaderos abuelos vegetales.
Al llegar a las termas el viento frío arrecia. Los turistas brasileños no se quieren sacar la ropa por ningún motivo ni experimentar alguna de las siete pozas calientes en que otra gente chapotea despreocupada. Hay que hacerlo, la oportunidad es única y la sensación de entumecimiento pasa rápido. El dato es la poza número dos, la cual tiene, tras una pequeña cascada, una cueva en la que se puede ver, sentado y oculto de miradas, la cortina de agua que cae sin parar.
San Pedro es pura tierra. Las calles, su bella iglesia, las paredes de las casas, restaurantes, los alrededores: todo es tierra. Ocre y eterno, este elemento se vuelve tan permanente como los inmensos cielos azules que cubren el territorio matizado por algunas nubes gigantes que se pintan de rosa intenso en los atardeceres.
San ‘Peter’ o San ‘Perro’, como también es conocido por la gran cantidad de canes callejeros que capean durmiendo el calor desértico, es un oasis ancestral regentado por el pueblo originario likanantai y cuyos descendientes son los guardianes de la mayoría de los grandes atractivos del itinerario viajero.
Unos 30 años han bastado para cambiar la faz de San Pedro y transformarla en un punto de rotación internacional. Los desiertos son escasos y este, el más árido del orbe, puede ser visitado de manera amable a pesar de sus extremas temperaturas –más de 30 °C en el día y descensos bajo cero en las noches–.
Artesanías para llevar de recuerdo del viaje a San Pedro de Atacama. |
Claro, están los géiseres del Tatio con sus atractivas fumarolas; el valle de la Luna y sus maravillosos paisajes casi selenitas; la laguna Cejar ultrasalobre y donde flota hasta el más pesado o el museo del padre Le Paige con sus momias milenarias. Todos estos panoramas copan cualquier agenda y son parte de la oferta más tradicional de San Pedro. Pero hay opciones vibrantemente distintas.
Volando en globo
Así lo cuenta Barry mientras infla con potentes ventiladores un enorme globo escarlata que nos terminará alzando a más de 700 metros de altura. La vista es como estar montado en un satélite o tener un Google Earth en 3D.
La sensación de levedad es gloriosa mientras se divisa el oasis de San Pedro en plenitud, el volcán Licancabur y sus 5.600 m. s. n. m., el valle de la Luna y la laguna Cejar con precisión. Y los quemadores de propano siguen lanzando llamaradas ardientes para mantener el globo en su milagrosa posición.
Durante más de una hora viajamos al capricho del viento y sin certeza de dónde aterrizará la canasta de ocho pasajeros, ya que no hay forma exacta de dirigir al vehículo. Es mágico y pavoroso en partes iguales. Eso hace más emocionante una travesía que termina siendo completamente segura y cuyo colofón son tempraneros y merecidos brindis de champaña una vez se alcanza de nuevo el suelo.
Caminatas y termas
Los pequeños ríos del desierto llenan de vegetación las quebradas. |
Las grandes piedras, que asemejan caras de antiguos dioses, están coronadas por atractivos cactus. Son los cardones ('Trichocereus atacamensis') que llegan hasta los siete metros de altura y cuyo crecimiento es un verdadero prodigio que va de uno a dos centímetros por año. No hay que ser matemático para entender que se está ante verdaderos abuelos vegetales.
Al llegar a las termas el viento frío arrecia. Los turistas brasileños no se quieren sacar la ropa por ningún motivo ni experimentar alguna de las siete pozas calientes en que otra gente chapotea despreocupada. Hay que hacerlo, la oportunidad es única y la sensación de entumecimiento pasa rápido. El dato es la poza número dos, la cual tiene, tras una pequeña cascada, una cueva en la que se puede ver, sentado y oculto de miradas, la cortina de agua que cae sin parar.
Sobre los salares vuelan decenas de especies de aves. |
El astro rey marca la despedida de este espectacular lugar.
La noche se avecina y las actividades pueden continuar en alguno de los observatorios astronómicos turísticos que visualizan en el límpido cielo del norte chileno. Está lleno de estrellas, lleno. Es cierto, el desierto nunca estuvo vacío.
El Tiempo
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