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jueves, 1 de junio de 2017

Conozca San Andrés en 'siete colores'

El mar es su gran atractivo, pero esta isla colombiana también es música, gastronomía y naturaleza.

Conozca San Andrés en 'siete colores'
Cerca de 926.000 turistas llegan cada año a San Andrés en busca del mar de los siete colores y se van convencidos de que hallaron mucho más que eso. La naturaleza, la música, la comida y los mismos isleños hacen de este destino, a 720 kilómetros de la costa colombiana, un lugar con sus propios tonos.
San Andrés es, al mismo tiempo, el departamento más pequeño del país y el que más extensión de agua tiene. Providencia, Santa Catalina y 26 cayos e islotes completan 350.000 kilómetros cuadrados de archipiélago, en donde habitan 70.000 habitantes. Más allá de sus siete colores, ellos ofrecen siete atractivos que convierten a este pedazo de tierra incrustado en el mar de las Antillas en un paraíso colombiano inaplazable.

San Andrés en siete colores
Uno de los más recientes atractivos de la isla es el aviso ‘I love San Andrés’.
Raga versus reguetón
Como si fueran olas, animadas notas se mezclan con el sonido de la brisa que se agita contra las palmeras. Se trata del tempo que marca la tinaja, un instrumento que hace las veces de bajo y es la unión del recipiente boca abajo, un palo y una cuerda. En simultáneo se unen las voces, las guitarras, las mandolinas, las maracas hechas de semillas de mango secas y el jaw bone o quijada de caballo, que suena como una guacharaca y es el instrumento que le da un sonido particular al soca.

A pesar de que ritmos como el reggae, el raga y el calipso han perdido terreno frente a influencias continentales, como el vallenato y el reguetón, los sonidos raizales son todavía un encanto que hace a nativos y turistas mover los hombros. Imperdible visitar el bar de Kella, ubicado en el área de San Luis.
Tres lenguas
Desde el nacimiento de la isla han llegado a San Andrés españoles, ingleses, africanos y habitantes de las Antillas. Esta mezcla de lenguas permite hoy a los raizales saltar con facilidad del inglés al español y pasar sin problemas por el creole, una mezcla entre inglés isabelino, español y dialectos africanos. El conocimiento de las lenguas permite que casi cualquier turista sea entendido mientras recorre los dos kilómetros de la vía peatonal Spratt Way para comprar los típicos brazaletes o mientras se toma fotos con las esculturas del artista Mario Hoyos.


Coco, rondón y pescado

El rondón sintetiza buena parte de las influencias que ha tenido la cocina isleña. Los locales prefieren nombrar sus alimentos en inglés, pues consideran que así conservan sus raíces. Por esto, el plato tiene pigtail (cola de cerdo) y dumplings (tortillas de harina), así como caracol, ñame, yuca, plátano y filete de pescado, todo en leche de coco. Originalmente, la preparación y el consumo era exclusivo de hombres. Las mujeres no podían cocinar este plato ni consumirlo. Con el tiempo, esto ha cambiado y actualmente, el rondón es uno de los platos insignia de la isla.

Los frutos de mar, el pescado y el coco tampoco faltan. Las crab patty (empanadas de cangrejo), las fishball (bolas de pescado), el ceviche, el pargo, el pulpo, los camarones, todo acompañado con fruta de pan y un pie de coco de postre, lo harán sentir como un local. Pero, si lo suyo no es la comida criolla, encontrará abundantes opciones de cocina internacional en el centro, como pizzerías y restaurantes de comidas rápidas.


Agua infinita

El mar es uno de los atractivos de la isla. El archipiélago tiene, nada más y nada menos, el 91 por ciento de las áreas coralinas someras del país. Es uno de los sistemas de arrecifes más grandes de occidente.

La cara oriental de la isla está rodeada por una barrera de coral que les impide a las olas romperse en la costa. Esto hace que las playas sean perfectas para recibir el sol y practicar deportes náuticos. Los aclamados siete colores del mar se explican así:
 los lugares más profundos dan tonalidades azul rey, las áreas con crecimiento de algas, azul verdoso; las rocas, azul oscuro; zonas poco profundas dan azul turquesa; zonas coralinas resultan en tonalidades lila; zonas próximas a la costa son casi transparentes, y además el sol y el oleaje dan visos más o menos claros.

El club de playa Rocky Cay, el islote Johnny Cay con su popular coctel coco loco y el acuario son lugares óptimos, si el plan es acercarse a la diversidad natural de la zona. Sin embargo, si la idea es bucear, la cara occidental de la isla es perfecta. Los acantilados permiten una mejor experiencia. Cove Bay y La Piscinita son ideales para sumergirse desde trampolines y toboganes en aguas profundas. La regla número uno es respetar la naturaleza, no dejar basura y no llevarse ni un puñado de arena.


La isla al natural

Buena parte de los insumos para el turismo se transportan desde el continente, pero los desechos se quedan en los 27 kilómetros cuadrados de isla. Prácticamente, todo el año es temporada alta, y la afluencia de turistas se traduce en esfuerzos monumentales del gobierno local y los lugareños para evitar el daño ambiental.


El archipiélago es un lugar que respira vida.

La reserva SeaFlower es el hogar de cientos de especies de fauna y flora que resultan vitales para el funcionamiento de todo el Caribe. En el mar próximo a la isla hay arrecifes de coral que mantienen el ecosistema. Así también están los pastos marinos, que el capturar el carbono evitan el calentamiento global, además de preservar el pH marino (nivel de acidez).

A la inmensa extensión de agua se suman el bosque seco tropical y los manglares de borde costero. El bosque es un servicio ecosistémico que ayuda a garantizar la alimentación de los nativos. El manglar evita la erosión, protege las playas y sirve como sala cuna para las crías de animales y como sostén para la flora. Ir al jardín botánico también es una buena opción para amantes de la naturaleza.

Si bien existen políticas de mantenimiento, en últimas, la educación y la conciencia de los visitantes son los que permitirán que el frágil ecosistema pueda mantenerse y seguir ofreciendo su encanto. 
No olvide que es una isla, y el alcantarillado y las basuras podrían terminar directamente en el mar.


Los turistas

San Andrés es la isla más grande del archipiélago: de la punta norte al extremo sur hay 13 kilómetros y de este a oeste, tres. La mayor densidad turística y comercial se ubica en la zona norte, cerca del aeropuerto Rojas Pinilla.

Si bien la isla producía aguacate, caña de azúcar, mango, ñame y yuca, los daños en el suelo y la urbanización frenaron esta actividad. Con la declaratoria de puerto libre, la actividad se dedicó casi de forma exclusiva a los sectores de turismo y comercio. Aún hoy la mayoría de locales del centro son tiendas libres de impuestos.

San Andrés en siete colores
La diversión está también a la orden del día para los más pequeños. La arena blanca y suave invita a jugar y crear.

Los lugareños y las autoridades han advertido que el aumento desmedido de visitantes está causando graves problemas. La falta de turismo responsable afecta a los isleños, que son quienes viven el San Andrés del día a día. Además, el agua que se usa es extraída de acuíferos o aguas subterráneas, lo que limita su disponibilidad.

El llamado es a ser conscientes con el consumo de los recursos, a cuidar las playas, a no arrojar basura, a evitar al máximo producirla, a pensar en los sanandresanos y a aventurarse más allá de los hoteles para vivir una experiencia local.


Si usted va

La cadena de hoteles Decameron está modernizando los siete que tiene en la isla. El Isleño es uno de los más solicitados, cuyo centro de convenciones tiene capacidad para 1.500 personas. El Aquarium cuenta con una vista inolvidable hacia el mar desde los balcones. Si busca una experiencia más íntima, Los Delfines está cerca de la playa y el centro. Todos tienen restaurantes a la carta. Puede disfrutar de otros hoteles de la misma cadena y de sus servicios.

El Tiempo


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