En dónde habita la esencia de Estambul? ¿En los minaretes de las mezquitas que, como agujas, pinchan el contorno de la ciudad? ¿En los gatos que patrullan la superficie o en los cuervos que vigilan desde las ramas más altas? ¿En el canto que, cinco veces al día, llena las calles al llamar a la oración? ¿En un café?
Quizás, en todo, o mejor, en una sola cosa: lo sinuoso. Pues así es el suave contorno de esta ciudad erigida sobre colinas; y así, el andar de los gatos y el vuelo de los cuervos, o el vaivén entre el escándalo de los cuervos y el silencio en el que los gatos prefieren deambular. Fluctuantes son las notas del adhan, el llamado a la oración del almuecín, así como el avance de los delfines, que se asoman y se ocultan junto a las embarcaciones que cruzan el Bósforo. Oscilantes y ensortijadas, las ramas que, con sus hojas, crecen, se multiplican y se envuelven ellas mismas, pintadas sobre los azulejos. Y hasta la consistencia del café se mece, y en cada sorbo la bebida es más densa. Estambul ondea, serpentea por los cinco sentidos.
El oído
No amanece; aún no dan las cinco de la mañana, y se escucha el primero de los llamados a la oración de cada día. Desde los balcones en lo alto de los minaretes suenan las poderosas voces de los almuédanos, la segunda persona en importancia en cada mezquita, después del imam.Estambul es una red de alminares o minaretes: las torres de las mezquitas. Así se fue conformando desde 1453 cuando los otomanos se tomaron a Constantinopla, como se llamaba entonces, e instauraron su imperio. La llaman ‘la ciudad de las mil mezquitas’, pero hay más de 3.000.
La más importante, la mezquita del sultán Ahmed o mezquita Azul, se levanta en la cumbre del barrio que lleva el nombre de este emperador. Domina con sus seis alminares, 400 años, más de 21.000 azulejos, 14 cúpulas y semicúpulas que escalan como en una montaña de piedra y mármol, hasta llegar al domo mayor de 23 metros de diámetro y 43 de altura.
Si miles de atalayas conforman una urdimbre en el espacio, los cantos desde ellas tejen una red en el tiempo, y lo hacen maleable. Cuando los almuecines elevan su llamado, el tiempo puede ir más lento o más rápido, detenerse, retroceder. Es relativo y, a la vez, absoluto, cuando en el canto se condensan los últimos 564 años. Los llamados casi simultáneos desde alminares vecinos se encuentran en las calles, convergen, dialogan entre sí y el tiempo se hace multidimensional.
Si miles de atalayas conforman una urdimbre en el espacio, los cantos desde ellas tejen una red en el tiempo, y lo hacen maleable. Cuando los almuecines elevan su llamado, el tiempo puede ir más lento o más rápido, detenerse, retroceder. Es relativo y, a la vez, absoluto, cuando en el canto se condensan los últimos 564 años. Los llamados casi simultáneos desde alminares vecinos se encuentran en las calles, convergen, dialogan entre sí y el tiempo se hace multidimensional.
El tacto
En las plantas de los pies se siente como quien camina sobre nubes. Son las alfombras de las mezquitas, a donde se debe entrar descalzo. La misma suavidad se siente al mimar gatos en la calle. ¿Qué significa la palabra omnipresente? Es la condición de los gatos en Estambul. Están sobre tejados, cornisas, verjas, en la parada de un bus. Como aquella que amamantaba a sus cuatro hijos junto a una fila de personas que esperaban transporte. Confiados y confianzudos.
Pero la palma de la mano también es clave para ‘degustar’ las compras: la calidad de las sedas o de las alfombras, que están entre las mercaderías más buscadas en el Gran Bazar. Este complejo de locales bulle desde quinientos años atrás, en tantos idiomas como Babel, pero en uno universal, el del dinero. Si Estambul tiene el signo de la fluctuación, en los 4.000 negocios de su Gran Bazar este es más que palpable. Los precios ahora están al doble y luego en la mitad, hasta que clientes y vendedores de joyas, productos de cuero, lámparas y tantas cosas, llegan a muestras sorprendentes de conciliación.
El gusto
Una pausa en el camino por el barrio de Eminönü, que era el centro de la capital en el imperio bizantino. En una esquina, sentados al aire libre bajo algún árbol se espera que esté listo un café turco, una de las preparaciones características de los fogones del país.
Pero en las cocinas hay otros estandartes como las albóndigas, en centenares de variaciones, y si se trata de carnes como cordero o ternera, el kebab está por todos lados. Qué más turco que una sopa de lentejas con el tono entre naranja y rojizo que aporta el tomate. Y otras insignias, el picante o el yogur, o los dos juntos en algún aderezo. O este en alguna bebida refrescante o en una sopa caliente.
Pero la preparación del café sigue, con el grano molido en un polvo muy fino. Ahora el cezve, un trasto de cobre de mango largo, aguarda el hervor sobre unos bloques de carbón que brillan al rojo cuando les agitan el aire.
Junto al café, por supuesto que el té turco acompaña la camaradería. Servido en delgadas y alargadas tazas de vidrio, sin oreja, que se toman del borde para no quemar los dedos.
Llega el café, con espuma suave y cremosa, y se hará más espeso en cada sorbo. Se puede acompañar con lokum (‘delicia turca’), un cubito de dulce gelatinoso, con almíbar, quizás almendras molidas, recubierto con azúcar en polvo y una nuez o avellana encima.
El olfato
Por la nariz entre el aire marino, o la humedad del monumento subterráneo de la Cisterna, y, por supuesto, las especias. La Cisterna Basílica fue la reserva subterránea de agua construida hace 1.500 años, cuando regía el emperador Justiniano. Unas pasarelas permiten caminar sobre el lecho de agua, entre un bosque de columnas de mármol de 9 metros de alto que, en hileras, sostienen la estructura, con un remate en forma de bóveda, para ir al encuentro subterráneo con las cabezas de Medusa. Dos de ellas, puestas al revés, sostienen cada una un pilar de este palacio enterrado.
En la superficie, a unos kilómetros, está el Bazar Egipcio o Bazar de las Especias. Si se trata de palacios, este es el de los aromas de los condimentos, los dulces o los frutos secos. Menta, azafrán, zumaque y demás tesoros, con colores tan encendidos como sus aromas. Los muros de la galería, la bóveda y los cruces de las calles internas relucen con pintura blanca y motivos pintorescos creados por los artistas para los negocios.
En la superficie, a unos kilómetros, está el Bazar Egipcio o Bazar de las Especias. Si se trata de palacios, este es el de los aromas de los condimentos, los dulces o los frutos secos. Menta, azafrán, zumaque y demás tesoros, con colores tan encendidos como sus aromas. Los muros de la galería, la bóveda y los cruces de las calles internas relucen con pintura blanca y motivos pintorescos creados por los artistas para los negocios.
La vista
Por un callejón escondido a un costado de la basílica de Santa Sofía, se baja a la antigua madrasa de Cafer Aga. Y en un costado del patio, Coskun Uzunkaya pinta sobre el agua. Sí. Su ‘lienzo’ es un marco de madera lleno del líquido. Al realizar su obra, colores y formas danzan obedeciendo al pincel y a leves gestos del artista. Formas a veces abstractas a veces figurativas de hojas y tulipanes que evocan los mosaicos y azulejos en las edificaciones de la ciudad. La técnica de ebrú, patrimonio inmaterial de la humanidad, se transmite de manera oral.La madrasa, la escuela, se construyó en el siglo XVI en el reino del sultán Solimán el Magnífico. Hoy en su recinto ya no se enseña el corán. Enseñan artes como ebrú, cerámica, joyería o caligrafía.
A un lado de este, en un corredor, Uzunkaya deja caer, sobre el agua, gotas de los pigmentos naturales mezclados con ácidos tomados de hiel de buey. La imagen parece formarse con voluntad propia o como si los movimientos del artista fueran ademanes de magia. Y en el último de estos, sobre la obra flotante, Uzunkaya pone un papel del tamaño del marco de madera, lo desliza en el líquido y, cómo no, la pintura queda en el folio, para siempre.
Si usted va
Turkish Airlines opera tres vuelos a la semana para cubrir la ruta Bogotá-
Estambul. El recorrido dura 14 horas y conecta a los aeropuertos de El Dorado y Ataturk.
Estambul. El recorrido dura 14 horas y conecta a los aeropuertos de El Dorado y Ataturk.
El Tiempo
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