Tengo los pies hundidos; muevo los dedos para jugar con la arena áspera, que, junto con la calidez del agua, se siente relajante. Veo que alrededor de mis tobillos hay canicas negras, quietas. Me agacho para ver qué son y, ¡casi salto!, se alejan de mí como un latigazo.
Hasta el jueves 30 de agosto, cuando pisé por primera vez la isla de San Andrés, pensé que todas las barracudas eran enormes; pero no: esta especie no mide más de 50 centímetros.
En cambio, la barracuda gigante, que puede llegar a medir hasta 2 metros y vive en aguas más profundas, tiene monumento en su propio parque: el parque de la Barracuda. Pero este es un tipo de curiosidad que me importa ahora, cuando tengo 24 años y voy como periodista de turismo. Porque si hubiera ido a la isla a los 19 años, con ahorros y amigos, y hubiera visto aquella zona de la isla, habría armado una lista de reproducción con un título contundente: ‘San Andrés, farra loca’.
Me explico: la zona comercial de la isla que rodea el parque de la Barracuda parece un ‘todo incluido’ de placeres: hay tiendas de ropa, restaurantes que ofrecen todo tipo de platos de mariscos, bares temáticos de los años ochenta, rumbeaderos; ofertas de buceo, esnórquel y avistamiento de mantarrayas; centros culturales, como el del Banco de la República... Desde allí parece que la isla es eso: sol, playa, arena, farra y gastadera.
En cambio, la barracuda gigante, que puede llegar a medir hasta 2 metros y vive en aguas más profundas, tiene monumento en su propio parque: el parque de la Barracuda. Pero este es un tipo de curiosidad que me importa ahora, cuando tengo 24 años y voy como periodista de turismo. Porque si hubiera ido a la isla a los 19 años, con ahorros y amigos, y hubiera visto aquella zona de la isla, habría armado una lista de reproducción con un título contundente: ‘San Andrés, farra loca’.
Me explico: la zona comercial de la isla que rodea el parque de la Barracuda parece un ‘todo incluido’ de placeres: hay tiendas de ropa, restaurantes que ofrecen todo tipo de platos de mariscos, bares temáticos de los años ochenta, rumbeaderos; ofertas de buceo, esnórquel y avistamiento de mantarrayas; centros culturales, como el del Banco de la República... Desde allí parece que la isla es eso: sol, playa, arena, farra y gastadera.
Quizás por eso, este centro de comercio de San Andrés es la zona con mayor concurrencia de turistas europeos y suramericanos. Es un buen lugar para estirar las piernas si acaba de aterrizar en el aeropuerto Gustavo Rojas Pinilla, la única entrada a la isla por aire. No me quejo de descansar ahí: las arepas rellenas de mariscos de los puestos de comida rápida dejan el gustito de ‘¡bienvenido a San Andrés!’.
No hace falta salir del centro para notar que la isla no parece territorio colombiano y eso cautiva. El español, el inglés y el creole conviven en los saludos y conversaciones de todos los raizales; pero es el creole, derivado de la fusión del inglés y las lenguas africanas, la lengua con la que los sanandresanos se comunican a diario.
Si bien muchos mapas de Colombia dibujan a San Andrés como un caballito de mar frente a la costa noreste del país, la isla está más cerca de Nicaragua que de Cartagena, de la cual la separan casi 757 kilómetros (poco menos que la distancia entre Bogotá y Pasto). Su visita exige, además, que cada turista invierta en una tarjeta de turismo cuyo valor es de 109.000 pesos.
¿Por qué hay que pagar la entrada? San Andrés pertenece a un archipiélago de tres islas habitadas, junto con Providencia y Santa Catalina, e incluye otras quince despobladas. Juntas constituyen el único departamento insular de Colombia. Todo el archipiélago concentra una formación coral de más de 170 especies que la hace la tercera más importante del planeta, y, debido a que fue declarada reserva de la biosfera Seaflower en el año 2000 por la Unesco, la Gobernación busca proteger el territorio de dos maneras: una, limitando la densidad poblacional del archipiélago y la otra, asegurando que haya inversión suficiente para infraestructura turística.
El costo de la tarjeta turística obedece a tales razones.
No hace falta salir del centro para notar que la isla no parece territorio colombiano y eso cautiva. El español, el inglés y el creole conviven en los saludos y conversaciones de todos los raizales; pero es el creole, derivado de la fusión del inglés y las lenguas africanas, la lengua con la que los sanandresanos se comunican a diario.
Si bien muchos mapas de Colombia dibujan a San Andrés como un caballito de mar frente a la costa noreste del país, la isla está más cerca de Nicaragua que de Cartagena, de la cual la separan casi 757 kilómetros (poco menos que la distancia entre Bogotá y Pasto). Su visita exige, además, que cada turista invierta en una tarjeta de turismo cuyo valor es de 109.000 pesos.
¿Por qué hay que pagar la entrada? San Andrés pertenece a un archipiélago de tres islas habitadas, junto con Providencia y Santa Catalina, e incluye otras quince despobladas. Juntas constituyen el único departamento insular de Colombia. Todo el archipiélago concentra una formación coral de más de 170 especies que la hace la tercera más importante del planeta, y, debido a que fue declarada reserva de la biosfera Seaflower en el año 2000 por la Unesco, la Gobernación busca proteger el territorio de dos maneras: una, limitando la densidad poblacional del archipiélago y la otra, asegurando que haya inversión suficiente para infraestructura turística.
El costo de la tarjeta turística obedece a tales razones.
Encontrarse cara a cara con la fauna de más de 650 especies de peces que concentra ese ecosistema es el motivo por el cual el esnórquel es una de las actividades más solicitadas en la isla. San Andrés es una formación de roca volcánica, y ello hace que tenga playas selectas de arena suave y clara (como Bahía Sardina, Cocoplum Bay y las del cayo El Acuario) y otras que, si bien no permiten echarse a asolearse, dejan conocer el mar debajo de sus olas.
Por eso, para los que se sienten atraídos por el ‘mar de siete colores’ (así llamado porque el suelo oceánico tiene diferentes profundidades), les recomiendo el balneario West View, situado sobre la orilla suroeste de la isla. Allí, por 5.000 pesos, puede lanzarse por un tobogán para caer entre los peces, debajo de un acantilado de piedra volcánica de unos seis metros de alto. O tomar cocolocos y empanadas de langosta...
Entre West View y el parque de la Barracuda se encuentra el Museo Casa Isleña: una casa hecha de madera sobre pilotes, construida hace 110 años y que hoy es un museo donde se muestra cómo vivían los puritanos ingleses cuando se asentaron en San Andrés en el siglo XVII. Allí guardan antigüedades y registros de ascendencias familiares que vale la pena curiosear. Todo parece contemplación histórica hasta que las mujeres encargadas de hacer los recorridos del museo llevan a los visitantes a la parte trasera de la casa y ponen música... música para que usted se mueva.
“Los hombres atrás y las mujeres al frente, rapidito”, ordena sonriente una de las guías. ¡Y tuve que obedecer! Si no, ¿cómo hubiera conocido tanto mi trasero? Eso se logra después de haber intentado hacer twerking al ritmo del reggae y el calipso. De verdad.
Por eso, para los que se sienten atraídos por el ‘mar de siete colores’ (así llamado porque el suelo oceánico tiene diferentes profundidades), les recomiendo el balneario West View, situado sobre la orilla suroeste de la isla. Allí, por 5.000 pesos, puede lanzarse por un tobogán para caer entre los peces, debajo de un acantilado de piedra volcánica de unos seis metros de alto. O tomar cocolocos y empanadas de langosta...
Entre West View y el parque de la Barracuda se encuentra el Museo Casa Isleña: una casa hecha de madera sobre pilotes, construida hace 110 años y que hoy es un museo donde se muestra cómo vivían los puritanos ingleses cuando se asentaron en San Andrés en el siglo XVII. Allí guardan antigüedades y registros de ascendencias familiares que vale la pena curiosear. Todo parece contemplación histórica hasta que las mujeres encargadas de hacer los recorridos del museo llevan a los visitantes a la parte trasera de la casa y ponen música... música para que usted se mueva.
“Los hombres atrás y las mujeres al frente, rapidito”, ordena sonriente una de las guías. ¡Y tuve que obedecer! Si no, ¿cómo hubiera conocido tanto mi trasero? Eso se logra después de haber intentado hacer twerking al ritmo del reggae y el calipso. De verdad.
Un viaje gastronómico
Cola de cerdo. Caracol, yuca, ñame. Plátano, pescado. Redúzcalo todo en leche de coco, sírvase, cómase, disfrútese. Ese es el rondón, el plato típico del archipiélago de San Andrés, descrito por una canción popular en creole que tocan en clave de soca. Es un plato abundante que puede encontrar en casi todos los restaurante de la isla.
Si prefiere, más bien, sentarse en un espacio tranquilo, opte por el restaurante Gourmet Shop, localizado frente al parque de la Barracuda. Allí, además de vender vinos y especias importadas de otros países, sirven pez dorado acompañado de arroz con coco y ensalada, junto con una sopa de mariscos...
Entonces ya queda listo para partir de nuevo a la aventura: a conocer el único cuerpo de agua dulce que hay en la superficie de San Andrés, la Big Pond o laguna Grande, o, como decidí llamarla, el ‘spa de las babillas’.
En la laguna, ubicada a 20 minutos en carro del centro de San Andrés, usted puede alimentar estos reptiles con pedazos de pan, aparentemente, sin perder la mano.
Y desde allí, montaña arriba, visitar la primera iglesia bautista de San Andrés (y de Latinoamérica), una estructura de madera que fue construida en 1847 y da cuenta de la religión de la mayoría de los raizales: el baptismo. Puede entrar por 5.000 pesos, que le aseguran un recorrido por sus instalaciones y acceso al campanario, que, al estar sobre una loma, le permitirá contemplar, desde lo lejos, el mar, su oleaje, sus profundidades.
Entonces ya queda listo para partir de nuevo a la aventura: a conocer el único cuerpo de agua dulce que hay en la superficie de San Andrés, la Big Pond o laguna Grande, o, como decidí llamarla, el ‘spa de las babillas’.
En la laguna, ubicada a 20 minutos en carro del centro de San Andrés, usted puede alimentar estos reptiles con pedazos de pan, aparentemente, sin perder la mano.
Y desde allí, montaña arriba, visitar la primera iglesia bautista de San Andrés (y de Latinoamérica), una estructura de madera que fue construida en 1847 y da cuenta de la religión de la mayoría de los raizales: el baptismo. Puede entrar por 5.000 pesos, que le aseguran un recorrido por sus instalaciones y acceso al campanario, que, al estar sobre una loma, le permitirá contemplar, desde lo lejos, el mar, su oleaje, sus profundidades.
Ahí arriba, viendo a los niños andar por la calle con sus uniformes de colegio, me pregunto si a ellos también se les pegará una canción popular que, al ritmo de la carraca (quijada de yegua con los dientes flojos para que suene), la mandolina y el tinófono, dice, en inglés:“Llévame de vuelta a San Andrés
al oleaje y a los arrecifes de coral
de vuelta donde brilla el sol
donde, día y noche, el mar cambia su color”.
al oleaje y a los arrecifes de coral
de vuelta donde brilla el sol
donde, día y noche, el mar cambia su color”.
Si usted va...
Si se va a quedar más de 24 horas en San Andrés, Providencia o Santa Catalina, debe adquirir una tarjeta de turismo en el aeropuerto del que vaya a partir. El valor es de 109.000 pesos.
VivaAir tiene vuelos desde Bogotá, Medellín y Cartagena todos los días. A partir del 6 de noviembre tendrá desde Santa Marta, los martes, jueves y sábados.
Las aerolíneas Avianca y Latam también tienen vuelos hacia la isla.
VivaAir tiene vuelos desde Bogotá, Medellín y Cartagena todos los días. A partir del 6 de noviembre tendrá desde Santa Marta, los martes, jueves y sábados.
Las aerolíneas Avianca y Latam también tienen vuelos hacia la isla.
El Tiempo
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