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miércoles, 7 de noviembre de 2018

San Andrés, la isla de la bienvenida

Este destino ofrece un mar digno de ser explorado tanto en la superficie como en sus profundidades.

San Andres


Tengo los pies hundidos; muevo los dedos para jugar con la arena áspera, que, junto con la calidez del agua, se siente relajante. Veo que alrededor de mis tobillos hay canicas negras, quietas. Me agacho para ver qué son y, ¡casi salto!, se alejan de mí como un latigazo.
Hasta el jueves 30 de agosto, cuando pisé por primera vez la isla de San Andrés, pensé que todas las barracudas eran enormes; pero no: esta especie no mide más de 50 centímetros.

En cambio, la barracuda gigante, que puede llegar a medir hasta 2 metros y vive en aguas más profundas, tiene monumento en su propio parque: el parque de la Barracuda. Pero este es un tipo de curiosidad que me importa ahora, cuando tengo 24 años y voy como periodista de turismo. Porque si hubiera ido a la isla a los 19 años, con ahorros y amigos, y hubiera visto aquella zona de la isla, habría armado una lista de reproducción con un título contundente: ‘San Andrés, farra loca’.

Me explico: la zona comercial de la isla que rodea el parque de la Barracuda parece un ‘todo incluido’ de placeres: hay tiendas de ropa, restaurantes que ofrecen todo tipo de platos de mariscos, bares temáticos de los años ochenta, rumbeaderos; ofertas de buceo, esnórquel y avistamiento de mantarrayas; centros culturales, como el del Banco de la República... Desde allí parece que la isla es eso: sol, playa, arena, farra y gastadera.
San Andres
Quizás por eso, este centro de comercio de San Andrés es la zona con mayor concurrencia de turistas europeos y suramericanos. Es un buen lugar para estirar las piernas si acaba de aterrizar en el aeropuerto Gustavo Rojas Pinilla, la única entrada a la isla por aire. No me quejo de descansar ahí: las arepas rellenas de mariscos de los puestos de comida rápida dejan el gustito de ‘¡bienvenido a San Andrés!’.

No hace falta salir del centro para notar que la isla no parece territorio colombiano y eso cautiva. El español, el inglés y el creole conviven en los saludos y conversaciones de todos los raizales; pero es el creole, derivado de la fusión del inglés y las lenguas africanas, la lengua con la que los sanandresanos se comunican a diario.

Si bien muchos mapas de Colombia dibujan a San Andrés como un caballito de mar frente a la costa noreste del país, la isla está más cerca de Nicaragua que de Cartagena, de la cual la separan casi 757 kilómetros (poco menos que la distancia entre Bogotá y Pasto). Su visita exige, además, que cada turista invierta en una tarjeta de turismo cuyo valor es de 109.000 pesos.

¿Por qué hay que pagar la entrada? San Andrés pertenece a un archipiélago de tres islas habitadas, junto con Providencia y Santa Catalina, e incluye otras quince despobladas. Juntas constituyen el único departamento insular de Colombia. Todo el archipiélago concentra una formación coral de más de 170 especies que la hace la tercera más importante del planeta, y, debido a que fue declarada reserva de la biosfera Seaflower en el año 2000 por la Unesco, la Gobernación busca proteger el territorio de dos maneras: una, limitando la densidad poblacional del archipiélago y la otra, asegurando que haya inversión suficiente para infraestructura turística.

El costo de la tarjeta turística obedece a tales razones.
San Andres
Encontrarse cara a cara con la fauna de más de 650 especies de peces que concentra ese ecosistema es el motivo por el cual el esnórquel es una de las actividades más solicitadas en la isla. San Andrés es una formación de roca volcánica, y ello hace que tenga playas selectas de arena suave y clara (como Bahía Sardina, Cocoplum Bay y las del cayo El Acuario) y otras que, si bien no permiten echarse a asolearse, dejan conocer el mar debajo de sus olas.

Por eso, para los que se sienten atraídos por el ‘mar de siete colores’ (así llamado porque el suelo oceánico tiene diferentes profundidades), les recomiendo el balneario West View, situado sobre la orilla suroeste de la isla. Allí, por 5.000 pesos, puede lanzarse por un tobogán para caer entre los peces, debajo de un acantilado de piedra volcánica de unos seis metros de alto. O tomar cocolocos y empanadas de langosta...

Entre West View y el parque de la Barracuda se encuentra el Museo Casa Isleña: una casa hecha de madera sobre pilotes, construida hace 110 años y que hoy es un museo donde se muestra cómo vivían los puritanos ingleses cuando se asentaron en San Andrés en el siglo XVII. Allí guardan antigüedades y registros de ascendencias familiares que vale la pena curiosear. Todo parece contemplación histórica hasta que las mujeres encargadas de hacer los recorridos del museo llevan a los visitantes a la parte trasera de la casa y ponen música... música para que usted se mueva.

“Los hombres atrás y las mujeres al frente, rapidito”, ordena sonriente una de las guías. ¡Y tuve que obedecer! Si no, ¿cómo hubiera conocido tanto mi trasero? Eso se logra después de haber intentado hacer twerking al ritmo del reggae y el calipso. De verdad.
Un viaje gastronómico
Cola de cerdo. Caracol, yuca, ñame. Plátano, pescado. Redúzcalo todo en leche de coco, sírvase, cómase, disfrútese. Ese es el rondón, el plato típico del archipiélago de San Andrés, descrito por una canción popular en creole que tocan en clave de soca. Es un plato abundante que puede encontrar en casi todos los restaurante de la isla.
Si prefiere, más bien, sentarse en un espacio tranquilo, opte por el restaurante Gourmet Shop, localizado frente al parque de la Barracuda. Allí, además de vender vinos y especias importadas de otros países, sirven pez dorado acompañado de arroz con coco y ensalada, junto con una sopa de mariscos...

Entonces ya queda listo para partir de nuevo a la aventura: a conocer el único cuerpo de agua dulce que hay en la superficie de San Andrés, la Big Pond o laguna Grande, o, como decidí llamarla, el ‘spa de las babillas’.

En la laguna, ubicada a 20 minutos en carro del centro de San Andrés, usted puede alimentar estos reptiles con pedazos de pan, aparentemente, sin perder la mano.

Y desde allí, montaña arriba, visitar la primera iglesia bautista de San Andrés (y de Latinoamérica), una estructura de madera que fue construida en 1847 y da cuenta de la religión de la mayoría de los raizales: el baptismo. Puede entrar por 5.000 pesos, que le aseguran un recorrido por sus instalaciones y acceso al campanario, que, al estar sobre una loma, le permitirá contemplar, desde lo lejos, el mar, su oleaje, sus profundidades.
Ahí arriba, viendo a los niños andar por la calle con sus uniformes de colegio, me pregunto si a ellos también se les pegará una canción popular que, al ritmo de la carraca (quijada de yegua con los dientes flojos para que suene), la mandolina y el tinófono, dice, en inglés:“Llévame de vuelta a San Andrés
al oleaje y a los arrecifes de coral
de vuelta donde brilla el sol
donde, día y noche, el mar cambia su color”.
Si usted va...
Si se va a quedar más de 24 horas en San Andrés, Providencia o Santa Catalina, debe adquirir una tarjeta de turismo en el aeropuerto del que vaya a partir. El valor es de 109.000 pesos.

VivaAir tiene vuelos desde Bogotá, Medellín y Cartagena todos los días. A partir del 6 de noviembre tendrá desde Santa Marta, los martes, jueves y sábados.
Las aerolíneas Avianca y Latam también tienen vuelos hacia la isla.
El Tiempo
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miércoles, 15 de agosto de 2018

La isla de Providencia, el tesoro más escondido del Caribe

El color de su mar la hacen el lugar ideal ir a bucear. Guía para conocer este lugar mágico.

San Andrés



Desde el avión, esa mezcla de colores en el mar Caribe que en tierra jamás se ha visto, inevitablemente le quita el aliento. Se requieren dos horas de vuelo para llegar desde Bogotá a ese paraíso que es San Andrés.

El archipiélago, que componen tres islas (San Andrés, Providencia y Santa Catalina), es una tierra muy nuestra y al mismo tiempo muy independiente. A veces pareciera que esos 775 kilómetros que la separan de ese mapa que todos tenemos en la cabeza y que pocas veces incluye esos tres lunares hermosos, fueran más.
Viajar hasta allí es un paseo en el que se necesita visa. Sí, una visa. Una tarjeta de turismo exigida por las autoridades de San Andrés para hacer control de quienes entran y de quienes salen. Cuesta $ 104.700 y se debe pagar en el aeropuerto de origen. ¡No la pierda! Al salir del archipiélago se la volverán a pedir.

Nadie, excepto los isleños se pueden quedar más de tres meses en la isla 
y si uno lo piensa bien es una buena medida. Así se protegen los ecosistemas, la fauna y la flora, y se vigila que no haya sobrepoblación. Con una extensión de apenas 52 kilómetros cuadrados en total, San Andrés, Providencia y Santa Catalina no podrían acoger a todo el que quede prendado de su encanto. 
Recorrer San Andrés es relativamente fácil. Darle la vuelta a toda la isla puede llevarle unas dos horas y cuesta hasta 70 mil pesos en mototaxi, bus o carros particulares que dicen TAXI en letras mayúsculas. También puede alquilar por días carritos de golf, o mulitas como los llaman allí, por precios que van desde los 100 mil hasta los 150 mil pesos. Eso sí, tenga presente que este tipo de vehículos solo tiene permiso de circulación hasta las 6 de la tarde. 

El mar manda en toda la isla. No solo en las imponentes imágenes que recrean el ojo, ni en sus atardeceres rosados ni en sus amaneceres color turquesa. También en la gastronomía que ofrece cangrejos, langostas, chipirones, mejillones, langostinos y el más típico de todos: el pescado rondón, un filete de pescado que lo acompañan con yuca, ñame, plátano, domplín (tortas de harina) y que se cocina con leche de coco.

Durante años fue un plato que solo comían los hombres, dicen los lugareños, porque les daba fuerza, pero para fortuna del paladar femenino, esa absurda regla ya no existe.
Comida San Andrés
Obviamente todas las actividades son también acuáticas. Puede elegir, por ejemplo, ir a Johnny Cay, un parque regional ubicado en un islote al que solo puede llegar por lancha y en el que se encontrará con un agua cristalina. Es uno de los puntos más turísticos, lleno de restaurantes, piscinas naturales y formaciones de corales. El único problema es que viajar hasta ese cayo depende mucho del clima y, por razones de seguridad, una mínima lluvia puede cancelar toda la navegación. 

Pero tranquilo. Si esto le sucede aún hay más cosas por ver. Por ejemplo, puede hacer un recorrido por la Cueva de Morgan, un complejo que agrupa el Museo del Coco, el Museo del Pirata y finalmente la gruta donde, según la leyenda, el famoso pirata Henry Morgan guardó el tesoro que le saqueó a los españoles. 

Además, hay planes que desde 50 mil pesos por persona incluyen
San Andrés
Si es más extremo, existe otro punto del mar Caribe en el que los turistas, con esa misma regla del agua a la cintura, pueden nadar con cerca de 300 mantarrayas e incluso tocarlas. Ese tipo de tours finalizan con una visita con el manglar Old Point (Punto Viejo). Un santuario natural donde, todos los sanandresanos coinciden, se respira el aire más limpio de la isla. 
“Respiren, respiren tranquilos y desintoxíquense de ese vaina de cemento, que el mar se lleve sus penas. Este manglar se llama rojo o trenzado y le puede dar casi todo lo que necesita. Pescados para alimentarse, iguanas para sorprenderse y ostras afrodisíacas… usted ya sabe para qué”, dice con jocosidad Howard, un chico de menos de 20 años que con propiedad le habla de la isla a varios turistas.

Recomendación importante: lleve calzado especial y, si tiene, su propia careta. Al llegar a cualquiera de los puntos se los exigirán. Cuestan 10 mil pesos cada uno si los quiere usados o hasta 25 mil pesos si quiere un equipo nuevo. Además, debe guardar sus elementos personales en lockers improvisados que cuidan personas de la zona y que cuestan otros 10 mil pesos.
rovidencia, la joya de la corona
Pero si San Andrés es un paraíso, Providencia es una alucinación. Es un remanso, un cuadro pintado a mano por los dioses del Olimpo y algo de lo que quisiera no escribir solo para que siguiera siendo un lugar escondido y mágico. 

Como aún no hay vuelos directos, es necesario partir de San Andrés para llegar (como si fuera una buena premonición) a El Embrujo, el aeropuerto de Providencia. Puede hacerse por catamarán (embarcación) por 280 mil pesos.
La otra opción es hacerlo por avión. El vuelo dura 25 minutos y se hace en avionetas Let- L 410, con capacidad para unas 20 personas. El costo podría estar entre los 200 mil y los 400 mil pesos, depende de la antelación con el que realice su reserva. 

La aeronave alcanza los 4.500 metros y, aunque se siente bastante cualquier viento, prácticamente se olvida con la inmensidad y la intensidad de la vista aérea. En ese punto, de nuevo, le pedirán la tarjeta de turismo.
Desde el aeropuerto hay varios carros particulares que le cobrarán entre 25 mil y 35 mil pesos por llevarlo a su hotel. Lo primero que le preguntarán es si habla en inglés o en español, aunque luego no entenderá por qué hacen la diferencia. En este archipiélago se habla un propio dialecto, el creole, que mezcla indiscriminadamente el castellano, palabras africanas y el inglés. Entre sus habitantes esta es su lengua materna y la usan, la presumen como su sello distintivo. 

Nosotros no nos sentimos nada diferente a ser isleños, providencianos. Esa es nuestra soberanía. ¿De qué carecemos? De todo. ¿Qué tenemos? Todo. La playa, el mar y nuestro idioma. Esto fuimos y estos somos”, dice Milton Newball, un hombre que es al mismo tiempo pescador, electricista y mototaxista.
Providencias playas
Los precios de la estadía varían si se está cerca del centro, si es un hostal, un hotel de lujo o una cabaña. Pueden ir desde 370 mil pesos por noche hasta 800 mil pesos, pero en todos se incluye el desayuno. La movilidad también puede solucionarse con los carritos de golf (100 mil pesos el día) o con mototaxis que abundan en la isla y que por trayecto le pueden cobrar unos 6.000 pesos.
Todos, todos los habitantes de esta perla caribeño coinciden en decir que nadie puede irse de Providencia sin bucear. 

“Es que son sinónimos. Providencia es igual a buceo. No hacerlo es como venir a nada. ¿Usted qué siente cuando hace el amor? Es algo indescriptible. Pues eso mismo pasa cuando usted bucea. Una paz que nada más se la podría dar”, dice Felipe Cabeza, quizás uno de los más famosos profesores de buceo y un embajador neto de esta tierra de sabor. 

Él también coincide en que no le gustaría que Providencia se llene de viajeros y afirma que varias veces sus habitantes han impedido la llegada de cadenas de hotel. De hecho, en la isla de 17 kilómetros cuadrados, no existe este tipo de turismo y todo es sostenible. Durante nuestra estadía no encontramos a un solo turista colombiano. Todos eran extranjeros de Brasil, México, Francia o de Estados Unidos; y todos iban a buscar a Felipe. 

Una clase de buceo con él, que incluye el curso teórico, los equipos y una inmersión, cuesta alrededor de 170 mil pesos por persona. ¿Que si da miedo? sí. La primera vez que intentas “respirar” bajo el agua pareciera que no lo lograrás. La técnica es todo lo contrario a lo que siempre te dicen: debes inhalar por la boca y exhalar por la boca.

Eso y la presión en los oídos, son la clave para experimentar una actividad que lo quiera o no, lo cambia. La inmensidad del mar, tiburones a pocos metros, mantarrayas pasando por su lado, peces que lo acogen como uno más, y usted allí sintiéndose como un grano de arena del Universo.
Buceo en San Andrés
Por nada del mundo deje de ir a Cayo Cangrejo. Un islote pequeño al que se llega por una lancha en 10 minutos. Por el viaje debe pagar unos 35 mil pesos por persona y otros 20.000 para entrar porque es un parque nacional. Debe su nombre, por supuesto a que puede ver todo tipo de estos crustáceos, y el principal atractivo es que desde su cima se puede ver toda Providencia. 

La comida puede resultar más económica que en su vecina San Andrés y con la misma variedad en pescados y camarones.
Cayo Cangrejo
Y, claro, no se puede despedir de este nirvana caribeño sin asistir a alguna de sus populares fiestas. Los bares son, por supuesto, a la orilla del mar y usan picós enormes de los que salen ritmos como el dance hallcalipso, soca y reggae. A pesar del alto volumen, no logran perturbar ni por un momento la paz que se siente en Providencia.
Datos de servicio
- San Andrés es una zona libre de impuestos. Por eso puede encontrar licores, perfumes y ropa a un precio más barato.
- En el archipiélago hay cajeros electrónicos, pero, aunque la mayoría de comercios y hoteles aceptan tarjetas de crédito y débito, es recomendable llevar efectivo para Providencia porque la señal no es estable.
Abril es el mes más recomendado para ir a Cayo Cangrejo porque los cangrejos negros bajan de la montaña hacia el mar para su reproducción. Es tal la cantidad de estos animales, que el tránsito de la única avenida que atraviesa la isla es cortado por horas.
- A la isla de Santa Catalina, la más pequeña de las tres, se puede cruzar desde Providencia por el puente de los enamorados. 
- El Pico, es la montaña más alta de Providencia. Son 7 kilómetros y solo se puede llegar caminando. 
- El Hoyo Soplador, es una atracción turística de San Andrés y se trata de una formación rocosa por la que naturalmente se expulsa agua. 
Fotos: Diego Perez / El Tiempo
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jueves, 9 de noviembre de 2017

Providencia, un remanso natural para visitar en estas vacaciones

Con 17 kilómetros cuadrados, esta isla en el caribe es de las más deseadas por los viajeros.

Cayo Cangrejo, Providencia


La llegada al aeropuerto El Embrujo lo dice todo: Providencia encanta. Lo hace con un clima cálido, un mar calmo y el parque natural Old Providence McBean Lagoon, que tiene la tercera barrera de coral más larga del mundo (después de las de Australia y Belice), con una extensión de 33 kilómetros. De las 995 hectáreas del parque, 905 son de área marina.
El ambiente está animado con su música, mezcla de reggae, cumbia, danzas africanas y calipso. Las calles angostas y coloridas están adornadas con esculturas que hacen homenaje a la pesca y la navegación.

Entre la última semana de mayo y la primera de junio ocurre la migración de cangrejos. Estos crustáceos bajan masivamente desde las montañas hasta el mar para dejar sus huevos y luego regresan a su hábitat.
Cayo Cangrejo
Tiene una vista de 360 grados a una altura aproximada de 30 metros. En la cima no hay ruido: solo el sonido de la brisa, las olas y las aves.

A este islote del Parque Natural McBean Lagoon se llega en lancha desde Providencia. En el recorrido hacia el cayo se ven otras estaciones como la cabeza de Morgan, que recibe su nombre del pirata Henry Morgan, quien navegó esta zona en el siglo XVII. También se aprecia el puente de los Enamorados, que une a Providencia con la isla de Santa Catalina y otros cayos conocidos como Tres Hermanos.

Además de subir el sendero por la zona más alta de cayo Cangrejo y enamorarse de su vista, es posible practicar buceo. Nadar alrededor del cayo toma 20 minutos. Sus aguas son tranquilas y es posible ver los corales y los animales que viven bajo el mar.

Darzon Archbold es un biólogo marino apasionado por la conservación de la barrera de coral y cuenta que existen 900 metros cuadrados dedicados a la restauración de corales. Dice también que se abrirá una parcela frente al cayo para que los turistas conozcan cómo son la protección y las guarderías de coral.A cayo Cangrejo pueden ingresar máximo 100 personas por día, por 10.000 pesos. El acceso es restringido de 9 a. m. a 5 p. m.
Mirador el Pico
Es la montaña más alta de Providencia, a 360 metros sobre el nivel del mar. Este mirador tiene un sendero con señales rudimentarias en piedra y madera para guiarse.

El camino tiene vegetación de la región y el trayecto puede tardar hasta tres horas, al final de las cuales su mayor recompensa será disfrutar de uno de los mejores paisajes de la isla y avistar algunas aves.
La fiesta isleña
Una parada obligada en Providencia es el bar de Roland, ubicado frente a la playa Manzanillo. Hay fiestas al son de reggae, champeta y calipso, preferidas por extranjeros y nativos. Es atendido por su propietario, Roland, quien hace también las veces de animador, bailador y cocinero.
Si usted va
Se puede llegar en avioneta o en barco desde San Andrés.
El restaurante Divino Niño ofrece comida típica de la región a precios cómodos.
Se debe pagar la entrada, que tiene un costo de 120.000 pesos. Sirve la misma de San Andrés.
El Tiempo
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jueves, 28 de enero de 2016

5 mágicas playas colombianas que te harán sentir como en un sueño

Las aguas cristalinas del Pacífico, San Andrés y otras que debes visitar y que seguro no te decepcionarán.

viajes Playas colombianas colombia Playas 

Colombia es un país conocido por contar con increíbles paisajes naturales y por ser uno de los más megadiversos del mundo. Sus montañas, ríos, mares, páramos, zonas tropicales y playas son visitadas cada año por locales y turistas que desean vivir la mejor experiencia natural en compañía de aguas cristalinas, clima cálido y cientas de especies animales. 

Playa Blanca - Barú


Está ubicada al sur de Cartagena y es famosa por sus aguas cristalinas, arena blanca y terreno natural rodeado de palmas y animales. Varios usuarios del portal Tripadvisor aseguran que visitarla es una experiencia inigualable. 



Parque Tayrona - Santa Marta


El Parque Nacional Natural Tayrona es uno de los grandes espacios turísticos del país gracias a su diversidad natural. De acuerdo con Parques Nacionales, la Sierra Nevada es la montaña costera más alta del mundo que se hunde y desemboca en grandes bahías y mares azules perfectos para realizar actividades al aire libre. 



Providencia


En esta llaman la atención las atracciones marítimas y actividades que se pueden realizar para apreciar la belleza natural. Muchos turistas practican buceo para adentrarse en las aguas y disfrutar de hermosos arrecifes de coral, peces y el mundo acuático en general. El portal Colombia Reports asegura que es el destino ideal para pasar la luna de miel. 



San Andrés


Es perfecta para descansar en compañía, ya que cuenta con un mar que ofrece varias posibilidades de pasar un buen rato tanto en el mar como en la arena. Es el destino ideal para viajar en familia y con niños, que seguramente le sacarán el mayor provecho a los espacios. 



Cabo de la Vela - Guajira


Este borde costero ubicado al norte del país ofrece las mejores playas exóticas del país. Su espacio desértico  sorprende a sus visitantes con una vista espectacular perfecta para estar en silencio y dejar pasar las horas bajo la brisa. Además de las aguas, la comida es un gran atractivo de la zona reconocida por el pescado frito.



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martes, 28 de abril de 2015

Guía para viajar a Providencia, una de las maravillas de Colombia

Playas paradisíacas, un mar cristalino, aventura y tradición. Un destino para descansar de verdad. 


A lo lejos, Cayo Cangrejo parece una alucinación: una montaña verde en medio del mar. La lancha rompe las olas al mando de Franck Howard, un isleño que se gana la vida como pescador y guía turístico, quien señala con orgullo el lugar más hermoso y privilegiado de su natal Providencia. Cayo Cangrejo –cuenta Franck– es un pequeño islote, de apenas dos hectáreas de superficie, dentro del Parque Nacional Natural Old Providence Mc Bean Lagoon.



Diez minutos después de partir desde el muelle de Santa Catalina –pegado del casco urbano de Providencia–, llegamos a nuestro destino. Y lo que tenemos al frente es una maravilla de la naturaleza: un islote en forma de montaña, un bosque seco sembrado con palmeras altísimas y árboles de mango por donde merodean cangrejos, tortugas y lagartijas. Sin duda, uno de los lugares más bellos e inexplorados de Colombia.


Si Cayo Cangrejo cautiva, el mar que lo rodea quita el aliento: es azul claro, como una piscina, tan cristalino que se ven los pececitos y las estrellas de mar, y la arena parece escarcha. A unos cien metros, el agua cambia de tonalidad: pasa a ser azul oscuro y más adelante verde esmeralda. Es el famoso mar de los siete colores del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. 


Cayo Cangrejo. Juan Manuel Vargas


Descendemos y Franck nos invita a hacer una corta caminata hasta la cima del cayo, ubicada a 30 metros de altura, donde nos recibe una panorámica de 360 grados. Y allí, sentados sobre una piedra, pasamos varios minutos contemplando este prodigio de la creación.

Somos los únicos presentes. Nunca hay muchos turistas, pues las visitas son estrictamente controladas, para evitar el deterioro del lugar. No hay servicios turísticos y nadie puede vivir –ni siquiera pasar una noche– en el islote. Aquí empezamos a comprender por qué en Providencia todos sus pobladores aman y respetan su territorio, y que por esa razón no se encuentra un solo papel en el piso.

“Queremos visitantes responsables y respetuosos de la naturaleza”, dice Franck. Y nosotros nos sentimos privilegiados por poder disfrutar de este paraíso, donde los nativos, de la mano de entidades como Acdi Voca, han encontrado en el turismo la mejor herramienta para mejorar sus condiciones de vida.

Nos despedimos de Cayo Cangrejo, pero antes disfrutamos de un chapuzón en ese mar precioso y muy fresco. A tres minutos, navegando, queda el cayo Los Tres Hermanos (son tres islotes pegados) donde no es posible tocar tierra, pues son el hogar de una colonia de fragatas, impecablemente blancas, que empiezan a volar sobre nosotros.

Franck invita a explorar el mar en una práctica de esnórquel y anuncia un privilegio más: Providencia tiene la tercera barrera coralina más larga del mundo –33 kilómetros–, después de las de Australia y Belice. Y ostenta otro título mundial: es reserva de la biosfera.

Durante media hora, careteando, descubrimos todo un colorido universo marino: peces de todos los tamaños y tonos que se mueven entre los corales y el arrecife, que parece un palacio de cristal. Franck desciende de manera asombrosa hasta las profundidades, durante más de un minuto. Parece una criatura marina más. Lo que hizo fue apnea, o buceo libre, una práctica muy exigente que dominan casi todos los varones de Providencia.

Descubriendo la isla

Los tesoros de Providencia no solo están bajo el mar. Recorrer la isla, de 17 kilómetros cuadrados, es una experiencia entretenida e inspiradora. Pero antes de viajar es importante saber que allí no hay resorts cinco estrellas, ni centros comerciales ni discotecas. Es un destino tranquilo, ideal para viajeros que buscan descanso en un lugar que –por fortuna– no ha sido invadido por el turismo masivo. Es un paraíso para aquellos que han comprendido que el verdadero lujo está en los destinos vírgenes, auténticos, silenciosos y sencillos como este.

Hay muchas formas para desplazarse en la isla. Los más deportistas podrán alquilar bicicletas. Pero para estar más cómodos es mejor rentar motos o carritos de golf, que aquí conocen como mulas. El alquiler es muy económico e informal: el día en moto cuesta 60.000 pesos y el de carritos, desde 120.000. Y el hospedaje es en pequeños hoteles o en cabañas de madera, valga decir, muy bien dotadas –con aire acondicionado, buenas camas y televisión–.

Karen Livingston es la directora de Pesproislas, una asociación de pescadores y guías turísticos de Providencia. Y es nuestra guía. Vamos en moto: ella en la suya y nosotros en la que alquilamos. Pero antes nos invita no solo a conocer los atractivos naturales y turísticos, sino también a aprender sobre las tradiciones y el patrimonio cultural.

Cuenta, por ejemplo, que la lengua de los isleños es el creole: una adaptación del inglés que aprendían los esclavos para poder comunicarse sin ser descubiertos. Por eso, dice, el español que hablan es medio enredado. Los niños, en las escuelas, aprenden ambas lenguas.

Este monumento evoca a los nativos que, con una caracola, anunciaban la llegada de un nuevo barco.


Cuenta también que no fueron colonizados por españoles sino por ingleses, y que a ellos se les debe, entre otras cosas, la arquitectura que se conserva con esmero: casas de madera pintadas de blanco y azul.

La primera parada es en el mirador de South West Bay, desde donde se aprecia una de las playas más bellas de la isla. Allí, todos los sábados al mediodía, los nativos hacen carreras de caballos; un espectáculo para propios y visitantes.

Bajamos a la playa, de arena morena y suave, que acaricia los pies. Los pocos turistas presentes descansan en las hamacas colgadas en los árboles, toman el sol o disfrutan del mar. El único ruido es el de las olas que revientan suavemente.

Allí también queda El Divino Niño, restaurante de pescadores que se convirtió en el favorito de los turistas. El plato más pedido es el mixto: trae media langosta, cangrejo negro adobado, dos pescados fritos, arroz con coco y patacones. Alcanza hasta para tres personas y es toda una delicia. Y solo cuesta 50.000 pesos.

Luego visitamos Manzanillo, considerada como una de las más bellas de Colombia. Mide 300 metros de longitud y se llama así por el fruto de un árbol que abunda en la zona, similar a la manzana verde, que no es apto para el consumo. Puede ser tóxico. La playa es adornada por un tapete de hojas amarillas que caen de los árboles y allí queda el bar de Roland, un raizal amable que todos los viernes, en la noche, ofrece una fiesta con músicos en vivo que interpretan ritmos autóctonos como reggae y calipso. Vale decir que estos ritmos son otro de los patrimonios de la isla. Los rastafaris, con sus melenas enredadas en trenzas de pelo añejo, les enseñan a bailar a los turistas.

La próxima parada es en Almond Bay, una playa pequeña rodeada de almendros, y la más solitaria de todas. Pasamos por el parque Lazi Hill, adornado con obras de arte gigantes, muy al estilo Gaudí, que le rinden tributo a dos de las especies más emblemáticas: la iguana rhinosopha y el cangrejo negro.
Karen cuenta que del primero de abril al 31 de junio se produce la migración del cangrejo negro. 

Toda la isla es un río de estos animales, tanto así que en esta época hay una especie de semáforo para poder transitar por la carretera –para evitar que los pisen– y se prohíbe la caza. Al lado del parque queda la Iglesia católica, y más adelante el templo del credo bautista y el convento de las monjas capuchinas, hoy convertido en un colegio.

Santa Catalina

Avanzamos hasta el extremo norte de la isla, donde queda el puente de los Enamorados, que comunica a Providencia con Santa Catalina. Es de madera flotante pintado de colores y desde allí los niños llaman la atención de los turistas lanzándose al mar; es el lugar ideal para contemplar la puesta del sol, que pinta el cielo de naranja, rojo y violeta. El camino conduce hacia el fuerte Warwick, un cerro desde donde el pirata Henry Morgan se defendía –con cañones que aún se conservan– de los barcos invasores que buscaban sus tesoros. Desde allí se divisa la Cabeza de Morgan, una piedra gigante que parece esculpida con la cara de un hombre. Se puede llegar en kayak.

Hay mucho más por hacer: salir de pesca con los nativos a cazar pez león –aquí cazan esta especie invasora y la convierten en un manjar que sirven en los restaurantes–, dar una vuelta en caballo y subir The Peak, el punto más alto de la isla en una caminata de dos horas que termina a 360 metros de altura. Y hay que bucear. Nosotros lo hicimos y fue como viajar a otro planeta, a uno lleno de criaturas fantásticas.

Myrian Virgili es una bailarina argentina. Esta es su segunda vez en Providencia. “Este es un lugar especial en el planeta, de lo más lindo que he visto. Tiene mucha magia y te produce una sensación constante de felicidad”.

Sí, felicidad. También tranquilidad e inspiración. Eso es lo que se percibe desde que se aterriza en el aeropuerto de Providencia, que se llama, particularmente, El Embrujo. En Providencia es muy fácil ser feliz.

Turismo y desarrollo

En Providencia el turismo comunitario, impulsado por organizaciones como Acdi Voca y Usaid, se está convirtiendo en una herramienta de progreso para los raizales. Capacitaron pescadores como conductores turísticos y los guías se han organizado en cooperativas que prestan servicios como buceo y senderismo. Los turistas también pueden visitar las casas de los nativos y conocer las huertas orgánicas con las que se busca que garanticen su seguridad alimentaria.

Si usted va…

Transporte. A Providencia se llega desde San Andrés. Hay dos opciones, ambas muy económicas, gracias a un subsidio del Gobierno para fomentar el turismo.

En la aerolínea Satena, el vuelo dura 25 minutos. Cada trayecto cuesta $152.000.

En catamarán, en un recorrido que dura tres horas, cada trayecto cuesta $ 81.000.

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