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miércoles, 16 de septiembre de 2015

Caribe panameño, un destino que mezcla relax y tradición

Playas de arena fina y naturaleza virgen, donde viajeros pueden compartir con comunidades nativas.


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Veinte años atrás, el Caribe panameño era una incógnita. Los indios kunas vivían de la pesca, de sus cultivos y cocoteros en el archipiélago de San Blas, cuando la ruta desde la ciudad de Panamá era un barrial imposible. Lo mismo sucedía en Bocas del Toro, en el norte, cerca de Costa Rica, donde los nativos ngobes y los descendientes de los afroantillanos que llegaron a trabajar en los cultivos de banano subsistían de lo que la tierra y el mar les ofrecían.

Los albores del nuevo siglo trajeron vientos de cambio a estos islotes indómitos, que trascendieron al mundo entre susurros de viajeros. Como siempre, mochileros, surfistas y aventureros fueron los primeros en dar el paso más allá de las fronteras conocidas. Y así llegaron a estas islas, donde se entretejen manglares y emergen playas semidesiertas habitadas por osos perezosos, monos y delfines.
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Bocas del Toro y San Blas combinan el más perfecto lugar común del Caribe –aguas cristalinas, palmeras, corales– con un linaje cultural que se preserva a pesar de un turismo que crece cada vez más.

La herencia Kuna Yala

En el archipiélago de San Blas –en la comarca Kuna Yala– dicen que hay tantas islas como días del año. Es media mañana y un grupo de mujeres corta bananas, yuca y zapallo a la sombra de una calle de tierra en Carti Sugdup, un pequeño islote que, con 200 habitantes y una maraña de ranchos, parece rebalsar. Hablan a los gritos, parecen pelear, pero no. Así se comunican, son los modos del idioma dulegaya, la lengua de los kunas, amos, señores y reyes del archipiélago.

En este islote, al que se le da la vuelta en diez minutos, viven unas 900 personas; hay hospital, escuela primaria y secundaria, energía eléctrica con generador propio y paneles solares. También televisión satelital, señal para celulares e internet en la escuela.


Gilberto Alemancia nació en Carti Sugdup, que quiere decir ‘isla Cangrejo’. Es una de las islas más grandes y pobladas de la comarca Kuna Yala, creada en 1938 y autónoma desde 1953, cuando se estableció el Congreso General Kuna, su autoridad política y administrativa. Gilberto es guía de turismo, vive en Ciudad de Panamá y cada tanto viene a descansar al hogar de Cristina, su madre, quien nos recibe con tulemasi, plato tradicional que lleva pescado con zapallo, banano y yuca. Ella es la única mujer kuna que no esquiva las fotos. Claro, Gilberto la convenció.

Las mujeres kunas, sobre todo las ancianas, visten sus molas, el atuendo tradicional: faldas de colores fuertes con diseños geométricos, un pañuelo rojo en la cabeza, brazaletes que les cubren brazos y piernas, un aro de oro en la nariz y pendientes en las orejas. Hablan poco o nada el español. Todos esos productos pueden ser adquiridos por los turistas, a buenos precios.

Los viajeros pueden vivir de cerca todo este tipo de tradiciones, de la mano de las comunidades nativas que se han organizado como prestadoras de servicios turísticos.

Playa, pesca y aventura

En territorio kuna hay más agua que tierra. Un océano verde esmeralda rodea islotes con nombres peculiares, como Anzuelo, Aguja, Elefante o la isla del Perro; son cientos de pequeñas esferas de arena y palmeras que brotan como hongos del mar, con unas pocas chozas y carpas montadas para los viajeros que quieran pernoctar. En cualquiera de sus playas se puede descansar, disfrutar del sol, desconectarse del mundo moderno y conectarse con la naturaleza.

Alrededor de la isla Anzuelo hay varias embarcaciones dedicadas a la pesca. Algunas navegan a lo lejos con sus velas extendidas, otras permanecen cerca de la costa, rodeadas de pelícanos al acecho. Eduardo es pescador de langostas, tarea que lo lleva a sumergirse más de diez metros para buscar la presa que venderán en pequeños restaurantes donde cocinan para los turistas, que también pueden ir en plan de pesca con los nativos. El hombre, como todos los varones del lugar, bucea sin tanque de oxígeno.

En tierra firme las mujeres tejen sus molas sentadas en una hamaca, y solo se levantan y apuran el paso cuando llegan las lanchas con la pesca del día. Y, así, preparar la comida para los viajeros que llegan para almorzar, nadar y dormir bajo las estrellas.


Vivir en Bocas del Toro

Cristóbal Colón llegó a Bocas del Toro en su cuarto y último viaje. Algunas versiones aseguran que divisó un peñasco, en la isla de Bastimentos, con forma de toro acostado, y de ahí el nombre. Joan Bergstrom fue una de las primeras extranjeras en llegar a este lugar, a finales de los noventa, también navegando, pero desde su Florida natal, en Estados Unidos, cuatro siglos después que el hombre que descubrió América. Dice que se enamoró del lugar, de su gente, de su naturaleza indómita, cuando el paraíso bocatorense aún estaba intacto. Y fue así como construyó Casa Acuario, una posada en la apacible isla Carenero, una típica construcción caribeña de madera y balcones con vista al mar. “Me pasé una vida entera buscando este lugar”, dice Joan.

Después de ella comenzaron a llegar los nuevos colonizadores, extranjeros ávidos de sitios vírgenes donde empezar una vida nueva. Como Luis Bertone, surfista argentino y quien lleva una década por aquí. Cuando llegó puso una escuela de surf y enseguida conoció a Penny, una bocatoreña con quien tiene una hija.

Juntos montaron el restaurante Bibi’s on the Beach, uno de los mejores del lugar. “Me quedé en Bocas por el clima, la naturaleza, las olas. Porque había cosas por hacer en desarrollo turístico. Y porque es tranquilo, tal vez demasiado”, dice Luis. Los mejores lugares para surfear, según este especialista, son Carenero, Paunch, Bluff, Playa Larga y Playa Primera, en Bastimentos.


Pero Bocas tiene infinidad de playas, y también hay que ir a Wizard y Red Frog, en Bastimentos. A Wizard se llega por un sendero en medio de la jungla. A mitad de camino está Up in the Hill, un coffee shop muy agradable, el lugar para tomar aire durante la caminata. Sirven jugos naturales con frutos de su finca, hacen brownies sabrosos con chocolate de su propia cosecha, y elaboran productos con aceite de coco.

“Hay pocos lugares así en el mundo. Los que vienen de afuera piensan que les van a enseñar a los de aquí, pero son los nativos quienes tienen mucho que enseñarnos a los que venimos de afuera”, dice Luis Bertone.

El Tiempo

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