Días de vértigo en 'la capital del mundo', que no da tregua y que siempre obliga a volver.
Piensas en Nueva York y se te vienen a la cabeza tantas imágenes que has visto en la gran pantalla. A esta ciudad se le ama sin haberla visitado. O se le odia, también. Siempre habrá una primera vez y muchas más, porque cuando por fin pisas suelo neoyorquino sabes que irremediablemente tendrás que volver. Lo harás.
Nueva York con su vértigo, con el caos del tráfico a cualquier hora de la tarde, con el calor de julio que asfixia y desbarata, con esas estaciones de metro antiguas, decadentes, como hornos; con los millones de turistas que te tropiezan por la calle y no ofrecen disculpas. Nueva York con sus contradicciones. Con sus escenarios de película: De Woody Allen a Martin Scorsese y Francis Ford Coppola. De Blake Edwards a Jack Lemmon y a lo banal de Carrie Bradshaw y sus amigas de Sex and the City. La meca del capitalismo más salvaje. La ciudad que no duerme. Que te devora... O que devoras.
Tres días en la Capital del Mundo. Cuatro, en realidad. Aunque el primero se pasa en un desafortunado retraso en el aeropuerto de la ciudad donde te toca la escala por culpa del mal tiempo. Llegas y la ciudad te recibe voraz, avasalladora. En todos los sentidos: el clima, la gente, la energía, el ritmo. Recalas en The Row, un hotel de la Octava avenida de esos que resumen bien el concepto de turistear aquí: solo necesitas una cama decente para descansar, un bar muy chic y un restaurante acogedor. Estamos en Manhattan, así que solo hacen falta unas buenas zapatillas para caminar sin prisa y localizar el Shake Shack más cercano, el clásico de las hamburguesas, un local que se expandió por toda la ciudad y que es famoso por las interminables colas que se forman en su puerta, aunque el servicio es muy rápido. Un menú sencillo sale por 20 dólares. Barato, teniendo en cuenta los exorbitantes precios de la Gran Manzana.
Superado el primer impacto de Times Square conviene escoger cuidadosamente la ruta a seguir. Aquí todo está por descubrir, pero si el tiempo escasea es mejor organizarse bien. ¿Infaltables? La Quinta Avenida, por ejemplo. Da gusto recorrerla una mañana entera en dirección a Central Park. Despacio. Con paradas en las rebajas de verano de Zara y H&M; o en la catedral de Saint Patrick, o en la biblioteca pública de Nueva York, ese imponente edificio que recordaremos siempre como el escenario imposible de la boda de Carrie y Big en Sex and the City, a un costado de Bryant Park, donde, si tiene suerte y va en verano, podrá disfrutar una deliciosa gala de cine al aire libre y en pantalla gigante. Si sigue caminando pasará por el Hotel Plaza (¿se acuerdan del inefable Macaulay Culkin en Mi pobre angelito 2?) y se dará de bruces con Central Park.
Uno podría pasar el día entero allí. Sin hacer absolutamente nada más. Entregado a la contemplación divina, a deleitarse con los sonidos musicales que llegan de cualquier rincón o a recorrer los sitios que han formado parte de la escenografía de tantas series y películas que seguramente usted ya vio. Como el tiempo es corto apenas consigo llegar a la famosa fuente Bethesda. Los pies no dan para más.
Desde Central Park se puede llegar caminando al Empire State (¿quién no se acuerda de King Kong?). La vista embelesa. Y eso que entre tanta gente apenas hay sitio para hacerse la selfie de rigor y para contemplar la vista de 360 grados de Nueva York. Tan imponente que asusta. Aunque el miedo se pasa volando, porque tampoco pasa nada si decide no demorarse mucho allí.
¿Otro infaltable? El Memorial Center. El escenario de uno de los mayores actos terroristas de los últimos tiempos en el planeta se ha convertido en un sitio de peregrinación donde propios y extraños recuerdan el 11-S y sus más de 3.000 muertos. En los gigantescos huecos que dejó el espacio donde antes estaban las Torres Gemelas hay dos fuentes en forma de cascadas en cuyos muros están grabados los nombres de los fallecidos. Si quiere puede entrar al museo: más de 10.000 objetos, grabaciones de personas que les dejaron mensajes a sus familiares antes de morir, un destrozado camión de bomberos, la viga de una de las torres y hasta un pedazo de pared que quedó en pie. Demasiado escabroso, dirán algunos.
Más divertido resulta el paseo por el Greenwich Village. Sí, adivinó, allí donde está el que fuera el apartamento de Carrie en Sex and the city. Llegas hasta ahí y descubres que no eres la única freak que se toma una foto delante de la fachada del edificio. En un abrir y cerrar de ojos llega una tropa de groupies que participan en un tour que recorre los lugares de New York más emblemáticos de la serie. La guía cuenta, con cara de aburrimiento, numerosas anécdotas sobre este, el número 66 de Perry Street, las ya icónicas “escaleras de Carrie”. Los vecinos del inmueble están tan hartos (con razón) que incluso hay una cadena que impide el paso y que pide, por favor, que no se sienten en las dichosas escaleras.
Saciada la curiosidad Sex and the city, si uno camina hasta el final de esa misma calle dará con un simpático bulevar sobre el río Hudson donde las chicas toman el sol en biquini en la hierba y donde te preguntas mil veces ¿por qué hay tanta gente desquiciada asoleándose a las 12 del día? Cosas de la modernidad, supone uno. Caminas por la ribera y la brisa del río adormece un poco las ganas de seguir caminando. Pero sabes que a un costado está el High Line, un parque urbano de unos tres kilómetros construido sobre las antiguas vías del tren. Y allí mismo está la nueva sede del Whitney Museum of American Art, un recinto que alberga la mayor colección de arte estadounidense del siglo XX, obra del arquitecto italiano Renzo Piano y recibido con frías críticas. Ni el museo (aunque se vea solo de paso) ni el High Line defraudan.
Falta poco para partir y Chinatown y Little Italy surgen como opciones interesantes. En el primero, siempre habrá un vendedor que lo invite a comprar bolsos de marca falsificados en un sórdido lugar que es preferible evitar. Y del segundo no queda mucho, pues Chinatown ha acabado dirigiéndolo. Y de repente te das cuenta de que se acabaron tus tres días de gloria y no has visto casi nada. Tantas cosas que no alcanzas a ver. Tantas que verás en tu próximo viaje. Porque volverás.
El Tiempo
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