Algunos dicen que la Toscana es lo más cercano al paraíso. Los
alemanes y los británicos lo aseguran, resignados, cuando llega el
invierno, pues en esta región italiana el sol brilla casi todo el año,
el frío rara vez castiga como en el norte, es rica en historia y arte,
tiene ciudades únicas, se come bien y además produce uno de los mejores
vinos del mundo.
Desde esta perspectiva, podría decirse que
parte del ‘jardín de las delicias’ queda ahí. Lo mejor es que no es
necesario redimir ninguna culpa para llegar a este edén. La
actitud para escaparse a esta tierra de luz cinematográfica es ir
despacio. Para qué ir de afán. Son 22.000 kilómetros cuadrados de
extensión donde hay mucho por descubrir.
Para el acelere está Florencia, la capital de
Toscana, cuna del Renacimiento y ciudad de visita obligada por su
arquitectura, iglesias y museos. Todo un placer artístico en la Galería
de los Uffizi y de La Accademia, donde encontrará obras de grandes como
Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Botticelli, Caravaggio o Donatello. Y
nunca obviar la Catedral de Nuestra Señora de Fiore y la Capilla de los
Médici.
Con un ritmo parecido la sigue Pisa, todo un
imán turístico gracias a su torre inclinada, que no es la única, pues
hay otras dos para ver el desafío de la gravedad: los campanarios de las
iglesias de San Nicolás y de San Miguel de los Descalzos.
Después del agite citadino, qué mejor
que continuar con la ‘esperienza’ toscana. Solo basta dirigirse hacia el
sur de Florencia y en menos de una hora está en Chianti.
Llegar en carro es fácil, puede quedarse en un hotel familiar en uno de
esos pueblos de dos calles que tienen carnicería, mercado diario y
‘trattoria’. También hay villas, sobre todo para familias, con piscina
privada y, si quiere, lujos.
En la zona están Castellina, Radda y Gaiole,
los tres pueblos que producen el vino Chianti clásico, razón suficiente
para establecer ahí su base. Pero antes de levantar la copa, levante la
mirada y descubra un ondeante paisaje entre verde oscuro y marrón. Y si
mira aún más hacia arriba, el azul le recordará que está cerca del
cielo.
Así son los colores de la Toscana de
primavera a otoño, pasando por tonos amarillentos cuando llegan las
cosechas de trigo y sube la temperatura, a veces hasta 39 grados en
julio y agosto. El verde regresa a finales de septiembre cuando empieza
la vendimia.
Las hileras de los viñedos le dan otro tono al
paisaje, algunos con caminos de cipreses alineados que lo pueden guiar a
un viejo castillo convertido en una bodega donde se puede degustar un
buen vino. Desde Chianti puede hacer paseos diarios a ciudades
amuralladas erigidas en lo alto de las colinas para protegerse del
enemigo en épocas pasadas. Las distancias son cortas y puede visitar
hasta tres pueblos en un día. La pausa déjesela al vino y programe una
degustación.
La ‘Manhattan medieval’
Un buen comienzo es San Gimignano, el más
famoso de los pueblos toscanos, conocido como la ‘Manhattan medieval’
por sus 13 torres (la más alta mide 54 metros). Estos rascacielos de
piedra, que llegaron a ser 72, fueron construidos en los siglos XII y
XIII por las familias ricas que demostraban su poder con la altura de la
torre. La fama trae turistas, pero con paciencia se logra ver esta
ciudad única.
En toda Italia se comen muy buenos
helados artesanales, pero se dice que en San Gimignano, en la Gelateria
Dondoli, preparan el mejor helado del mundo. Así lo testifican una placa
en la pared, los comentarios de los viajeros expertos y la fila que hay
que hacer para comprar.
Sin duda, visite Siena, la ciudad más grande
de la zona, Patrimonio de la Humanidad por su centro antiguo y murallas.
Fue rival de Florencia en artes y arquitectura, siendo más pequeña. Es
una obligación caminarla y ver la imponente Piazza del Campo, en forma
de abanico y en declive con el Palazzo Pubblico (alcaldía) de fondo,
En la plaza se celebra dos veces al año el
Palio, una competencia de caballos montados a pelo que se realiza desde
el siglo XIII. Obligados son también la catedral y el Palazzo
Piccolomini. Si usted vio la película 'Bajo el sol de Toscana', pase por
Cortona, un pueblo de encantadora simpleza.
Tómese un café o un vino y vea desde arriba el
Valle de Chiana. Pero guarde un poco de vista para seguir hacia
Montepulciano, el más alto de la Toscana, a 600 metros sobre el nivel
del mar. Encerrado en murallas e irregular, tiene el Vino Nobile, con
más de mil años de tradición. Antes de irse pase por la iglesia de San
Biagio, en la ladera del pueblo, una joya arquitectónica del
Renacimiento.
Muy cerca quedan dos pueblos
seductores detenidos en el tiempo: Pienza y Montalcino. El primero
creció por embeleco del papa Pío II, quien transformó su tierra natal en
un pueblo con gran catedral, palacio arzobispal y alcaldía, sin
importar el precio. Las obras se terminaron en tres años y el
Papa solo vivió ahí otros dos. Hoy se mantiene casi intacto, con no más
de tres mil habitantes que saben cómo preparar el mejor queso Pecorino.
Montalcino es otro clásico pueblo medieval,
rodeado de murallas y con una fortaleza en lo más alto del pueblo. Los
viñedos son los protagonistas, pues aquí se produce uno de los vinos más
famosos del mundo: el Brunello di Montalcino.
A estas alturas comenzará a sentir que todas
las ciudades se parecen y, de hecho, nada más cierto. Por eso no olvide
seguir despacio, sentarse de vez en cuando en una ‘osteria’ (bar),
tomarse un buen vino para ver el atardecer y chapucear italiano, y
terminar el día con una buena pasta con trufas de la región. Otro placer
glorioso. Pero hay más.
El secreto de la cocina toscana es la
sencillez y la frescura de sus ingredientes, incluida la carne. La más
famosa es la Bistecca alla fiorentina, un corte grueso con hueso,
perfecta para compartir, pues pesa hasta un kilo.
Si quiere variedad, solo pregúntele al mesero y
le traerán porciones de prosciutto, quesos, pan, aceitunas y verduras. Y
claro, mucho aceite de oliva, que es como el agua en la mesa de los
italianos.
El ingrediente final: un Chianti o un
Brunello. Después de esta ‘esperienza’ quizás empiece a creer, como
británico o alemán, que al menos algo del paraíso queda en la Toscana.
Ver, comer y beber
Para los museos Galería de los Uffizi y La
Accademia compre sus entradas en línea y evite largas filas que pueden
ser hasta de dos horas. La mayoría de las iglesias cobran entrada y en
la oficina de turismo de cada ciudad, o en la web, puede comprar un
tiquete por un día para las principales atracciones. Empezar temprano es
la clave y así ahorra tiempo y dinero.
Las opciones para comer son
amplias y la tendencia son los restaurantes de los viñedos. Suelen ser
un poco caros y es mejor ir con mucha hambre: recuerde que en Italia hay
primero, segundo y hasta cuarto platos. Una experiencia gastronómica
única en vinerías de Chianti como Castello di Ama, Salcheto, Badia a
Coltibuono y Castiglion del Bosco.
¿Cómo llegar?
Hay vuelos directos a Florencia desde las
ciudades de entrada si viene de Colombia. De Madrid y Barcelona con
Vueling, Ryanair e Iberia; desde París con Air France; y desde Fráncfort
con Lufthansa. Vueling y Ryanair son aerolíneas de bajo costo, muy
convenientes.
Alquilar un carro. La tarifa del carro para recorrer la
Toscana puede empezar en 200 euros semana en un Fiat 500, por ejemplo, y
en 300 euros en un Fiat Panda (ideal para familias). El GPS es
indispensable, puede valer 17 euros por día. Otra buena alternativa es
comprar una tarjeta sim local con datos y utilizar Google Maps. Antes de
alquilar el carro fíjese muy bien en los detalles del contrato.
Si usted va…
Para viajar a Italia, los colombianos
deben tener visa Schengen. El documento será requisito hasta tanto siga
esa restricción. Se tiene previsto que a partir de octubre de este año
2015, los colombianos podrán viajar dentro de los 26 países del Espacio
Schengen por periodos hasta de 90 días.
El Tiempo